En una época como la nuestra, en la que
naciones de gran extensión impulsan la abolición de las fronteras para formar
unidades políticas de mayor tamaño, cual es el caso de la UE, resulta
sorprendente y pintoresco que unos cuantos países liliputienses, ubicados
dentro de los límites geográficos europeos se mantengan incólumes, ajenos a las
corrientes unificadoras, y conserven su soberanía nacional respetada por todos,
como si su pequeñez fuera la garantía de su supervivencia.
Estos microestados son, de mayor a menor,
los siguientes: Andorra de 468 km2 y 64.000 habitantes; Liechtenstein 160 km2 y
32.000 habitantes; San Marino 61 km2 y 24.000 km2; Mónaco de 1,6 km2 y 32.000
habitantes; y Ciudad del Vaticano de 0,44 km2 y 1.000 habitantes.
En total, los cinco microestados ocupan una
superficie de 697 km2, inferior a la quinta parte de la más reducida de las
provincias españolas.
Cada uno tiene un origen y “status”
especiales, siendo todos ellos enclaves geográficos de difícil justificación
racional. Andorra obtuvo su independencia en 1278 por obra del obispo Poncio de
Villarmunt, y actualmente constituye un coprincipado cuya jefatura de estado se
reparten el presidente de la República francesa y el obispo de la Seo de Urgel.
Un régimen “sui generis” por demás.
Liechtenstein es un principado fundado hace
1608 por Carlos I, de lengua alemana y religión católica, regido por una
monarquía hereditaria, representado en el exterior por Suiza.
Mónaco se convirtió en posesión de los
Grimaldi (que siguen ocupando el poder) en 1419. Fue protectorado español en el
siglo XVI, anexionado por Francia en 1793 y de nuevo independiente en 1961. Se
habla francés e italiano y predomina la religión católica.
Ciudad del Vaticano es sede del Papado desde 1377, quedando anexionada
por Italia en la segunda mitad del siglo XIX tras la unificación del país.
Recuperó su independencia en 1929 en virtud de los Pactos Lateranenses .firmados
por el Papa Pío XI y el “Duce” Benito Mussolini. Es el único Estado teocrático
del mundo, gobernado por una Comisión Papal.
Excepto este último, los cuatro restantes
son refugio de millonarios, atraídos por la opacidad fiscal que disfrutan.
Además de los beneficios que les proporciona su condición de paraísos fiscales,
los cinco tienen como fuente común de ingresos públicos el turismo y la emisión
de sellos postales que apenas se usan para franqueo sino que son vendidos a los
coleccionistas filatélicos.
Además, cada uno de estos curiosos países
explota formas específicas de negocio: Andorra, el contrabando; Liechtenstein
sirve de domicilio fiscal a millares de empresas extranjeras; el Vaticano vende
objetos y recuerdos religiosos; y Mónaco explota el juego en sus casinos.
Gracias a tan lucrativos negocios, todos disponen de una renta per
capita muy superior a la media de la
UE.
Las singularidades no son solo las dichas.
Cada microestado tiene las suyas. Andorra no tuvo una Constitución ni firmó la Declaración Universal
de los Derechos Humanos hasta 1993, y Montecarlo aumentó el 20% de su
territorio arrebatándoselo al mar. El Vaticano está mayoritariamente poblado
por hombres, tiene como lengua oficial el latín, una lengua muerta, y mantiene
una guardia de suizos armados y vestidos a estilo medieval; y Liechtenstein no
reconoció el derecho al voto de las mujeres hasta 1983. En todos, los
extranjeros superan con creces a los nacionales y la nacionalización está sumamente
restringida. A medida que mejora el bienestar de la UE ellos son los primeros
beneficiarios sin que tengan que mover un dedo. Sus habitantes son unos
auténticos europeos de primera.
No es extraño que muchos nos preguntemos
qué sentido tiene seguir amparando la pervivencia de estos singulares entes políticos,
verdaderos anacronismos históricos que facilitan el fraude fiscal y otorgan
privilegios a un reducido grupo de familias, sin otro mérito que haber nacido
en estos Estados de opereta.
Los cinco países liliputienses no son los
únicos que se benefician de la prosperidad de la
UE. Dos países más, europeos, Luxemburgo y
Suiza, disfrutan de un “status” singular que les convierte en europeos de
primera.
El primero es miembro fundador de la UE y
tiene la renta per capita más alta de todos, es sede de muchos fondos de
inversión y de multinacionales al amparo del tratamiento fiscal favorable que
reciben. El sector financiero proporciona el 40% de su PIB.
En cuanto a Suiza, obtiene cuantiosos
dividendos de su neutralidad centenaria. No se integró en la ONU pero alberga muchas de las
agencias internacionales. Su institución más preciada es el secreto bancario que
permite blanquear el dinero más sucio del mundo, y ya blanqueado transferir una
parte a fondos de inversión luxemburgueses para que las agencias tributarias no
se enteren.
Son anomalías históricas que ejercen
efectos socioeconómicos sobre las naciones más ricas cuyos Gobiernos miran para
otro lado.
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