Tras la primera Guerra Mundial, el imperio
otomano fue uno de los que se desintegraron y perdió las provincias que forman
el Próximo Oriente, también llamado Oriente Medio por los ingleses, las cuales
pasaron a poder de Inglaterra y Francia y fueron origen de una serie de Estados
independientes –al menos teóricamente- cuyos límites fueron trazados arbitrariamente
por dichas potencias.
Para hacernos una idea aproximada de la
importancia geoestratégica de la región bastaría tener en cuenta los enormes
recursos de hidrocarburos, la presencia de los Santos Lugares y el canal de
Suez que comunica tres continentes, así como la fundación del Estado de Israel
que supuso un nuevo foco de tensión.
Desde el punto de vista político, la
democracia brilla por su ausencia y el respeto a los derechos humanos deja
mucho que desear. Hasta ahora, la excepción era Turquía que hacía posible la compatibilidad del Islam
con la democracia. Esta consideración ha cambiado desde que el 16 de abril se
aprobó un referéndum que transformó la
República parlamentaria en presidencialista y confiere al presidente
poderes que pervierten el principio de
la separación de poderes consustancial con el régimen democrático.
Concerniente a la religión, en
el Próximo Oriente predomina el islamismo con minorarías de las otras dos creencias monoteístas:
la judía en Israel y cristianas en Siria, Líbano, Irak, Palestina y Egipto. La
versión islámica chií, mayoritaria en
Irak, Irán y Bahrein acepta a Ali, yerno de Mahoma, como sucesor del profeta, y
la sunní que representa el 90% de la
población islamica, los considera herejes.
Para hacer aun más complicado el panorama,
los tres credos, que descienden del mismo tronco, veneran a Jerusalén como su ciudad sagrada: los
hebreos porque allí estuvo el templo de Salomón cuyas ruinas forman el Muro de
las Lamentaciones; los cristianos porque allí predicó y murió Jesucristo, el
fundador; y los musulmanes porque desde
allí subió al cielo Mahoma a lomos de un caballo. Para ellos es su tercera
ciudad sagrada, después de La Meca
y Medina. En Jerusalén, mover una piedra puede ser motivo de una guerra.
Con tantos elementos de conflicto que se
entrecruzan, no sorprenderá que la región sea el lugar políticamente más
inestable del planeta, que ha merecido nombres como avispero o barril de
pólvora en permanente peligro de
estallido.
Así lo acreditan las numerosas guerras,
revoluciones, golpes de Estado y magnicidios que en dicho territorio se han
producido, desde la segunda mitad del siglo XX. En 1947 fue proclamado el
Estado de Israel, lo que fue motivo de tres guerras con los árabes; en 1956
Egipto cerró el canal de Suez y provocó otra conflagración; en 1975 se inició
la contienda civil en Líbano; en 1979 estalló la revolución de los ayatolas en
Irán que obligó al Shah a huir del país; en 1980 empezó la guerra irano-iraki
que duró ocho años; en 1991 los estadounidenses invadieron Irak debido a que
este país había ocupado Kuwait; en 2003 se repitió la misma aventura y desde
entonces Irak vive en el caos con
atentados terroristas que no tienen fin.
El más reciente y actual de los conflictos
bélicos es la guerra civil siria iniciada en 2011. Transcurridos seis años
sigue viva, causando destrucción, decenas de miles de muertos y millones de
desplazados; unos trasladados a Europa y otros refugiados en los países vecinos
de Líbano, Jordania y Turquía. En esta contienda se enfrentan el ejército sirio, los rebeldes, los kurdos,
Al Qaeda, y los yihadistas del llamado Estado independiente que conquistaron
Mosul y fundaron el califato Islamista, además de la aviación rusa y
norteamericana. Detrás de los que se baten en el campo de batalla se esconden
Rusia, Estados Unidos, Arabia, Irán y Turquía que suministran a sus respectivos
aliados armas y dinero para que no se
logre el alto el fuego y continúe el derramamiento de sangre. No se puede pedir
más para que el conflicto se enquiste y
no se le vea final.
En resumen, se puede afirmar que el Próximo
Oriente produce más historia de la que puede soportar. Las pasiones están tan enconadas
que no se avizora la posibilidad de un acuerdo que devuelva la paz y la
estabilidad política. Lo que sí es seguro es que cuando llegue el silencio de las armas, el país
estará en la completa ruina, física y moral. La ONU da un ejemplo palpable de su incapacidad para
cumplir los fines que sus fundadores le asignaron. Salvo un milagro, el Próximo
Oriente seguirá siendo una fuente inagotable de noticias, y todas malas.
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