lunes, 23 de enero de 2017

Contratiempos de la buena suerte



    Aunque no siempre ha sido así, es lo cierto que desde hace muchos años, la lotería de Navidad es, con el turrón, indisociable de la fiesta con que los cristianos celebramos el nacimiento de Jesús en Belén.
    Los españoles soñamos hasta el 22 de diciembre que la veleidosa nos distinguirá ese día y que derramará sobre nosotros los frutos del cuerno de la abundancia en forma del anhelado “gordo”. Por más que las probabilidades de que el deseo se haga realidad son mínimas, cada apostante confía en ser el afortunado del azar. No importa que año tras año la ilusión vaya seguida del desengaño. La esperanza de convertirse en millonario de la noche a la mañana se sostiene incólume, y por ello tentamos la suerte una y otra vez, convencidos de que en la próxima la suerte no fallará.
    Lo único cierto, sin embargo, es que solo una de las partes que intervienen tiene asegurada la ganancia. Esto es, el Tesoro público, que se queda con el beneficio del sorteo y que desde el año pasado recauda  el 20% de los premios superiores a 2.500 euros. Su cuota no está sujeta al azar sino que depende de la cantidad de billetes vendidos.
    En caso de que usted juegue fuerte –si solamente adquiere participaciones, no se preocupe; no verá su vida alterada-  conviene que planifique qué va a hacer con la lluvia de millones que le puede caer del cielo, y piense en lo que no debe hacer, y sobre todo, cómo defenderse de lo que se le vendría encima.
    Lo mejor que podría hacer en tan singular supuesto sería contratar a un “negro” que se presente como el agraciado, que fue lo que urdió un ganador con un negro de verdad, de Gambia por más señas, el 12 de noviembre de 1994 en Calella de Mar, el cual se presentó como único acertante de un boleto premiado con 2.372 millones de pesetas, en tanto el verdadero ganador pasaba desapercibido.
    Si usted resultara ser el nuevo Creso en Navidad y pasase por alto el consejo, dispóngase a soportar las consecuencias. Su vida habrá dado un giro de 180 grados y notará que tiene más amigos de los que nunca pensó. La primera visita será la de los “chicos de la prensa” ávidos de dar la noticia y al mismo tiempo preguntarle qué piensa hacer con el dinero ganado. Prepare alguna respuesta más original que la consabida de cambiar de coche o emprender un viaje, que ya está muy vista. Junto con los periodistas vendrán los vecinos y compañeros de trabajo que esperan de usted “un detalle” que habrá de incluir como mínimo el descorche de cava.
    Estarán a la cola los comerciales de bancos para presentarle las ventajas que le ofrecen si les confía el depósito y cobro del premio. Aunque usted fuera un don nadie al que no habrían prestado mil euros, harán lo imposible para que se sienta importante en adelante.
    A partir de que su nombre aparezca en los medios su teléfono no dejará de sonar para darle la enhorabuena y también sugerirle las más extrañas propuestas de negocios seguros. Un pariente del que había perdido la memoria le recordará el cariño que siempre profesó a su familia, y comenzará a recibir cartas de entidades benéficas y religiosas con llamamientos a su sentido de la caridad cristiana para socorrer mil y una necesidades a su alcance. Capitanes de industria y expertos financieros se pelearán por hacerle llegar sus proyectos de fantásticas inversiones superrentables. En una palabra, se habrá convertido usted  en carnaza  de todas las especies conocidas de rapaces.
    Quienes no hubieran apostado o perdido lo jugado, consuélense pensando que habrán contribuido –aunque involuntariamente- a aliviar el déficit público que pende como la espada de Damocles sobre Hacienda. A veces hacemos el bien sin mirar a quién.
    Finalmente, después de lo vivido, nunca está de más el uso de la prudencia, porque no hay poco que no baste ni mucho que no se gaste y porque la suerte, al contrario del cartero, no acostumbra a llamar dos veces.

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