domingo, 23 de julio de 2017

La muerte de un banquero



La defunción “por autolesión” según reza el informe forense, de Miguel Blesa, el otrora presidente de la Caja de Ahorros de Madrid, nos pone ante un caso paradigmático de quien alcanzó la cumbre del poder y de la riqueza y desde lo alto se precipita al abismo de la nada.

No se trata de juzgar su trayectoria, sino de una breve meditación sobre el voluble destino que aguarda a quienes no controlan sus ansias, instintos y apetitos. Blesa, que lo fue todo, no resistió el cambio de escenario al ser condenado a seis años de reclusión y estar pendiente de otras causas judiciales. Escogió la forma menos airosa y digna para irse por el foro mediante un disparo con la escopeta que utilizó para matar a muchos animales en sus cacerías por las reservas africanas.

El hombre que sin experiencia en el sector ni méritos propios accedió al cargo por el dedo de su amigo José Mª Aznar, a la sazón presidente del Gobierno, se hizo un hueco en el selecto grupo de los grandes financieros. Se sintió tan poderoso que se creyó inmune ante la ley, gestionando la entidad a su capricho, la llevó a la bancarrota, palabra apropiada en este caso, lo que obligó al Gobierno a realizar el mayor rescate bancario por importe de 22.000 millones de euros, que saldrán de los bolsillos de todos los españoles. En su tiempo la Caja emitió acciones preferentes que perdieron todo su valor y, en consecuencia, supuso la ruina de millares de personas que perdieron sus ahorros por haber confiado en la seriedad y honradez de la entidad emisora y terminaron siendo víctimas de una estafa colosal.

Como le ocurre a muchas personas que ocupan la cúspide del poder o de la fortuna, viven en una burbuja que les aísla de la realidad, y para ellas las personas solo son números. Su aislamiento en las alturas les impide comprender que tiempo, viento y fortuna presto mudan y que el fin, más o menos próximo, es ineluctable y que hay cosas que nunca se podrán comprar con dinero, como por ejemplo, tiempo.

Presumo que gentes como Blesa frecuentarán muy raramente –si es que la conocen- la poesía de Jorge Manrique, el poeta que en sus versos nos recuerda que, como los ríos, en llegando al mar, todos somos iguales, los que viven de sus manos y los ricos.

La muerte siempre nos abruma con su presencia y cuando es convocada por el interesado no podemos sustraernos a las preguntas sobre los motivos que indujeron al interesado a tomar tan trágica decisión. En el caso de Miguel Blesa, el hombre que nos abandonó por la puerta trasera sin decir adiós, nos preguntamos si lo hizo por falta de valor para soportar su pesadumbre, si el motivo fue el remordimiento por el daño causado o si no pudo resistir la presión de la calle y de los medios de comunicación. Todos estos interrogantes no tienen respuestas porque solo él podría darla y no se ha hecho público ningún testimonio suyo como despedida.

No soy juez ni me corresponde canonizar al suicida ni resaltar sus defectos. Solo procede intuir las razones que le llevaron a huir a las tinieblas.

Quedémonos con la idea de que algunas veces las culpas se pagan con un condigno castigo, y más frecuentemente es el remordimiento el que nos roba el sueño y nos hace vivir pesadillas.

No hay comentarios: