Estamos inmersos en una revolución
permanente, pacífica y silenciosa que nos depara frecuentes novedades y ha
alterado nuestra forma de vida, sin saber a donde puede conducirnos. Su origen
puede datarse alrededor de 1968, sin
olvidar que sus raíces arrancan de tiempo atrás, y de manera especial a
partir de la posguerra de 1945.
Quienes hemos acumulado muchos
inviernos, cuando miramos a nuestro
derredor nos asombramos de la cantidad y profundidad de los cambios sobrevenidos, de modo que
cuando lo comentamos con nuestros nietos,
les parece que hablamos de un mundo de
ficción, inexistente, creado por nuestra imaginación. Cuesta creer que otro
tanto sentirán ellos al asistir a las muchas transiciones que les esperan y con
una frecuencia más acentuada dado que la
velocidad de los acontecimientos será mayor en adelante.
Y no nos referimos aquí y ahora a los avances técnicos que ponen a nuestro alcance prodigiosos elementos con prestaciones
inimaginables, sino a la magnitud de los conocimientos que hemos adquirido así
en el campo macroscópico como en el microscópico, tanto en astronomía como en
nanociencia, todo lo cual es promesa de nuevos inventos.
Las transformaciones a las que hemos
asistido han afectado también a la sociedad. La que hoy contemplamos ha
adoptado formas y fórmulas inéditas que
han influido en hábitos y
costumbres, de modo que no se corresponden con los de antes. No nos vestimos
igual que nuestros padres, no nos alimentamos como antes, no trabajamos igual,
no nos divertimos igual y hasta las guerras se libran de forma diferente.
Desde el punto de vista demográfico,
tenemos una esperanza de vida al nacer que pasó de 35 años a principios del
siglo XX a 82 ahora, cifra que se supera
año tras año. La tasa de natalidad que por aquellas fechas era de 36 por 1000
habitantes, bajó a 13. En consecuencia, el crecimiento natural es negativo y no
ofrece expectativas de revertirse al haber variado las condiciones sociales. El
grado de envejecimiento es un hecho sin
precedentes. Otro aspecto reseñable es la merma de la población activa y
el crecimiento del censo urbano, con el consiguiente despoblamiento de buena parte
del territorio. Se altera la estratificación social, cambia la densidad de
población y el crecimiento de las ciudades incrementa problemas como el paro,
afectado por la automatización y la digitalización de la economía.
Uno de los signos más notables de la
evolución social en Occidente es el reconocimiento de los derechos de la mujer
en igualdad de derechos con el hombre. En el recorrido se han quemado muchas
etapas pero aun habrá que recorrer otras para llegar a la meta que contemple la
condición de la mujer como madre, como trabajadora y como ciudadana.
En el mundo del entretenimiento las costumbres varían con frecuencia.
Los toros van de capa caída y en su
lugar hoy priman los espectáculos multitudinarios de los que son ejemplo
elocuente los partidos de fútbol (un invento inglés del siglo XIX) y los
conciertos de cantantes de moda que reúnen decenas de miles de espectadores,
“fans” como ahora se les designa. Marcar goles y editar discos se han revelado
como la clave mágica para conseguir fama
y dinero en poco tiempo.
Adivinar el futuro es una tentación que
acomete a quien ejerce la función pensante, pero la realidad suele desmentir a
los profetas. Hay un hecho, sin embargo, en el que es fácil acertar; el mundo
seguirá cambiando y cada vez más velozmente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario