Los referendos, como las armas, los carga
el diablo. Así debió de pensar el primer ministro británico, David Cameron, al
conocer el sorprendente resultado de la consulta electoral que convocó sin que
nadie se lo pidiera. Como organizador, estableció las condiciones, la fecha y
la pregunta. La mayoría de los electores dieron una respuesta distinta de la
que él esperaba y de la que pronosticaban las últimas encuestas. Puede decirse
que le salió el tiro por la culata, y frente a su propósito de mantenerse en el
poder, sus conciudadanos le expulsaron del Gobierno.
Al parecer, entre quienes inclinaron la
balanza por la salida del Reino Unido de la UE, predominaron los habitantes del rural y los
mayores, esto es, los perdedores de la crisis, que votaron con el corazón y no
con la cabeza, sin pensar en las consecuencias de su decisión, tal vez como
protesta frente a los políticos, más preocupados por la conservación de sus
privilegios que por los problemas y agobios de la gente corriente.
Tras el resultado, la sociedad británica
quedó dividida en dos partes iguales. Los efectos irreversibles del “Brexit”
los iremos conociendo poco a poco, al compás de las negociaciones en torno a la
separación. De inmediato, hemos visto el desplome de las bolsas, corregido en
parte después, la devaluación de libra esterlina, el descabezamiento de la
cúpula del partido conservador, y lo que es peor, se avivaron las pulsiones
xenófobas contra los inmigrantes. Cameron se vio forzado a dimitir, el
exalcalde de Londres, Boris Johnson, que aspiraba a sucederle, renunció por no
sentirse apoyado, Jeremy Corbyn, líder laborista acusado de defender el “in”
con poca convicción, se encontró con una rebelión en su partido, y por último,
el presidente del partido antieuropeista UKIP, Nigel Farage, que protagonizó la
campaña del “out” también dimitió para que otros gestionaran la nueva etapa
“post Brexit”.
A más largo plazo se abre un proceso que
promete ser lento y doloroso para ambas partes. Malo para la UE que pierde su mayor socio
después de Alemania. El FMI calcula que el divorcio británico causará a la Eurozona una pérdida de
cinco décimas del PIB entre 2016 y 2018. El coste para Gran Bretaña se estima
superior. La City
londinense peligra y el crecimiento económico se ralentizará, pero será más
grave aun el riesgo de que Escocia, Irlanda del Norte y Gales, donde la mayoría
de los electores optaron por el “in” sientan la tentación de declararse
independientes, con lo que el Reino Unido
debería cambiar el nombre por el de Reino Desunido.
Millones de ciudadanos pidieron la
repetición del referéndum, mas el paso dado es irreversible, y como suele
decirse, a lo hecho pecho. La culpa de lo ocurrido corresponde a los políticos
irresponsables que embarcaron a la gente en un viaje sin retorno ni rumbo fijo,
sin prever los escollos que aparecerían en la singladura.
El proceso negociador arrancará con la
comunicación oficial del Reino Unido de causar baja como socio, y las
conversaciones se pueden dilatar dos años o más
con arreglo al artículo 50 del Tratado de la UE introducido por el Tratado
de Lisboa que establece los trámites de la desconexión en cuanto al marco de sus
relaciones con la Unión. El
acuerdo a que se llegue no requiere la unanimidad, pero sí la mayoría
cualificada y la aprobación del Parlamento Europeo. Mientras el acuerdo no
entre en vigor, los Tratados y el resto del ordenamiento jurídico de la UE continuarán
aplicándose en Reino Unido.
Las
lecciones extraídas del “Brexit” y su
posible aplicación a un hipotético
“Catalánexit” es que un referéndum
forma parte de un proceso complejo, de consecuencias impredecibles e
imprevisibles, una de las cuales es la
división que introduciría en la sociedad con la partición de los
españoles en Cataluña y de los catalanes en España y su consideración como
extranjeros. Por lógica, las condiciones deberían ser acordadas por ambas
partes, tales como el texto de las preguntas planteadas, la proporción de la
mayoría válida, la reversibilidad o irreversibilidad del resultado, en qué
plazo y como se resolvería la transición, como se repartiría la deuda pública y
como se pasaría de la moneda común a la de nueva creación en Cataluña. Por
mucho que los negociadores analizasen los distintos aspectos, sería imposible determinar
de antemano el planteamiento, ejecución y desarrollo del plan. Sería normal estudiar
los diferentes aspectos de las consultas de Canadá y Escocia y la que ofrecerán
las negociaciones entre Londres y Bruselas. Pero aun así, habría que contemplar
la aparición de incidentes y situaciones
inéditas, porque cada una tiene sus
especificidades que lo distinguen de los demás. Sin olvidar que las posiciones
no serían fácilmente armonizables, como ocurre en todo divorcio, al estar en
juego muchos intereses y sentimientos. En total elementos de juicio más que suficientes
para que los independentistas de turno
se lo piensen no dos veces sino mucha más para no tener que arrepentirse.
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