Al escribir hoy estas líneas lo hago por
desahogar la indignación que me producen los doce días de matanza de
palestinos, en una actividad criminal sin coste alguno, cual si se tratase de
un ejercicio de tiro al blanco, ante la indiferencia de esa entelequia llamada
comunidad internacional.
Israel utiliza su poderoso ejército para
matar por tierra, mar y aire a la población más densa del mundo, habitante de
la franja de Gaza. Y lo hace a sabiendas de que viola las leyes internacionales
como es la prohibición de castigos colectivos o la proporcionalidad de la respuesta,
todo con la ausencia de resistencia y plena impunidad por el mero hecho de
estar respaldado por Estados Unidos, la mayor potencia mundial. Será necesario
recordar que protegido y protector se han negado a suscribir el Tratado de Roma
origen del Tribunal Penal Internacional que si pudo juzgar a varios criminales
de guerra fue porque no tenían detrás a un cómplice soberano.
Toda la argumentación israelí para
justificar su belicosidad se apoya en su derecho a defenderse del lanzamiento
de cohetes de Hamas que casi nunca llegan a su objetivo aunque producen
ansiedad y temor, en una actitud suicida, solo explicable por la desesperación
a que les someten.
En el país de las tres religiones asistimos
a un conflicto permanente que se reactiva a menudo desde hace 66 años, el más
antiguo de los que la ONU
tiene en su agenda. En tal conflicto, uno de los contendientes emplea cohetes y
kalashsnikovs y su oponente barcos de guerra, tanques y aviones de último
modelo, como si se enfrentase a un ejército de similar capacidad. El resultado
como no podía ser otro es que doce días
de lucha desigual se saldan con 13 soldados israelíes muertos y 500 palestinos
de los que más de la mitad son mujeres y niños a los que someten a tal miedo y
tensión que 70.000 necesitan tratamiento sicológico antes que alimentos. Las
escenas de horror que vemos en las pantallas televisivas corresponden al
enfrentamiento entre David y Goliat.
Los gobiernos israelíes tienen la razón de
la fuerza pero les falta la fuerza de la razón. Su problema es que con la
primera no podrán conseguir la seguridad ni la propia existencia. Solo la razón
les hará abrir los ojos y comprender que a corto o a medio plazo, la solución
solo puede venir por aceptar en Tierra Santa la presencia de dos Estados
viables e independientes respetando las fronteras de 1967, con la garantía de
un tratado internacional. Ignorar este planteamiento hace inevitable la
repetición de agresiones y la respuesta que, como dice el Evangelio, el que a
hierro mata, a hierro muere.
1 comentario:
Estupendo por su clarividencia y sobretodo por lo que hoy dìa se hace siempre màs insolito: el sentido de la justicia y el afàn de la verdad.Serìa deseable que esta pieza la lean muchos llamados intelectuales especializados en tergiversaciones y en malabarismos verbales por el miedo a llamar la politica israelì con su nombre: genocidio!
Felicitaciones!
Luigi
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