Tal día como hoy -10 de diciembre de 2016-
se cumplen 68 años de la solemne
proclamación por la Asamblea
de Naciones Unidas de la Declaración
Universal de Derechos Humanos; un documento que fue llamado la Carta Magna de la Humanidad.
Sus antecedentes son muy antiguos, pero los
más directos comienzan con la declaración de independencia de Estados Unidos en
1776 y la de derechos del hombre y del ciudadano promulgada por la Revolución Francesa
el 26 de agosto de 1789.
Aun cuando la Declaración de 1948 no
obliga a los firmantes, muchas constituciones se han inspirado en ella, entre las
cuales está la española de 1978, con lo cual forman parte del ordenamiento
jurídico.
El contenido comprende 30 artículos
fundamentados en siete considerandos, el primero de los cuales reza así:
“Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo, tienen por
base los derechos iguales e inalienables
de todos los miembros de la familia humana”. Igual de expresivo es el texto del
artículo primero: “Todos los seres humanos
nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de
razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
En él están expuestos los principios básicos de la Revolución Francesa:
igualdad, libertad y fraternidad.
Los derechos que enuncia la Declaración pueden ser
ampliados, y de hecho, con posterioridad, la ONU ha aprobado nuevos códigos como la Convención sobre los Derechos
del Niño promulgada el 20 de noviembre de 1989, y el mismo organismo internacional
habrá de incluir otros como
puede
ser el derecho a la privacidad o el de la vivienda y un trabajo dignos. El
primero está amenazado por los modernos medios de comunicación y los dos
restantes, aun cuando están recogidos en nuestra Carta Magna, no tienen más
valor que el una declaración programática sin plasmación en leyes de obligado
cumplimiento
Lamentablemente, los derechos humanos no se
cumplen íntegramente en parte alguna, si bien existen notables diferencias en
el grado de vigencia entre unos países y otros. En muchos, ni siquiera es
conocida la consabida Declaración. A pesar de su carácter universal, mucha
gente no es consciente de sus derechos, ni son respetados por las autoridades.
La gran mayoría de la población no es sujeto de derecho, y en algunos casos de
supuestos paladines, se mantiene la pena capital que atenta contra el
primero y más fundamental de los
derechos, el que hace posibles todos los demás.
Volvamos al escenario más próximo, nuestro
país. En él se reconocen y respetan legalmente los derechos proclamados en la
Declaración, pero se producen situaciones de desigualdad, pobreza y
delincuencia que no se corresponden con el espíritu que inspira aquélla:
familias que carecen de ingresos, pobres sin techo, violencia de género, etc., situaciones
todas ellas donde están ausentes tanto la libertad como la igualdad y la
fraternidad.
Para que esas injusticias desaparezcan es
necesario que la gente conozca el texto aludido y se promuevan leyes “ad hoc” y
que en los planes educativos se fomente la lectura y discusión de la Declaración que hoy
conmemoramos a fin de que los alumnos se preparen para ser futuros ciudadanos exigentes
de sus derechos y cumplidores de sus deberes.
La Declaración enumera los requisitos mínimos
exigibles para que el mundo sea un lugar
más habitable. Lo que no podía es fijar plazos para alcanzar sus objetivos.
Ello explica que aparezcan en un horizonte lejano, pero siempre estará ahí como
una meta de referencia tan deseable como necesaria.
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