viernes, 8 de mayo de 2015

Robar al Estado sale barato



    Teóricamente, cualquier delito debe acarrear la misma pena, independientemente de quien sea la víctima o el victimario, salvando el caso de que éste sea menor. Es una deducción lógica del principio constitucional de igualdad ante la ley.
    Sin embargo, la realidad dista mucho de cumplir este precepto fundamental. Cuando un particular sufre un hurto, sin que concurra intimidación en la persona ni fuerza en las cosas, no será considerado delito, y por tanto no ingresará el autor en prisión siempre que el valor de lo sustraído no exceda de 400 euros. Si se sobrepasa esta cantidad la acción se convierte en delito, y por consiguiente, susceptible de llevar al ladrón a la cárcel.
    No tiene el mismo castigo si quien sufre la sustracción es el Estado, que a ello equivale el fraude, dado que el Estado somos todos y nos sentimos desposeídos de algo que nos pertenece. La ley tributaria determina que la defraudación (no declarar a Hacienda los beneficios fiscales o modificar en beneficio propio la base tributaria) no será delito si no excede de 120.000 euros (20 millones de pesetas) desde los 15 millones en que estaba el límite antes de la adopción del euro.  No es explicable la diferencia, sobre todo si se tiene en cuenta que en el caso del fraude los perjudicados somos todos, y que, como afirman los políticos tan a menudo como lo incumplen, el dinero público es sagrado y exige una administración cuidadosa.
    De esta discriminación en contra de los intereses públicos se deriva que el número de evasores que expían su delito entre rejas es mínimo en relación con el de los infractores de la ley tributaria.
    Un caso hecho público recientemente ilustra la lenidad del castigo a quienes eluden u ocultan sus obligaciones con la Hacienda pública. Un socio de un conocido bufete de abogados defraudó tres millones de euros, y después de un proceso que se alargó durante cuatro años, llegó a un acuerdo con la Fiscalía por el que acepta una pena de dos años de prisión, lo que implica que no la cumplirá al no tener antecedentes delictivos. Digamos en su favor, que reparó el daño causado ingresando lo debido y pagando una multa de millón y medio. En todo caso, la parte más aflictiva de la condena se sustituyó por la entrega de dinero, lo que no suele ocurrir en otros procesos.
    La clase política, cuya misión consiste en la defensa del bien público, son malos servidores cuando aprueba leyes que protegen, o al menos trivializan, la lucha antifraude. Así parece indicarlo la ley tributaria que prohíbe publicar los nombres de los contribuyentes denunciados, en tanto otros delitos aparecen en los medios de comunicación con los nombres y las circunstancias de los autores.
    Se encuentra en trámite parlamentario una ley que autorizaría al Gobierno a publicar la lista de quienes defrauden un millón o más de euros. Debemos considerar este paso como un signo de justicia equitativa.

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