La defunción “por autolesión” según reza el informe
forense, de Miguel Blesa, el otrora presidente de la Caja de Ahorros de Madrid,
nos pone ante un caso paradigmático de quien alcanzó la cumbre del poder y de
la riqueza y desde lo alto se precipita al abismo de la nada.
No se trata de juzgar su trayectoria, sino de una
breve meditación sobre el voluble destino que aguarda a quienes no controlan
sus ansias, instintos y apetitos. Blesa, que lo fue todo, no resistió el cambio
de escenario al ser condenado a seis años de reclusión y estar pendiente de
otras causas judiciales. Escogió la forma menos airosa y digna para irse por el
foro mediante un disparo con la escopeta que utilizó para matar a muchos
animales en sus cacerías por las reservas africanas.
El hombre que sin experiencia en el sector ni méritos
propios accedió al cargo por el dedo de su amigo José Mª Aznar, a la sazón
presidente del Gobierno, se hizo un hueco en el selecto grupo de los grandes
financieros. Se sintió tan poderoso que se creyó inmune ante la ley,
gestionando la entidad a su capricho, la llevó a la bancarrota, palabra
apropiada en este caso, lo que obligó al Gobierno a realizar el mayor rescate bancario
por importe de 22.000 millones de euros, que saldrán de los bolsillos de todos
los españoles. En su tiempo la
Caja emitió acciones preferentes que perdieron todo su valor
y, en consecuencia, supuso la ruina de millares de personas que perdieron sus
ahorros por haber confiado en la seriedad y honradez de la entidad emisora y
terminaron siendo víctimas de una estafa colosal.
Como le ocurre a muchas personas que ocupan la cúspide
del poder o de la fortuna, viven en una burbuja que les aísla de la realidad, y
para ellas las personas solo son números. Su aislamiento en las alturas les
impide comprender que tiempo, viento y fortuna presto mudan y que el fin, más o
menos próximo, es ineluctable y que hay cosas que nunca se podrán comprar con
dinero, como por ejemplo, tiempo.
Presumo que gentes como Blesa frecuentarán muy
raramente –si es que la conocen- la poesía de Jorge Manrique, el poeta que en
sus versos nos recuerda que, como los ríos, en llegando al mar, todos somos
iguales, los que viven de sus manos y los ricos.
La muerte siempre nos abruma con su presencia y cuando
es convocada por el interesado no podemos sustraernos a las preguntas sobre los
motivos que indujeron al interesado a tomar tan trágica decisión. En el caso de
Miguel Blesa, el hombre que nos abandonó por la puerta trasera sin decir adiós,
nos preguntamos si lo hizo por falta de valor para soportar su pesadumbre, si
el motivo fue el remordimiento por el daño causado o si no pudo resistir la
presión de la calle y de los medios de comunicación. Todos estos interrogantes
no tienen respuestas porque solo él podría darla y no se ha hecho público ningún
testimonio suyo como despedida.
No soy juez ni me corresponde canonizar al suicida ni
resaltar sus defectos. Solo procede intuir las razones que le llevaron a huir a
las tinieblas.
Quedémonos con la idea de que algunas veces las culpas
se pagan con un condigno castigo, y más frecuentemente es el remordimiento el
que nos roba el sueño y nos hace vivir pesadillas.
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