Tras el final victorioso en la II Guerra Mundial,
Estados Unidos se vio convertido en la única superpotencia, en posesión
exclusiva de la bomba atómica y sin rival a la vista. Su economía representaba
casi la mitad de la mundial mientras Europa quedaba hecha unos zorros, la Unión Soviética destruida, Japón
desarmado y China sumida en su atraso secular.
Pero la historia es un proceso dinámico y
los cambios no tardaron en llegar. El primero fue la posesión por la URSS de armas nucleares en
1948 en detrimento del monopolio que ostentaba el gobierno norteamericano. A
partir de ahí se inicia la guerra fría con dos organizaciones militares
enfrentadas, la OTAN
y el Pacto de Varsovia, las cuales no podían atacarse por la amenaza implícita
de la destrucción mutua asegurada.
En su lugar ventilaron sus diferencias en
guerras periféricas en las que las dos naciones alimentaban a cada uno de los
bandos en lucha, con armas y dinero. Uno de los mayores conflictos bélicos tuvo
lugar en la península de Corea entre los comunistas apoyados por China y EE.UU
que terminó en 1953 con un armisticio (el tratado de paz sigue sin firmarse).
De él surgieron dos Estados: Corea del Norte y Corea del Sur, separados por el
paralelo 38. El ejército norteamericano hubo de retirarse, siendo la primera
guerra en que participaba sin ganarla.
El siguiente fracaso bélico se produjo en
Vietnam, de donde el mismo ejército salió de prisa y corriendo en 1975 para no
escenificar la derrota, después de haber sufrido 50.000 muertos sin conseguir
ningún objetivo.
Estas costosas aventuras pusieron en
cuestión el poderío norteamericano pero no erosionaron gravemente su capacidad
militar y un nuevo bandazo de la historia le devolvió la supremacía como
potencia sin rival. Sucedió en 1991 con la implosión del imperio soviético y la abolición del
Pacto de Varsovia. El sistema volvió a ser monopolar y muchas calificadas opiniones
pronosticaban que el XXI sería un siglo
de EE.UU.
Pero he aquí que el 11 de setiembre de 2001
se producían los atentados terroristas que estrellaron aviones contra las
torres gemelas de Nueva York y el Pentágono y ocasionaron varios miles de
muertos. El presidente George W. Bush, para castigar a los autores, instigados
por Al Qaeda dirigida por el árabe Bin Laden, residente en Afganistán, invadió
este país, olvidando la experiencia de la URSS que tras ocho años de combates tuvo que
abandonarlo sin cumplir los fines previstos.
Cuando se olvida la experiencia y se
persiguen los mismos fines con los
iguales medios, el fracaso está asegurado. En 2003 se repitió la aventura
con la invasión de Irak en que la victoria se logró pronto pero las operaciones
militares fueron sustituidas por la
actividad terrorista. El grueso de las tropas de ocupación se han retirado a
partir de 2013, mas lo mismo en Irak que
en Afganistán permanecen muchos efectivos cuya tarea imposible es defenderse de
los atentados y conseguir un mínimo de estabilidad política y su propia
seguridad. En el primero de ellos las cosas se complicaron aun más con la
interminable guerra civil siria en la que están implicadas varias potencias con
intereses contrapuestos.
Estamos ahora situados en una situación muy
distinta de la de 1945 y 1991. El mundo ya no es monopolar. Nuevas potencias
emergen para disputar la supremacía de EE.UU. Rusia aspira a recuperar su papel
y China e India son dos rivales con los que habrá que contar. Los tres poseen
importantes arsenales de armamento nuclear. No incluyo a la UE porque, si bien es un
gigante económico, en política no pasa de ser un enano enfrascada en sus
problemas internos agudizados por el “Brexit”.
A medida que crece la relevancia de los tres
países citados disminuirá la de Norteamérica. Incluso países de escasa
importancia desde el punto de vista geoestratégico se permiten desafiarla como
es el caso de Corea del Norte que, amparada por China, continúa realizando
ensayos nucleares y de misiles con la alarma consiguiente de Seúl y Tokio.
Como no podía por menos de ocurrir, el
desmesurado gasto a que obliga el papel de bombero, hace efectos en la
capacidad de dominio de un país por muy poderoso que sea. Sobre todo cuando las
necesidades crecen a mayor ritmo que el PIB, la pérdida de poder se hace
inevitable.
El presupuesto de defensa estadounidense equivale
al conjunto de todos los demás. Ser el número uno comporta muchos compromisos, más de los que el aumento
de los recursos permite sostener. Muchos imperios han caído como tales a consecuencia de haber perdido una guerra,
de lo que fueron víctimas Alemania, Austria, Hungría y Turquía, que encabezaron la lista de perdedores de la Gran Guerra. El caso de EE.UU
es diferente. Asistiremos a un proceso de descenso relativo lento y prolongado.
A ello contribuirán muchos factores, tales como estar en posesión de una moneda
mundial, el derecho de veto en el Consejo de Seguridad, disponer de armamento
nuclear y un nivel superior de desarrollo científico-técnico.
El cambio de un mundo monopolar a otro multipolar no asegura
una prolongada era de paz según nos muestra la historia, como se vio
antes de iniciarse las dos guerras mundiales. Siempre aparecerá un antagonista
que buscará por todos los medios la preeminencia.
Es de esperar una larga etapa turbulenta
con guerras regionales ante las cuales el líder mundial se debatirá en un
dilema: cuanto más intervenga en ellas más se debilitará, y si se abstiene, dejará de ser temido por sus competidores. Entre
tanto, estos incrementarán su influencia en la política internacional, y la
solución de los conflictos será imposible sin
su conformidad. Situaciones de este tenor las vemos ya, especialmente en el Medio
Oriente, donde los intereses en juego de Irán, Arabia y Turquía demoran el
acuerdo que ponga fin a la guerra siria
y devuelva la estabilidad política a la región, la más conflictiva de cuantas existen.
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