El mundo en que vivimos padece una serie de
paradojas difíciles de entender si no admitimos de antemano que, con
frecuencia, en nuestro comportamiento lo animal se sobrepone a lo racional y,
como consecuencia, los pequeños problemas roban espacio a otros de mayor
enjundia alterando las prioridades.
Nuestro planeta está sometido a desafíos
descomunales que coexisten con cuestiones menores a las que atribuimos
prioridad sobre otros de mayor trascendencia.
Entre
otros grandes problemas tenemos, por ejemplo, el del cambio climático que
provoca, o al menos lo acelera, la enorme emisión de gases contaminantes a la
atmósfera de efecto invernadero por la combustión de combustibles fósiles que
alteran la temperatura, cambian el clima y producen fenómenos naturales
extremos que van desde la elevación del nivel del mar a la alternancia de
prolongadas sequías a catastróficas inundaciones.
A pesar de que las evidencias científicas
avalan los pronósticos más pesimistas y de que los hechos confirman las
alarmas, muchos gobiernos, precisamente de las grandes potencias, no parecen
mentalizarse, y por ello los compromisos del Protocolo de Kioto se han
incumplido. En la cumbre de Nueva York celebrada el 23 de setiembre del año
pasado fueron más las promesas que los acuerdos en firme. Dejaron para la cita
de Lima en diciembre de 2014 la fijación de objetivos, y para la reunión de
París en diciembre de 2015 la firma de los acuerdos definitivos.
Otra amenaza latente viene dada por el
crecimiento espectacular de la población mundial que, según un equipo de
demógrafos de Naciones Unidas, alcanzará a finales del siglo 11.000 millones de
seres. El aumento será especialmente significativo en el continente africano en
el que el número de habitantes actual de 1.100 millones pasará a 5.000 millones
a pesar de plagas, guerras y desastres naturales. Uno se pregunta cómo
alimentar a tantas bocas y donde se ubicarán, pues evidentemente no podrán
subsistir en las selvas, desiertos y lagos que tanto abundan en Africa. Las
consecuencias de esta sobrepoblación crearán situaciones pavorosas en las que
aparecerán hambrunas, migraciones y megalópolis ingobernables.
Otro peligro que se cierne sobre la
humanidad está representado por la proliferación de armas nucleares, químicas y
biológicas, por el riesgo de que caigan en manos de terroristas enloquecidos o
bandas criminales capaces de someter a chantaje a un gobierno bajo la amenaza de
explosionar una bomba sobre una gran ciudad.
Se
trata de problemas globales que nos conciernen a todos, que por su urgencia y
gravedad reclaman atención permanente, dedicación constante y voluntad política
para resolverlos, o cuado menos, reducir su impacto y peligrosidad.
Pese a los peligros que amenazan la paz
mundial e incluso la supervivencia de la humanidad, en muchos lugares la
situación se complica con conflictos locales creados artificialmente por
minorías intelectuales interesadas que terminan
implicando a multitudes. Así se
consigue desviar la atención y se confunde lo importante con lo que ellos
estiman urgente.
Tomemos como ejemplo la polémica sobre el
aborto que unos, favorables, llaman derecho a la interrupción voluntaria del
embarazo, y otros, opuestos, derecho a la vida del no nacido. Se registra
evidentemente una colisión de derechos que renuncio a enjuiciar aquí. El tema
está resuelto en la mayoría de los países civilizados con una suerte de
conciliación entre ambas posiciones, partiendo de que no existen derechos absolutos,
dejando así de confrontarlas. Justamente lo que ocurre en España.
Otro ejemplo de problema artificial que se
mantiene vivo y consume muchas energías es el de los nacionalismos que buscan o
inventan supuestas señas de identidad como justificación para separarse,
segregarse y diferenciarse del resto de la comunidad en la que han nacido y
vivido durante siglos, ignorando la tendencia a la globalización y a la
formación de unidades políticas de mayor tamaño que el Estado nación. Los
nacionalistas de la mano de ideólogos y demagogos, descubren de repente que son
superiores a sus vecinos y exigen sustituir la solidaridad por el egoísmo, la
paz por la discordia, el sentido común por el capricho y la razón por la
emoción.
En aras de la brevedad renuncio a alargar
el catálogo de grandes y pequeños problemas. Los casos expuestos pueden
ilustrar con suficiente claridad la extraña habilidad de los humanos para
complicarse la vida y hacer más difícil de lo debido la convivencia ciudadana.
Los creadores de estas minucias deberían
viajar a la estación espacial internacional para que conocieran la nonada que
somos y el minúsculo lugar que ocupamos en el cosmos. Tal vez vendrían curados
de su nacionalismo de pocas luces.
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