lunes, 8 de febrero de 2016

Europeos de primera



    En una época como la nuestra, en la que naciones de gran extensión impulsan la abolición de las fronteras para formar unidades políticas de mayor tamaño, cual es el caso de la UE, resulta sorprendente y pintoresco que unos cuantos países liliputienses, ubicados dentro de los límites geográficos europeos se mantengan incólumes, ajenos a las corrientes unificadoras, y conserven su soberanía nacional respetada por todos, como si su pequeñez fuera la garantía de su supervivencia.

    Estos microestados son, de mayor a menor, los siguientes: Andorra de 468 km2 y 64.000 habitantes; Liechtenstein 160 km2 y 32.000 habitantes; San Marino 61 km2 y 24.000 km2; Mónaco de 1,6 km2 y 32.000 habitantes; y Ciudad del Vaticano de 0,44 km2 y 1.000 habitantes.

    En total, los cinco microestados ocupan una superficie de 697 km2, inferior a la quinta parte de la más reducida de las provincias españolas.

    Cada uno tiene un origen y “status” especiales, siendo todos ellos enclaves geográficos de difícil justificación racional. Andorra obtuvo su independencia en 1278 por obra del obispo Poncio de Villarmunt, y actualmente constituye un coprincipado cuya jefatura de estado se reparten el presidente de la República francesa y el obispo de la Seo de Urgel. Un régimen “sui generis” por demás.

    Liechtenstein es un principado fundado hace 1608 por Carlos I, de lengua alemana y religión católica, regido por una monarquía hereditaria, representado en el exterior por Suiza.
    Mónaco se convirtió en posesión de los Grimaldi (que siguen ocupando el poder) en 1419. Fue protectorado español en el siglo XVI, anexionado por Francia en 1793 y de nuevo independiente en 1961. Se habla francés e italiano y predomina la religión católica.
    Ciudad del Vaticano es sede del Papado desde 1377, quedando anexionada por Italia en la segunda mitad del siglo XIX tras la unificación del país. Recuperó su independencia en 1929 en virtud de los Pactos Lateranenses .firmados por el Papa Pío XI y el “Duce” Benito Mussolini. Es el único Estado teocrático del mundo, gobernado por una Comisión Papal.
    Excepto este último, los cuatro restantes son refugio de millonarios, atraídos por la opacidad fiscal que disfrutan. Además de los beneficios que les proporciona su condición de paraísos fiscales, los cinco tienen como fuente común de ingresos públicos el turismo y la emisión de sellos postales que apenas se usan para franqueo sino que son vendidos a los coleccionistas filatélicos.
    Además, cada uno de estos curiosos países explota formas específicas de negocio: Andorra, el contrabando; Liechtenstein sirve de domicilio fiscal a millares de empresas extranjeras; el Vaticano vende objetos y recuerdos religiosos; y Mónaco explota el juego en sus casinos.
    Gracias a tan lucrativos negocios, todos disponen de una renta per capita muy superior a la media de la UE.
    Las singularidades no son solo las dichas. Cada microestado tiene las suyas. Andorra no tuvo una Constitución ni firmó la Declaración Universal de los Derechos Humanos hasta 1993, y Montecarlo aumentó el 20% de su territorio arrebatándoselo al mar. El Vaticano está mayoritariamente poblado por hombres, tiene como lengua oficial el latín, una lengua muerta, y mantiene una guardia de suizos armados y vestidos a estilo medieval; y Liechtenstein no reconoció el derecho al voto de las mujeres hasta 1983. En todos, los extranjeros superan con creces a los nacionales y la nacionalización está sumamente restringida. A medida que mejora el bienestar de la UE ellos son los primeros beneficiarios sin que tengan que mover un dedo. Sus habitantes son unos auténticos europeos de primera.

    No es extraño que muchos nos preguntemos qué sentido tiene seguir amparando la pervivencia de estos singulares entes políticos, verdaderos anacronismos históricos que facilitan el fraude fiscal y otorgan privilegios a un reducido grupo de familias, sin otro mérito que haber nacido en estos Estados de opereta.
    Los cinco países liliputienses no son los únicos que se benefician de la prosperidad de la UE. Dos países más, europeos, Luxemburgo y Suiza, disfrutan de un “status” singular que les convierte en europeos de primera.
    El primero es miembro fundador de la UE y tiene la renta per capita más alta de todos, es sede de muchos fondos de inversión y de multinacionales al amparo del tratamiento fiscal favorable que reciben. El sector financiero proporciona el 40% de su PIB.
    En cuanto a Suiza, obtiene cuantiosos dividendos de su neutralidad centenaria. No se integró en la ONU pero alberga muchas de las agencias internacionales. Su institución más preciada es el secreto bancario que permite blanquear el dinero más sucio del mundo, y ya blanqueado transferir una parte a fondos de inversión luxemburgueses para que las agencias tributarias no se enteren.
    Son anomalías históricas que ejercen efectos socioeconómicos sobre las naciones más ricas cuyos Gobiernos miran para otro lado.

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