El
destino de las lenguas, como toda creación humana es la temporalidad, es decir,
la limitación cronológica de su vigencia.
De las 6.500 que se hablan actualmente, todos los años mueren unas
cuantas, difíciles de cuantificar, en beneficio de las mayoritarias. La
convivencia de unas y otras conlleva una relación conflictiva que termina
decantándose por la hegemonía de una de ellas, en tanto que las demás devienen
minoritarias hasta entrar en vías de extinción. Los ejemplos serían
incontables. ¿Quién se acuerda en Egipto del idioma que hablaban sus ancestros
constructores de las pirámides? Lo que está claro es que la vida de una lengua
está vinculada a los avatares históricos y que cuando una nación es invadida
por otra, el invasor impone la suya. Así ocurrió en Iberoamérica con la llegada
de los españoles y portugueses, y a la inversa, lo que experimentó el español
en Filipinas, desaparecido tras la invasión estadounidense, sustituido por el
tagalo y el inglés.
La Península Ibérica, en los tiempos más
antiguos de que se tiene noticia, estaba poblada por distintas etnias, cada una
con su habla propia, de origen desconocido, como el ibero en la costa
mediterránea o el eusquera en el Norte; otros pertenecían a la familia
indoeuropea como el celta o el celtibérico, en la meseta.
Con la colonización romana se impuso el
latín, y su propagación hizo desaparecer todas las demás, con la excepción del
eusquera, con lo que casi se logró por primera vez la unidad lingüística
peninsular.
Esta
situación cambió con la invasión de los bárbaros en los siglos V y VI (godos,
vándalos, suevos y visigodos) que impusieron sus lenguas germánicas, si bien
pronto sus aristocracias se apropiaron del latín.
Nuevamente cambió el panorama idiomático
con la llegada de los árabes en 711, los cuales introdujeron su lengua y el
bereber, se extendieron sobre todo por el centro y Sur de la Península, que fue
donde se mantuvieron por más tiempo. Por el contrario, en el Norte pronto se
inició la reconquista en las cordilleras cantábrica y pirenaica que se prolongó
durante varios siglos. A medida que iban siendo empujados los árabes hacia el
Sur se iba sustituyendo el árabe por las lenguas romances derivadas de latín, formadas
a partir de la Baja Edad Media con aportaciones germánicas y árabes.
Sus principales representantes son el
catalán, el castellano y el gallego. Este último llegó a tener gran predicamento
como muestran las cantigas de Alfonso X el Sabio, pero la hegemonía política de
Castilla convirtió el castellano en lengua dominante.
Con la culminación de la Reconquista en
1492, tras casi ocho siglos de lucha armada, los árabes emigraron al Norte de África
de donde habían venido, y con la expulsión de los llamados moriscos en 1609 se
extinguió el árabe en la Península Ibérica.
Portugal, que vivió ocupaciones similares a
las de España, al independizarse en el siglo XII, formaba parte del territorio
lingüístico galaico, fue formando su propio idioma evolucionando desde el
gallego común, y al romperse la anexión de España en 1640, se libró de la influencia
castellana.
A lo largo de los siglos, nuestros
antepasados se han expresado en diversos lenguajes. ¿Cuáles utilizarán nuestros
sucesores? ¿Cuando la humanidad podrá entenderse en uno común?
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