sábado, 1 de abril de 2017

¿Seremos inmortales?



    En su recta final, el pasado siglo dejó abierta una serie de líneas de investigación que auguran horizontes insospechados, preñados de esperanzas y amenazas implícitas a la vez. Aun cuando son muchas las ciencias que han progresado extraordinariamente, quizá ninguna aventaja a la Biología. La clonación de la oveja “Dolly”, la secuenciación del ADN,  o el descubrimiento de las células madre son otros tantos hitos promisorios de frutos fantásticos e imprevisibles, capaces de conmover los cimientos de la ética y, por supuesto, de revolucionar las costumbres y la forma de vivir.
    El logro de la fecundación “in vitro” y la utilización de células madre capaces de dar origen a cualquier órgano o tejido, crean la posibilidad de renovar nuestro organismo. Cuando se conozca mejor el mecanismo de la creación de nuevas células por medio de la división, podremos saber por qué desaparece esta función celular y se produce la vejez y la muerte.
    La manipulación de esta potencialidad haría posible la utopía de la inmortalidad y la eterna juventud. Sería la materialización del mito de Fausto. Un objetivo que parece estar fuera de lo posible y lo deseable. Hoy por hoy, las únicas células inmortales son las tumorales porque se dividen indefinidamente.
    Otra vía de experimentación se abrió con el estudio de los telómeros, que son los extremos de los cromosomas, y la enzima que los controla llamada telomerasa, descubierta en 1985 por la investigadora norteamericana Coral Greider, premio Nobel de 2009. Su discípula, María Blasco, directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), convirtió dicha enzima en su materia de experimentación, por su papel en la aparición del cáncer y en el envejecimiento, como ha constatado en ensayos con ratones en  los que ha visto que, reduciendo la telomerasa los roedores envejecen y mueren, y aumentándola,  surgen tumores. En caso de éxito de la manipulación, el primer objetivo podría ser el tratamiento de la vejez prematura.
    La duración de la vida matusalénica y el sueño de la eterna juventud pertenecen al reino de la ciencia ficción porque la muerte es el destino inexorable de todos los seres vivos, de modo que bien podría decirse que la característica esencial de la vida es la muerte. Es como si ambas nacieran juntas y fueran indisociables, por lo que una no se entiende sin la otra.
    No obstante, mirando al futuro nada puede descartarse dado el avance imparable de la ciencia y las consecuencias que pudieran derivarse de comprender el funcionamiento de los procesos celulares cuyo conocimiento sería como si el genio hubiera salido de la botella.
    Uno no puede por menos de sentir  inquietud, no por sí mismo, sino por los que nos sucedan, a consecuencia del progresivo descubrimiento de los secretos que tan celosamente guarda la naturaleza. Porque tales secretos serán otros tantos poderes en pocas manos que podrían hacer de ellos un uso indebido causante de muchos males. A lo lejos asoma un horizonte que puede ser de playa de ensueño o de un mar tenebroso.

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