No es fácil escribir una nota necrológica
de un escritor, novelista y pensador comprometido que fue un referente ético
para varias generaciones, un faro de los que iluminan los problemas de nuestro
tiempo.
Aun cuando las personas ejemplares que
destacan por su inteligencia e integridad moral son “rara avis”, el mundo
tampoco está huérfano de ellas, afortunadamente. Son el modelo a imitar por
quienes aspiran a conducir su vida por los caminos del bien y la verdad. Son
muestra de quienes no quieren avergonzarse al ver su imagen reflejada en el
espejo. Son, sencillamente, dignos de admiración porque son admirables en su
quehacer humano e intelectual. Así era Sampedro.
Hasta el final de su larga existencia
conservó no solo la lucidez sino también sus convicciones éticas que expuso con
insobornable independencia en múltiples ocasiones, gustase o no al poder
constituido.
Siempre estuvo presto a aportar su
colaboración, su nombre y su firma a las causas nobles que solicitaban su apoyo.
Fue economista de profesión y literato de
vocación, sobre todo desde que fue aclamada su novela “Octubre, Octubre”. Como
economista conocía bien las injusticias que sufre el mundo, unas explícitas y
otras soterradas que son el pan nuestro de cada día, y arremetió con la palabra
y la pluma contra ellas como caballero lanza en ristre, sin temor a disgustar a
los poderes ni a discutir con los intelectuales orgánicos.
He tenido ocasión de conocerle
personalmente en la cátedra de Estructura Económica en la Universidad de
Madrid, sita entonces en la calle San Bernardo, y de conversar con él a raíz de
una conferencia que impartió en la Caja llamada a la sazón de Ahorros de Vigo.
Ya en 1969 cuando publicó su obra “Estructura Económica” en colaboración con
nuestro paisano Rafael Martínez Cortiñas mostró su vocación humanística
centrada en la defensa de los más desfavorecidos. En ella propuso que la
economía fuese la ciencia de la pobreza y que “la política del desarrollo fuese
la organización de la lucha contra ella”. Sostenía que si podemos realizar
viajes a la Luna y no somos capaces de erradicar el hambre, es prueba
irrefutable de que algo funciona mal en nuestra sociedad.
En su libro “Los mongoles en Bagdad” (Ed.
Destino, 2003) hace un demoledor alegato
contra la invasión de Irak y sus promotores Bush, Blair y Aznar, y lo
abre con esta cita de Martin Luther King:
“Cuando reflexionamos sobre nuestro siglo XX, no nos parecerá lo más
grave las fechorías de los malvados sino el escandaloso silencio de las buenas
personas”. En la presentación del libro en Madrid el 5 de noviembre de 2003,
habló del compromiso ético y literario de los escritores de este siglo y clamó contra
la tergiversación de las palabras que desfiguran la realidad. Se lamentaba de
que “se habla de guerra preventiva, de daños colaterales, de conferencia de
donantes (auspiciada por Aznar) cuando se trata de usura, pillaje y dolor”.
Sampedro no tuvo que entonar el “mea culpa”
por su pasado pues, aunque vivió durante el franquismo, nunca puso su pluma al
servicio de la dictadura, como fue el caso entre otros de Camilo José Cela,
Antonio Tovar, Luis Rosales, Gonzalo Torrente Ballester o Gerardo Diego.
En la transición política fue senador por
designación real, pero rechazó seguir en la política porque, según él, el
intelectual debe ser crítico frente al poder.
Otra de sus virtudes fue la humildad pero
no humillarse. Hizo escribir su apellido todo junto para no ser confundido con
un santo.
Su última aparición escrita fue el prólogo
del librito “Indignaos!” de Stéphan Hessel que catalizó el movimiento de
resistencia 15-M contra la política de Bruselas. El autor, de 95 años de edad,
presentó el libro en Madrid en 2011 y falleció en París el 27 de febrero de
2013.
Al conocer la noticia, Sampedro, cuya salud
estaba seriamente deteriorada, dijo con su habitual sentido del humor: Lo mismo
dentro de poso me toca escribir “yo también morí en 2013”, y así fue:
sobrevivió a su amigo apenas un mes y unos días.
Expiró en Madrid el domingo 7 de abril y su
cadáver fue incinerado en la más estricta intimidad, pero por indicación suya,
su esposa no lo hizo público hasta el martes, siguiendo su línea de humildad.
Genio y figura, hasta la sepultura.
Se nos ha ido un hombre bueno, culto,
inteligente y defensor de causas justas. Su ejemplo y su memoria perdurarán
mucho tiempo.
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