Allá por 2003 vivía en Madrid un matrimonio
formado por Atanasio Berdullas y Luz Rebolledo. Ambos eran padres de una pareja
de gemelas nacida en el siglo anterior cinco años antes.
La familia pertenecía a la clase media con
ingresos totales de 2.500 euros procedentes del sueldo del cabeza de familia
como empleado de banca y el de su esposa como peluquera esteticista. Pagaban un
alquiler de 350 euros y durante las vacaciones estivales se habían permitido el
año anterior ocho días en Canarias, lo mismo que otros muchos españoles de
rentas similares.
Con anterioridad al año indicado ya había
comenzado en España el auge de la construcción residencial, correspondido con
el sentimiento popular de poseer vivienda propia, estimulado por las
facilidades crediticias ofrecidas por las entidades financieras mediante la
concertación de hipoteca.
Atanasio y Luz se dejaron convencer por
otras parejas amigas para pasar de inquilinos a propietarios y pagar por
intereses y amortizaciones de los préstamos poco más de lo que abonaban por el
alquiler. El mismo ejemplo lo veían en
sus compañeros de trabajo de ambos cónyuges.
De común acuerdo, se pusieron en contacto
con una de las promotoras, y una vez establecido el precio negociaron con el
banco la subrogación de la parte que correspondía a su piso en la hipoteca que
el constructor había contratado con el banco prestamista. Se firmó el contrato por
importe del 100% del valor de tasación, incrementado en una cantidad para el
cambio de mobiliario que el banco les recomendó, todo ello a un interés
variable del Euribor más el 0,75%.
Durante varios años pagaron religiosamente
sus cuotas mensuales aun cuando en alguno hubieron de sacrificar el viaje de
vacaciones. La situación empezó a cambiar cuando a muchos miles de kilómetros
de distancia, en Nueva York, en setiembre de 2007, se descubrió que grandes
bancos habían comercializado paquetes de hipotecas basura y un año después, el
tercero por su importancia se declaró en quiebra. Así se desencadenó la crisis
que nueve años más tarde todavía sigue
viva. La reacción de las entidades financieras fue suspender la concesión de
créditos, la fiebre constructora estalló como una burbuja y en 2009 la economía
entró en recesión. Ello supuso el cierre de negocios, quiebras
empresariales, y como lógico resultado, el
paro creció en forma exponencial. Nuestro hombre se vio envuelto en un ERE
(expediente de regulación de empleo) y a sus 45 años perdió su única fuente de
ingresos, su trabajo con solo la prestación temporal por desempleo. Durante
este tiempo la familia sobrevivió hasta 2012 con la prestación social y el
sueldo de la esposa aun cuando la empresa donde trabajaba sufrió una sensensible
pérdida de negocio que le impuso un
recorte de sueldo bajo amenaza de despido.
Situada la familia en esta dramática
situación, llegó un día en que no pudo hacer efectivo el pago de las cuotas
hipotecarias por mucho que restringiera sus gastos de consumo. Pasados seis
meses de impago, a instancias del banco, el Juzgado le comunicó que en el plazo
de quince días se procedería al
lanzamiento, fecha que coincidía con la víspera de Navidad. Personado Atanasio
en el banco, le comunicaron que además de perder las amortizaciones efectuadas, quedaba
debiendo 20.000 euros por diferencia entre el valor de tasación del piso y el
precio actual de mercado. Ante tal ultimátum no es posible imaginarse la
angustia que se apoderó del matrimonio y sus hijas. Después de muchas ideas en
busca de solución, optaron por
trasladarse a la casa de sus suegros, los padres de Luz.
En medio de tales apuros y apremios se
consolaban pensando que el refugio de sus padres les había salvado de quedarse
en la calle como les ocurrió a otras familias en trance similar.
Consumado el desalojo, Atanasio sentía querencia
por la vivienda que había habitado muchos años, y a menudo, de paso al INEM, la
contemplaba vacía y deshabitada y se preguntaba qué clase de delitos había cometido
para sufrir tantos zarpazos y qué beneficio obtenía el acreedor sin encontrar
comprador y expuesto a que en cualquier momento
terminase sirviendo de alojamiento de grupos de “okupas”.
1 comentario:
Muy bien expuesto. ¡Que cruda es la realidad!
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