Como consecuencia del profundo descrédito
que ha caído sobre la política y sobre quienes de ella viven, se ha puesto de
moda el tema de la regeneración que ambos precisan.
Basta echar un vistazo a lo que aparece en
las ofertas electorales y lo que se ejecutó en la práctica para comprender que
las quejas y el disgusto de los ciudadanos están más que justificados. Si a
ello añadimos los repetidos escándalos de corrupción, se hace evidente la urgencia
de sanear la política mediante acciones legislativas que prevengan el delito, y
en su caso, castiguen a los infractores. En esto, con ligeros matices, coinciden todos los partidos, incluso los que
más han sufrido sus zarpazos, pero corresponde al nuevo gobierno que salga de
las elecciones adoptar las medidas oportunas , no para erradicar la perversión,
que es imposible, pero sí frenarla,
hacerla más arriesgada, y sobre todo,
que no quede impune.
Habrá que aprobar normas que garanticen la
claridad, transparencia y responsabilidad que venzan la tentación de la codicia
de quienes tienen a su cargo la gestión de los caudales públicos. La tarea es
enorme y su dificultad recuerda las hazañas de Hércules de limpiar las cuadras
de Augias. De su éxito depende que arraigue la democracia y de que el régimen tenga
medios y los aplique para perseguir y corregir la administración culposa de los
dineros de todos. Los ciudadanos tenemos derecho a exigir que los políticos a
quienes hemos elegido sean tan honrados como nos hicieron creer al postularse.
Sin necesidad de implicar la reforma de la Constitución, que
sería para largo, he aquí algunas medidas que contribuirían a devolver la
confianza que debe presidir la relación entre gobernantes y gobernados,
representantes y representados.
1. Imponer la democratización interna de los partidos
como establece la Carta
Magna.
2. Reformar la ley electoral para que los votos tengan el
mismo valor.
3. Reformar la ley de Indulto de 1907, de forma que
impida su aplicación a políticos corruptos.
4. Suprimir los aforamientos.
5. Aprobar una nueva ley de financiación de los
partidos y de sus fundaciones.
6. Clarificar y refundir los ingresos de los políticos
con supresión de toda clase de privilegios para que les haga sentirse servidores
públicos.
7. Limitar a dos los mandatos políticos.
8. Elaborar un protocolo que establezca condiciones y
restrinja los desahucios.
9. Reducir las prestaciones de presidentes autonómicos y
nacionales, de forma que sea incompatible el cobro de la pensión con otros
ingresos iguales o mayores.
10. Legislar de
forma restrictiva la utilización de las “puertas giratorias”.
11. Reducir drásticamente
el número de asesores. Su labor debe ser desempeñada por los empleados de los
cuerpos técnicos.
12. Prohibir que un
político pueda ejercer más de un cargo.
El cumplimiento de estas medidas no
representarían ninguna revolución, pero su plasmación sería un paso adelante en
dirección a un Estado más decente en el que los políticos fueran parte de la
ciudadanía y no ponerse a mayor altura que los demás.
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