No
exagero si digo que nunca hasta ahora había despertado tantas expectativas y temores la llegada de un nuevo inquilino de
la Casa Blanca,
como la del electo Donald Trump, un tipo estrambótico, al que se le dedican
toda clase de calificativos menos el de sensato. Él hizo realidad el sueño
americano de que cualquiera puede llegar a ser jefe de Estado. Sus
declaraciones a través de Twitter antes de tomar posesión –está previsto que lo
haga el 20 de enero próximo- han sembrado de inquietudes a las cancillerías de
medio mundo, pues no en vano se trata del mandatario de la primera potencia
mundial.
Tampoco la selección que ha hecho de sus
colaboradores más próximos como miembros de su gabinete –un club de millonarios
extremistas como él, sin experiencia en las áreas que van a dirigir- avalan el
optimismo. Es como si se anunciase la entrada de un elefante en una
cacharrería. Trump ha proferido tantas
amenazas y advertencias conminatorias, que uno se pregunta si algún
Estado se ha quedado libre de ellas.
Empezando por sus vecinos, insultó a México
y le advirtió que expulsaría a once millones de inmigrantes irregulares y que
construirá un muro fronterizo que pagarán los mexicanos. A Canadá, que propondrá
la renegociación del Tratado de Libre comercio.
Si proyectamos nuestra mirada sobre el
Pacífico, la amenaza la dirigió a China a la que anunció que reducirá las
importaciones y que restringirá el comercio internacional, cuestión que afectará
también a Japón, Corea del Sur y Vietnam, entre otros países. Ello significaría
una política totalmente opuesta a la de su predecesor, volcado en mejorar las
relaciones con los Gobiernos de ese continente. Trump hizo hincapié en que no
mantendrá el actual no reconocimiento de
Taiwán como Estado independiente. Ello constituye una línea roja para China que
considera la isla como una provincia
rebelde. Y una temeridad al no tener en cuenta que Pekín es el mayor inversor
en bonos de Estados Unidos.
Y nos trasladamos a Europa. Aquí la advertencia
va dirigida a los socios europeos de la
OTAN, a los que exigirá una mayor participación en los gastos
de la Alianza. La
acogida no puede ser más fría y
reticente a causa de los problemas ocasionados por la crisis económica que se
traducen en un crecimiento anémico, el
rechazo popular al aumento del presupuesto de Defensa y recortes drásticos en
prestaciones sociales.
La única nación a la que ofreció un ramo de
olivo fue Rusia y su presidente Wladimir Putin el cual le correspondió con una
cálida felicitación por su victoria electoral. Sin embargo, el líder ruso no
debe sentirse muy confiado a juzgar por sus palabras en una reunión de la
cúpula militar: “Rusia es más fuerte que cualquier agresor” y añadió que “el
potencial de combate de las fuerzas nucleares estratégicas se ha reforzado, sobre todo con equipos de misiles que superan
de forma garantizada los sistemas de defensa antimisiles existentes y los que
puedan existir en perspectiva”. El último párrafo sin duda trata de avisar a
Washington en relación a su proyectada “guerra de las galaxias” en la que ya
han invertido cuantiosos recursos con resultados poco satisfactorios.
Los planes de ambas potencias hacen temer incluso una reanudación de la guerra fría.
En resumen, si el presidente electo
convirtiera en hechos sus baladronadas, su país cosecharía nuevos enemigos y
perdería muchos de sus amigos o aliados, lo que es la antítesis de lo que los
pueblos esperan de sus gobernantes. Si lo que conocemos como el “establishment”
y los contrapoderes no consiguen hacer entrar
en razón a Trump, su llegada a la Casa
Blanca podría ser el anuncio de inquietantes acontecimientos.
Que Dios nos coja confesados, como se decía en tiempos pasados.
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