viernes, 2 de agosto de 2013

En medio de la tormenta



    Mucho se ha escrito, y más que se seguirá escribiendo, sobre la crisis que nos agobia desde su inicio en 2008, y sobre las graves consecuencias que tiene en distintos órdenes de la vida.
    Desde entonces, sus manifestaciones se han ido haciendo más visibles y penosas durante este interminable período, sin que se aprecien signos de haber tocado fondo. El paro laboral sigue haciendo estragos después de la reforma  que abarató el despido, las condiciones de trabajo de quienes han tenido la suerte de conservarlo han empeorado a ojos vistas, el consumo se ha hundido, muchos millones de españoles se han  empobrecido,  y no saben como llegar a fin de mes, la solvencia de los bancos sigue en entredicho a pesar de haber recibido 40.000 millones de euros prestados por la UE, y el grifo del crédito sigue cerrado, en tanto la pequeña y mediana empresa ve con impotencia como se suceden las quiebras y los cierres de establecimientos, con la tragedia añadida de quienes se ven desahuciados por no poder pagar la hipoteca o el alquiler al haber quedado sin ingresos. Como resultado de todo ello, la actividad económica se mantiene en recesión en los dos últimos años, sin que se avizore la reactivación.
    Para hacer más insoportables las dificultades sobrevenidas, nos enteramos cada día de nuevos casos de corrupción en los que están implicados cientos de políticos elegidos con nuestros votos, los cuales, en lugar de administrar con probidad los impuestos, los filtraron a sus bolsillos con insaciable avidez. Nuestro sistema político rezuma perversión y codicia en dosis asfixiantes.
    Lo primero que hay que reconocer es que el tratamiento de la crisis dado por nuestros gobernantes es más errado que experto, más ideológico que correcto, más injusto que ético. Todo ello abona que los banqueros y supervisores, causantes del desastre, vivan en sus mansiones disfrutando de indemnizaciones millonarias y pensiones de fábula que se autoconcedieron. Los nuevos impuestos recaen sobre las débiles economías de trabajadores, pensionistas y clase media, mientras las grandes fortunas disfrutan de tratamiento fiscal privilegiado, y para colmo, el Gobierno ofreció una amnistía a los defraudadores. Como lógico resultado, la élite más rica se fortalece y el número de pobres se multiplica. Por si faltara algún escándalo más que añadir a la serie, un informe elaborado por la Autoridad Bancaria Europea, hecho público el 15 de julio, desvela  que 125 directivos de banca cobraron en 2011 un promedio de 2,4 millones de euros, lo que equivale a 266 veces el salario mínimo. Atrás quedaron, perdidas en la niebla, promesas de refundar el capitalismo, acabar con los paraísos fiscales o crear una sociedad europea de evaluación de riesgos que nos liberaría del oligopolio que ejercen las cuatro estadounidenses (Standard and Poors, Fitch y Moodys).
    Mientras tanto, dormitan en el limbo de los justos una auténtica reforma fiscal, leyes que garanticen la representatividad de la democracia, financiación y transparencia de los partidos políticos, nacionalización de los bancos y cajas de ahorros rescatados con fondos públicos, y tantas otras que racionalicen y modernicen la Administración del Estado.
    Como siempre conviene buscar el lado bueno de las cosas para no caer en la depresión y el derrotismo, pienso que es posible transformar una desgracia en una oportunidad si reaccionamos positivamente con oportunidad y decisión.
    Las anomalías expuestas, por llamarlas de alguna manera, nos llevan a una sociedad española fracturada y angustiada que clama contra la injusticia y el fraude. Si, como se afirma, toda acción produce una reacción igual y contraria, cabe esperar una catarsis en forma de revolución cívica pacífica que arremeta democráticamente contra los abusos del poder y la ola de corrupción que nos ahoga. Un augurio del cambio que se espera podrían ser los movimientos ciudadanos como el del 15-M o la PAH (Plataforma de Afectados por las Hipotecas) que logró reunir millón y medio de firmas para llevar al Parlamento la ILP (Iniciativa Legislativa Popular) presentada en febrero para pedir una nueva legislación que, entre otras demandas, exigía la dación en pago. Esta iniciativa hubo de ser retirada al aprobar el Gobierno una ley que burlaba las peticiones presentadas.
    Solo un giro de 180 grados que repare las injusticias que sufren los más débiles, que nos haga a todos más razonables, más moderados, más tolerantes y más solidarios, podrá conjurar la alternativa de un estallido social del que deberíamos estar curados después de la locura iniciada un nefasto 18 de julio de 1936. Conservemos, a pesar de todo, la esperanza de que triunfe la razón sobre la cerrazón de unos y la violencia de otros.

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