En su recta final, el pasado siglo dejó
abierta una serie de líneas de investigación que auguran horizontes
insospechados, preñados de esperanzas y amenazas implícitas a la vez. Aun
cuando son muchas las ciencias que han progresado extraordinariamente, quizá
ninguna aventaja a la Biología. La
clonación de la oveja “Dolly”, la secuenciación del ADN, o el descubrimiento de las células madre son
otros tantos hitos promisorios de frutos fantásticos e imprevisibles, capaces
de conmover los cimientos de la ética y, por supuesto, de revolucionar las
costumbres y la forma de vivir.
El logro de la fecundación “in vitro” y la
utilización de células madre capaces de dar origen a cualquier órgano o tejido,
crean la posibilidad de renovar nuestro organismo. Cuando se conozca mejor el
mecanismo de la creación de nuevas células por medio de la división, podremos
saber por qué desaparece esta función celular y se produce la vejez y la
muerte.
La manipulación de esta potencialidad haría
posible la utopía de la inmortalidad y la eterna juventud. Sería la
materialización del mito de Fausto. Un objetivo que parece estar fuera de lo
posible y lo deseable. Hoy por hoy, las únicas células inmortales son las
tumorales porque se dividen indefinidamente.
Otra vía de experimentación se abrió con el
estudio de los telómeros, que son los extremos de los cromosomas, y la enzima
que los controla llamada telomerasa, descubierta en 1985 por la investigadora
norteamericana Coral Greider, premio Nobel de 2009. Su discípula, María Blasco,
directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), convirtió
dicha enzima en su materia de experimentación, por su papel en la aparición del
cáncer y en el envejecimiento, como ha constatado en ensayos con ratones en los que ha visto que, reduciendo la telomerasa
los roedores envejecen y mueren, y aumentándola, surgen tumores. En caso de éxito de la
manipulación, el primer objetivo podría ser el tratamiento de la vejez
prematura.
La duración de la vida matusalénica y el
sueño de la eterna juventud pertenecen al reino de la ciencia ficción porque la
muerte es el destino inexorable de todos los seres vivos, de modo que bien
podría decirse que la característica esencial de la vida es la muerte. Es como
si ambas nacieran juntas y fueran indisociables, por lo que una no se entiende
sin la otra.
No obstante, mirando al futuro nada puede
descartarse dado el avance imparable de la ciencia y las consecuencias que
pudieran derivarse de comprender el funcionamiento de los procesos celulares
cuyo conocimiento sería como si el genio hubiera salido de la botella.
Uno no puede por menos de sentir inquietud, no por sí mismo, sino por los que
nos sucedan, a consecuencia del progresivo descubrimiento de los secretos que
tan celosamente guarda la naturaleza. Porque tales secretos serán otros tantos
poderes en pocas manos que podrían hacer de ellos un uso indebido causante de
muchos males. A lo lejos asoma un horizonte que puede ser de playa de ensueño o
de un mar tenebroso.
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