Fernando Trueba, director de cine, se queja del boicot de su película “Reina de
España” y se considera víctima de una especie de inquisición. La situación
tiene su origen en unas declaraciones del cineasta el 23 de setiembre de 2015
cuando recogía en San Sebastián
(Donostia) el Premio Nacional de
Cinematografía, en las cuales profirió frases como estas: “Siempre he pensado
que en caso de guerra, yo iría siempre con el enemigo. Nunca me he sentido
español, ni cinco minutos”.
No me parece razonable el boicot de una
película o cualquier otra obra de arte sin atender a sus valores, y en todo
caso, cada cual obrará según su criterio
y conciencia y hasta habrá alguien que decida bajarla de Internet por no
aumentar los ingresos del citado director.
Dicho esto, es innegable que las
expresiones del señor Trueba fueron despectivas, impropias y desafortunadas,
tanto por el significado de las palabras en sí como por las circunstancias en
que se realizaron: pronunciadas mientras recibía un premio de la Administración española
semeja un insulto gratuito, como escupir en la mano que le da el pan, y hacerlo
en el País Vasco, donde solo las huestes de Bildu, si estuvieran presentes,
podrían aplaudirlas. Si la intención que las inspiraba tenía un sentido jocoso,
ocasión tuvo de explicarlo en el mismo acto. ¿Cómo esperaba el autor que fueran interpretadas por los
oyentes? Cualquier persona sensata que hable en público debe de prever la
reacción de los destinatarios, y al
cineasta en cuestión, por edad, profesión y experiencia, esa capacidad
se le supone.
Ser español o chino no puede ser motivo de
orgullo ni culpa, por cuanto nada se ha hecho por conseguirlo. Todos nacemos en
algún lugar, pero depende de donde se encuentre la madre en el momento de dar a
luz.
El episodio que ha sido objeto de este comentario me induce a sacar a colación
la actitud de un cierto sector, generalmente joven y tendencia progre para el
cual un gesto de alabanza a la patria o
sus símbolos, como el himno nacional o la bandera, bien sea por afinidades
nacionalistas, bien sea por considerarlo signo de progresía lo rechazan, como
si fuera una moda despotricar contra el país en que vivimos. Para ellos el amor
a la patria española es un pecado nefando.
Por esta inexplicable oposición, si alguien
exhibe la bandera española puede atraerse el calificativo de “facha”. Quien
esto hace olvida que esa insignia nos representa a todos y que por defenderla y
defendernos, muchos han dado su vida para que pudiéramos habitar un país que,
pese a
sus imperfecciones, ha hecho una transición política admirada en el
exterior, que vive en democracia y respeta los derechos humanos en medida
semejante a cualquier otro con el que pudiera compararse.
Parece oportuno recordar que en solar
hispano nacieron personajes como Velázquez, Goya, Picasso, Falla, Ortega y
Gasset, Ramón y Cajal y otros muchos que
engrandecieron su patria y nunca la despreciaron ni negaron su origen, aunque
vivieran en el extranjero o quizás por eso mismo, porque a distancia se valora
más lo que no se tiene. Cualquier nación tiene aspectos buenos y mejorables,
pero además España tiene un valor especial: que es el nuestro.
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