lunes, 12 de mayo de 2014

Capitalismo con red



    Siempre se ha sostenido que emprender asumiendo riesgo es la característica esencial del capitalismo. Que esa es su grandeza. El beneficio que se espera obtener es la justa retribución a la gestión del negocio por el empresario, a su previsión a fin de dar respuesta a una necesidad colectiva. El empresario reúne los factores de producción (capital y trabajo) y pone en marcha su iniciativa mercantil para ofrecer bienes o servicios en régimen de libre competencia.
    Cuando la realidad no confirma los pronósticos del proyecto, el empresario fracasa, se puede ver obligado a cerrar y asume con su patrimonio las pérdidas ocasionadas. Esto, al menos, es la teoría que en la realidad no siempre se cumple, sobre todo cuando se trata de grandes corporaciones.
    En su evolución, el capitalismo tiende a reducir o eliminar los riesgos transfiriéndolos al sector público mediante vínculos contractuales que obligan al Estado a garantizar la rentabilidad del negocio. Si la empresa produce beneficios, pertenecen al capital privado; si sobrevienen pérdidas, hay que repercutirlas en su totalidad o en parte con papá Estado, es decir, cargándoselos a los contribuyentes. El camino a seguir para conseguir el salvavidas consiste en establecer un contubernio entre el capital privado y el público que permita la privatización de las ganancias y la socialización de las pérdidas.
    Cuando, por error de planteamiento, por inadaptación a los cambios sobrevenidos o por cualquier otra razón amenaza ruina, la empresa, faltando a los principios en que se basan las leyes del mercado, reclama y exige la ayuda del sector público, so pretexto de dejar en la calle a miles de trabajadores y el colapso que se derivaría de la quiebra.
    Un sector que se ha distinguido en los últimos tiempos por la práctica de este chantaje fue el financiero. Funcionó en la década de los ochenta en relación con la liquidación de los bancos que poseía Ruiz Mateos. Y funcionó cuando se hundió la Banca Catalana. En la actualidad, el caso más sangrante lo protagonizaron los bancos y especialmente las cajas de ahorros. Después de haber causado la crisis que les llevaría a la bancarrota –nunca mejor empleada la palabra– el Gobierno se las arregló para obtener del Banco Central Europeo un crédito de 100.000 millones de euros de los que transfirió a dichas entidades 41.000 millones para avalar su solvencia, convirtiéndose de esta forma en dueño de algunas de ellas. El tratamiento empleado en casos como este habría dado ocasión para convertirlas en banca nacional, pero se prefirió sanearlas y una vez conseguido devolverlos a la iniciativa privada.
    El propósito declarado era permitirles reforzar su actividad crediticia, mas tampoco esto se cumplió. Se produjo un extraño proceso que empobreció aun más al país y especialmente a las clases más vulnerables y el Estado se endeudó aun más. Para conseguir financiación emitió bonos a elevado tipo de interés que en parte fueron suscritos por los bancos con el dinero que habían recibido. Invierten de esta forma en lugar de dar crédito por considerarla menos arriesgada. Las PYMES no obtienen financiación y se ven abocadas al cierre, mientras quienes causaron el desastre se llaman andana. Por su parte, el Estado, al aumentar su deuda, lo hace también el importe de los intereses que rondan los 35.000 millones de euros con lo que se hace más difícil la contención del déficit que exige Bruselas hasta reducirlo al 2% en 2016. Como se ve, se origina de esta suerte un círculo vicioso.
    La solución consistiría en romper con los planteamientos de la austeridad a todo trance y adoptar medidas que promuevan el crecimiento y disminuyan la insoportable tasa de paro que asciende al 26% de la población activa, pero la Comisión Europea por presión de Alemania y a falta de la unión de objetivos de los países mediterráneos, no está por la labor. Si, como parece, se aprecian indicios macroeconómicos de una incipiente recuperación económica, con la recetas en vigor, la salida de la crisis será lenta y dolorosa.

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