En los últimos años, Portugal ha cosechado
una serie de éxitos en el ámbito internacional que pone de relieve la
importancia del país en materias políticas y culturales.
La racha comenzó con la exposición
internacional en 1998 que atrajo a once millones de visitantes y cuyo pabellón
nacional granjeó a su autor, Alvaro Siza Vieira, el premio Pritzker,
considerado el nobel de arquitectura. En 2005, Antonio Guterres fue nombrado
Alto Comisario de la ONU
para para los Refugiados (ACNUR). Cinco años después, José Manuel Durao Barroso
ocupó la presidencia de la Comisión Europea.
En 2016, la selección nacional de fútbol lusitana ganó la Eurocopa frente a
Francia.
Al comenzar el año en curso, las buenas
noticias para el país se duplican: desde
el 1º de enero António Guterres ocupa la secretaría general de Naciones Unidas,
máximo cargo del organismo internacional; y el 13 de mayo, el papa Francisco
canoniza a los dos pastorcillos protagonistas del milagro de Fátima. No hay que
descartar que en el mismo año un científico portugués obtenga el Nobel pues
candidato no faltaría.
Con tales triunfos nuestros vecinos bien
podrían repetir el eslogan de “Mais Portugal não é un pais pequeno” y quienes
lo amamos celebramos su fama y su
gloria.
Pero no solo por todo ello es admirado
Portugal. Desde 2016 ostenta la presidencia Marcelo Rebelo de Sousa,
perteneciente al partido Social Democrata del que también es afiliado su
antecesor Anibal Cavaco Silva, un partido de centro derecha; en las elecciones generales de 2016 obtuvo la
mayoría su correligionario Antonio Passos pero no pudo formar gobierno, cargo
que recayó en el secretario general del Partido Socialista, Antonio Costa en
coalición sin precedentes con los comunistas y con el Bloque de Izquierda,
ejemplo que no pudo lograrse en España en circunstancias similares. En Lisboa cohabita
un presidente conservador con un ejecutivo de izquierda, todo un experimento
que despierta interés en el exterior. Los malos augurios no se cumplieron y
transcurrido el primer año, las encuestas muestran que el 63% de los
participantes le dan el aprobado.
El anterior Gobierno de centro derecha impuso la misma tasa del IVA al pan que a la
compra de un Mercedes, el actual lo rebajó al 6%. En sentido contrario, el
salario mínimo, que era de 485 euros, subió a 557. En 2016 la economía creció el 2,8%, y la tasa de paro, que rondó
el 18%, descendió al 10%. El más reciente parabién al Gobierno de Antonio Costa
lo recibió el 22 de mayo, de la Comisión Europea, al
liberar al país del control por déficit excesivo tras haberlo colocado por
debajo del 3%.
En
lugar del declive y el desconcierto en que se debate la socialdemocracia
(España, Francia, Reino Unido, Alemania, Italia, Grecia, etc.) llama la
atención que en Portugal se mantenga un gobierno tripartito de izquierda que
propicie estabilidad y justicia social al país. Si llegara a completar la legislatura, sería un espejo al que mirarse
los partidos europeos.
De cara al futuro, Portugal se enfrenta a
varios desafíos, heredados de la crisis. Uno de ellos es el enorme peso de la
deuda que representa el 130% del PIB. Costará sacrificios y tiempo contenerlo
en el 60% tal como exige el Pacto de Estabilidad y Crecimiento.
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