miércoles, 18 de diciembre de 2013

Homenaje a Vigo



    Quienes han nacido en la ciudad olívica y quienes, por distintas circunstancias la hemos escogido como lugar de residencia, podemos sentirnos orgullosos de sus encantos y de poder disfrutar de ellos.
    Verdaderamente, la naturaleza ha sido pródiga al derramar sus dones sobre ella, comenzando por su maravillosa ría, defendida de los temporales atlánticos por las islas Cíes, a modo de rompeolas natural que semejan dos ballenas varadas. Forman un microparaíso, con playas que han sido valoradas como las mejores del mundo. Un viaje desde el puerto a las islas en verano es un regalo para la vista y el espíritu.
    Otro encanto natural lo ofrece la orografía. Cual otra Roma, podría llamarse la ciudad de las siete colinas por las que rodean el valle de Fragoso. Son otros tantos balcones que dominan el desarrollo urbano, el verde paisaje y el azul cobalto del mar, que cambia de matices a medida que el sol dora sus aguas. Los más próximos moradores son el Castro y la Guía, y los demás son los montes Alba, Cepudo, Galiñeiro, Meixueiro y La Madroa con el parque zoológico. Si desde los primeros podemos admirar la urbe y la ría en todo su esplendor, los más alejados ofrecen un horizonte más amplio donde los límites urbanos se funden con el rural, y la densa edificación se transforma en casas unifamiliares rodeadas de huertos cultivados con primor.
    Un verdadero goce para los sentidos lo constituye la contemplación de una puesta de sol desde cualquiera de los promontorios adyacentes y, sin salir del núcleo urbano, escogiendo como lugar de observación el Paseo de Alfonso XII. Al llegar el ocaso, el Sol riela sobre la superficie marina y el color de las aguas va cambiando del rojo al rosa. La tierra y el mar se funden en un estrecho abrazo iluminado por los rayos del astro rey.
    Otro regalo que la naturaleza concedió a Vigo es su clima benéfico y suave. Situado geográficamente a la misma latitud que Nueva York y Vladivostok, gracias al flujo de la Corriente del Golfo, sus temperaturas no se parecen en nada. La primera sufre inviernos duros y la segunda congela sus aguas la mitad del año. Los datos climáticos vigueses están tan lejos del calor extremo como del frío glacial en invierno. La temperatura máxima registrada en los meses de junio o julio no suele exceder de los 34º y la mínima muy raras veces baja del 0º. Solo algún año que otro asoma la nieve que por su rareza se ve como un verdadero espectáculo. Otro rasgo meteorológico especial es la pluviosidad que, siendo suficiente, tiende a disminuir en los últimos años. En resumen, un clima templado, moderadamente húmedo y apto para defender la salud.
    También los vigueses, nativos o de adopción, han contribuido a embellecer la fisonomía urbana. Sus calles están adornadas por árboles florales de variadas especies que florecen en diferentes estaciones. En otoño lo hacen los camelios y los naranjos ofrecen sus frutos dorados a modo de manzanas de oro. Finalmente, en primavera, los magnolios lucen sus flores blancas de gran tamaño.
    Aun cuando la ciudad es eminentemente industrial y mercantil, no ha descuidado su atención a la cultura. Ningún testimonio sería más elocuente que el número de calles con nombres de poetas y los monumentos a ellos dedicados, entre los que figuran Martín Códax, Camoes, Curros Enríquez y Rubén Darío, entre otros. Vigo no tiene una dilatada historia, si bien restos arqueológicos hallados muestran construcciones castreñas, y otros vestigios acreditan que los romanos tuvieron aquí un lugar habitable al que llamaron Vicus Spacorum. El acelerado crecimiento demográfico de la urbe se produjo en el siglo XX, hasta convertirse en la más populosa de Galicia.
    Con un puerto natural de envidiables condiciones que ha sido comparado con el de Rio de Janeiro, no es de extrañar que haya sido escenario de importantes acontecimientos históricos que esperan un autor que los valore y describa. En el siglo XVI fue asaltado dos veces por la escuadra del pirata para los españoles y almirante para los ingleses, Francis Drake, y en la centuria siguiente fue la orilla opuesta de la ria la que sufrió la acometida de los piratas berberiscos. Llegamos al siglo XIX y la ciudad viguesa se convierte en la primera de España en verse libre de la ocupación napoleónica. Y a su final, en 1898 acogió a los restos del ejército repatriado de Cuba, derrotado y enfermo. Por último en el pasado siglo XX fue el puerto de la despedida de los emigrantes gallegos a América y en abril de 1939 embarcaron de regreso a Alemania los efectivos de la Legión Cóndor que contribuyeron a la victoria de Franco en la Guerra Civil. Ahora el puerto es escala frecuente de grandes cruceros que lo visitan con miles de turistas extranjeros.
    Como se puede ver, son muchos los alicientes que la ciudad brinda a los residentes y a los visitantes en cualquier época del año. Si París bien vale una misa, Vigo merece otra solemne.

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