Estamos
tan habituados a que los medios de comunicación nos abrumen con relatos
tristes, dramáticos o espeluznantes, que escucharlos o leerlos semeja un acto
de masoquismo. Por ello reconforta el ánimo cuando, de tarde en tarde, se
filtra alguna noticia refrescante que habla de amor al prójimo, de altruismo,
de sacrificada entrega a los demás para recordarnos que el mundo en que vivimos
es más que un páramo agreste donde solo suceden historias sórdidas y pasiones
desatadas.
El mundo está lleno de noticias buenas y
malas, pero los medios de comunicación se empeñan en dar preferencia a las que
interrumpen la normalidad, las que sorprenden por su imprevisibilidad, las que desafían
nuestra capacidad de asombro. Que cada día aterricen puntualmente centenares de
aviones que surcan los aires, a nadie interesa, pero que uno de ellos se
estrelle o se incendie, causa impacto. Tal inclinación tremendista por lo negativo proviene de la literatura que nos han regalado y siguen regalándonos historias truculentas de amores
desgraciados entre los que es inevitable mencionar a los amantes de Teruel,
Abelardo y Eloisa, Romeo y Julieta, Werther, Ana Karenina, etc., en tanto que
los idilios que han hecho felices a los amantes son sistemáticamente
silenciados. No pretendo que se oculten o se silencien las desgracias, maldades
y perversiones que tanto abundan. Solo deseo que los “mass media” busquen y
publiquen con el relieve debido las buenas acciones que afortunadamente se dan
incluso en situaciones donde la maldad se hace evidente. Así ocurre en un caso
de rabiosa actualidad como es el éxodo de los que huyen de la guarra civil en
Siria que sufren el rechazo y el trato inhumano de los traficantes de personas
en su marcha hacia un país donde piensan ser bien acogidos. Es una triste
realidad que debemos conocer, pero tampoco deberíamos ignorar la abnegada
actuación de ciertos colectivos como la
Cruz Roja y diversas ONG que se desviven
por mitigar el dolor de los refugiados
que lo abandonan todo para salvar la vida a riesgo de perderla en la travesía.
Se considera como un dogma de fe que las
buenas noticias no venden porque la bondad es aburrida. Esta opinión es avalada
por los sociólogos de la comunicación al sostener que el mal tiene más
posibilidades audiovisuales. ¿Tendremos, de verdad, tan embotada nuestra
sensibilidad? De ser así, cabría preguntarnos que hacemos para evitarlo.
Nadando contra corriente, un profesional de
la información, el periodista Julio Campuzano, fallecido el pasado año, que
dirigió el rotativo bilbaíno “Hierro”, al jubilarse en 1993 tuvo la feliz
iniciativa de fundar una agencia de noticias positivas que transmitiría
gratuitamente. Ignoro la suerte que corrió el proyecto, pero ciertamente,
merecía el mayor de los éxitos.
No siempre somos conscientes de que muchas
acciones encomiables pasan desapercibidas. Sirva de ejemplo la concesión de los
premios Príncipe de Asturias 1998
a siete mujeres que trabajan abnegadamente por sus
semejantes, hambrientas de paz y justicia, y que sin embargo, hasta ese momento
eran desconocidas por lo que solemos llamar “el gran público” debido a que su
heroica labor no se realiza a la luz de los focos televisivos. Sus nombre
merecen ser conocidos y recordados. Helos aquí; la mozambiqueña Graca Machel,
la argelina Fatiha Badiaf, la guatemalteca Rigoberta Menchú, la sierraleonesa Olayinka
Kos-Thomas, la afgana Fatana Ishaq, la somalí Somaly Man y la italiana Emma
Bonino.
Por el contrario, no merecen la atención
que se les dedica a las aventuras y desventuras de personajes como Correa, Díaz
Ferrán, Granados, Rato y determinados sindicalistas andaluces que nada pueden
mostrar que sea digno de imitación. La sociedad necesita descubrir valores
éticos que la alejen del egoísmo, la violencia, la avaricia y la barbarie y por
ello sería deseable que los medios informativos no abdicasen de su función
educadora, mostrándonos que en la jungla humana también crecen y trabajan seres
bienhechores que con su ejemplo mantienen viva la esperanza de que en el mundo
no todo está perdido.
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