A medida que transcurre la primavera nos
acercamos a la aparición de la plaga de los incendios forestales que cada año
devasta nuestros montes, provoca una enorme destrucción de riqueza y ocasiona
un grave deterioro medioambiental. Y lo que es peor, se lleva por delante
víctimas humanas dedicadas a combatir el fuego.
A la
vista de los escasos medios puestos en juego, diríase que las Administraciones
públicas son incapaces de valorar en su exacta dimensión el daño que el
patrimonio nacional sufre cada estío. Solo ese fallo explicaría la ausencia de
medidas eficaces para defender y preservar el bosque cuya formación y
conservación no es un don gratuito de la naturaleza. Bien al contrario, exige cuidados permanentes que lo defiendan de
los múltiples peligros que lo amenazan, unos naturales y otros -los más-
causados por la actividad humana y aun por la irracional actitud de algunos
pirómanos.
Aparte de combatir las plagas a las que los
árboles están expuestos, es necesario que durante el invierno y la primavera se
realicen trabajos constantes de desbrozado y limpieza, se abran y mantengan
libres de vegetación cortafuegos y caminos de acceso que dificulten la
propagación de las llamas. No basta con que se organicen en verano cuadrillas
más o menos entrenadas y se cuente con otros medios de lucha contra incendios.
Aquí, como en medicina, es mejor prevenir que curar. Mantener limpios los
montes es tan indispensable que los propietarios particulares y las Comunidades
de Montes que no cumplan esta obligación –independientemente de las ayudas oficiales que puedan recibir- incurrirían en
sanción administrativa, e incluso en motivo de expropiación, previa la promulgación
de la legislación correspondiente. Cabría organizar, además, el aprovechamiento
de la broza extraída como biomasa para la producción de energía eléctrica. Esta
medida permitiría crear puestos de trabajo y las brigadas contraincendios
podrían tener ocupación todo el año. No debe olvidarse que la victoria contra
el fuego se consigue con la previsión acordada en invierno.
Sería deseable que los dueños de montes y
la sociedad en general se concienciasen de que el bosque es un bien económico
de extraordinario valor y utilidad social que no brota espontáneamente ni rinde
frutos de forma gratuita. Nuestros agricultores están acostumbrados a obtener
ingresos por la venta de madera sin coste alguno, mas esto, que fue posible en
otros tiempos, ya no lo es actualmente.
A las Administraciones por su parte es
exigible un plan integral que abarque desde la repoblación con especies
adecuadas, la lucha contra las plagas y la prevención y extinción de incendios,
determinando la parte que en el plan se
asigna a la Xunta, los Ayuntamientos, las Comunidades de Montes y los
particulares.
Solo así, con la colaboración de todos,
podremos conseguir que los incendios forestales dejen de ser noticia repetida
cada verano y obtener los beneficios de todo tipo que proporcionan las masas
forestales, influyentes en el clima y en el aspecto estético del arbolado. La
estampa de los montes gallegos en otoño impresiona por su extraordinario
cromatismo. Sobre el verde dominante de los pinares, destacan manchas de
colores vivos que van del ocre al amarillo pasando por el cárdeno de las
especies caducifolias (robles, hayas, castaños) que se adornan con sus galas
más vistosas antes de que el aquilón desnude sus ramas y disemine sus hojas. En
ocasiones, este paisaje multicolor se refleja en la superficie de un embalse,
resaltando la incomparable belleza del conjunto.
1 comentario:
Dicen que la causa más común de los incendios son las quemas agrícolas en las que el autor pierde el control del fuego (muchas veces por no haber tomado las precauciones necesarias y obligatorias), expandiéndose este al monte colindante. Es fundamental una labor de información y vigilancia sobre los colectivos que realizan estas quemas para reducir al mínimo este tipo de negligencias.
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