sábado, 1 de julio de 2017

España diferente



La frase “España es diferente” que fue atribuida a Fraga como un eslogan turístico vale también para designar ciertos aspectos de nuestra idiosincrasia. Me refiero concretamente a la permanencia de actitudes y juicios −mejor diríamos prejuicios− sobre la guerra civil y la dictadura subsiguiente. Habiendo transcurrido ochenta y un años desde el comienzo de la contienda fratricida, mal llamada cruzada, sigue siendo un tema tabú, capaz de encrespar los ánimos y hacer difícil una conversación serena y desapasionada entre amigos de distinta ideología.
Buena parte de la culpa la tienen los gobiernos que surgieron de la transición política que, por un lado le prestan escasa atención en los textos escolares, en los que existen muchos espacios en blanco, y por otro, cierran a cal y canto los archivos históricos a los investigadores, los cuales han de valerse de los documentos desclasificados por otros países. En gran parte de los Estados de nuestro entorno existen leyes con determinación de plazos que oscilan entre 25 y 50 años para hacer públicos documentos clasificados. En España se tramitó en 1968 la discusión parlamentaria de la Ley de Secretos Oficiales sin que los legisladores se pusieran de acuerdo en aprobarla e insertarla en el Boletín Oficial del Estado para su entrada en vigor. En la tramitación legal de esta cuestión España hace honor al eslogan citado. Muchos episodios de nuestra historia reciente permanecen oscuros por falta de información documentada que los ratifique o rectifique.
Esta carencia impide conocer cómo fueron gestionados determinados acontecimientos y las decisiones que los hicieron posibles, a pesar de afectar a nuestras vidas. Pongamos el ingreso de España en la OTAN como único ejemplo.
Si desde que lo dijo San Pablo se admite que la verdad nos hace libres, yo creo que también nos hará tolerantes, comprensivos, indulgentes, y ello nos predispondrá a una auténtica reconciliación cuando admitamos que quienes lucharon y murieron en los dos bandos dieron su vida por la patria en las trincheras o en la retaguardia con el propósito de que pudiéramos vivir todos en paz y armonía, independientemente de las opiniones que cada uno pudiera defender.
Tenemos el deber de conseguir que su sacrificio no haya sido en vano y terminar de una vez con la clasificación de caídos por la patria y enemigos de la patria, en la escasa medida en que aun podamos restituir el honor a los segundos, marcados por el olvido y el oprobio con que el régimen de Franco trató a los vencidos y los gobiernos que le sucedieron fueron ciegos y sordos ante el clamor de la injusticia.
A los del bando vencedor se les distinguió como excombatientes, caballeros mutilados y excautivos y se le otorgaron honores y privilegios para el empleo: para los perdedores, abandono e indiferencia por su futuro. Semeja desprecio añadido a la muerte la negativa a exhumarlos de las fosas comunes en que fueron arrojados, fuera de los cementerios. Suena a ensañamiento negar a los familiares el último consuelo de identificar a sus deudos y darles cristiana sepultura. No se trata de abrir viejas heridas sino de clausurar una etapa dolorosa de nuestra historia.
Es raro que sobreviva algún excombatiente, y también habrán fallecido la mayoría de sus hijos. No deberíamos demorar más la hora de la misericordia haciendo honor a la dedicación de este año proclamada por el Papa Francisco.

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