Ser diputado en el Congreso es un cargo
envidiable por muchos conceptos que solo está al alcance de 350 elegidos cada
cuatro años, aunque algunos afortunados se las arreglan para repetir. Aquí se cumple
el dicho de que son muchos los llamados y pocos los escogidos. Son empleos
importantes por los honores y prebendas que comportan. Es un honor representar teóricamente a 131.428 conciudadanos, resultado de
dividir el número de 46 millones de
españoles entre los 350 escaños, y es deseable también por las retribuciones
que le corresponden y los complementos adheridos que detallaré más adelante.
Nada extraño, por tanto, que sean numerosos
los aspirantes, toda vez que las condiciones exigibles se reducen a ser mayor
de edad y carecer de antecedentes penales. El requisito indispensable, real
pero no escrito, es estar bienquisto con
el político que hace las listas de candidatos que suele coincidir con el jefe
máximo del partido político. No hace falta estar en posesión de de ningún título académico o profesional, si
bien en la práctica suele designarse a licenciados en Derecho o Ciencias
Políticas como materias más afines a la gestión de los asuntos públicos. Sin
especial bagaje intelectual se puede llegar a jefe del gobierno. No hace falta
ganar oposiciones sino sumar voluntades y tener madera de líder.
La función de los diputados es la
elaboración de leyes y además, los de la oposición ejercen el control del Gobierno. Tarea aneja
al cargo es la de aplaudir las intervenciones
de los portavoces propios y de los ministros si pertenecen al mismo
partido.
Para remunerar tan compleja labor, el
diputado percibe 3.125 euros al mes que, sin ser una gollería, equivale a más
del doble del salario medio, y no digamos del salario mínimo. A lo que
llamaríamos sueldo del diputado raso se suman los complementos, que son muchos y variados; dietas de viaje de
120 euros en el interior del país y 150 en el extranjero; si el viaje se
realiza en avión es gratis en categoría business, 300 euros al mes para
desplazamientos en taxi, indemnización por no residir en Madrid, utilizar la
cafetería del Congreso a precios subvencionados; sobresueldos desde el
presidente –actualmente presidenta– a vicepresidentes, portavoces,
viceportavoces, presidentes de comisiones, etc.
En el capítulo de privilegios, nuestros
representantes disfrutan de los siguientes: compatibilidad de la dedicación
exclusiva con determinadas actividades privadas (clases, conferencias, tertulias
mediáticas), ausencia de control laboral, disponibilidad de iPad e iPhone y
ordenador portátil, pensión máxima asegurada al cumplir 65 años habiendo
cotizado siete años (a los trabajadores se les exigen 35). Finalmente, están
sujetos a aforamiento. La lista no es exhaustiva pero es suficientemente
expresiva. Para mayor detalle consúltese la web “Privilegios de los
políticos.com”
Cuando el parlamentario pierde su acta
puede elegir entre varias opciones; retornar a su ocupación anterior, acceder a
otro cargo político (eurodiputado, senador, ejecutivo de un organismo oficial)
o utilizar el mecanismo de las puertas giratorias sin solución de continuidad.
La elección dependerá de que el interesado
haya conservados sus amistades o cultivado otras nuevas.
El significado de la democracia es el
gobierno del pueblo, pero con frecuencia, gobernantes y gobernados viven en
planos diferentes, excepto durante las campañas electorales en que los primeros
buscan el aplauso –y sobre todo los votos- de las multitudes, sin distinción de sexo, edad o
condición. Entonces los candidatos
visitan los mercados y se interesan por los precios del pescado. Una vez
instalados en sus poltronas, la distancia
entre ellos y los ciudadanos corrientes se vuelve insalvable.
Bien está que los diputados reciban una
remuneración razonable -no me atrevo a
calificarla de digna porque es un término demasiado impreciso- que puede ser el
triple o más del salario medio pero no sería pedir demasiado que
prescindieran de sobresueldos de difícil
justificación, y sobre todo de privilegios que les separan del resto de los
mortales. Quienes escogen libremente dedicarse a la función pública no deberían
adjudicarse ventajas injustas sobre los
demás. Bien al contrario, les honraría ser ejemplo de altruismo, equidad,
civismo, morigeración y sobriedad. En todo caso, las retribuciones que perciban
deben ser aprobadas con luz y taquígrafos y con conocimiento de los ciudadanos
y contribuyentes.
El hecho de que estos deseos no tengan
reflejo en la realidad es causa del
disgusto con que los españoles juzgamos a la clase política y ello explica que
hayan surgido nuevos partidos de tinte populista en las elecciones del 20-12
que quebraron el bipartidismo y prometieron practicar una nueva política distinta de la de “la
casta” en la que encasillaron a los partidos tradicionales, y prometieron resolver los problemas del país de forma que
preservarían el Estado de bienestar.
Ciertamente, acertaron en el diagnóstico,
lo que propició su ascenso electoral, pero propusieron remedios de discutible
viabilidad, y sorprendentemente, no
ofrecieron eliminar la selva de privilegios y sobresueldos con lo que la “nueva política” no se
distingue de la vieja. La excepción la protagonizó la UPyD al proponer la renuncia
de las ventajas y beneficios que acumulan los llamados servidores públicos,
pero el proyecto naufragó por la oposición de los colegas parlamentarios, entre
ellos quienes no tuvieron empacho en aprobar el Decreto-Ley de Reforma Laboral que privó a millones de
trabajadores de derechos adquiridos. Está visto que no es lo mismo predicar que
dar trigo.
1 comentario:
Lo de las puertas giratorias, sin solución de continuidad, es muy significativo. Si, sin duda, hay que eliminar prebendas, privilegios que son humillantes para el trabajor normal.
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