jueves, 17 de enero de 2013

Al comenzar un nuevo año



    Un diario nacional –“El País”- publicó en sus suplementos del domingo 30 de diciembre de 2012, dos comentarios que ponen en evidencia la injusta situación que atraviesa el mundo y nuestro país.
    En el suplemento “Negocios” figura un reportaje que firma Fernando Barciela sobre el comportamiento bursátil de varias sociedades dedicadas a la comercialización de artículos de lujo (coches, joyería, perfumería, moda, etc.) que en el año pasado registraron cifras record de ventas y beneficios, con el consiguiente reflejo en la cotización de sus títulos. Aun cuando la noticia hace referencia a mercados exteriores, el ejemplo, a menos escala, es aplicable a España. La disminución de clientes que se hayan podido perder en Europa se vio más que compensada por nuevos compradores en países emergentes, especialmente de Asia. A los nuevos ricos no les retraen los elevados precios de productos superfluos que halagan su ego y refuerzan el efecto representación.
    En contraste, en “El País Semanal” Juan José Millás reproduce y comenta una foto de “The New York Times” en la que aparece a contraluz una familia de cuatro miembros mirando por la ventana de su piso en Barcelona como se aproxima la policía que viene a desalojarlos, a la fuerza si hace falta, y dejarles en la calle; en la puta calle, como diría un castizo, por no poder pagar la hipoteca o el alquiler.
    Estamos ante dos imágenes que compiten por cumplir el eslogan publicitario de valer más que mil palabras. Noticias de esta índole son el pan nuestro de cada día que explican, entre otras desgracias, casos de suicidio como hemos visto.
    Ante estos dramas cotidianos, el Gobierno se despacha diciendo que hace lo que hay que hacer y que 2013 será muy duro (¿más de lo fue el precedente?) cuando todos sabemos que cualquier problema admite más de una solución. La evidencia muestra con claridad meridiana que el tratamiento aplicado agrava el estado del enfermo.
    A la vista de lo que se hace y sus consecuencias, resulta harto dudoso que se deban tomar medidas como las que se están implementando y que en cambio se omitan otras que la justicia y la razón reclaman. En todo caso, la austeridad a todo trance y la ausencia de estímulos al crecimiento dan resultados contrarios a los esperados.
    Ya que sufrimos una crisis sin precedentes, los sacrificios que comporta deben repartirse con equidad y no descargarlos sobre los trabajadores activos y pasivos simplemente porque sean la parte más débil.
    Es intolerable que quienes provocaron la catástrofe con sus maniobras especulativas, que tienen nombres y apellidos, no sientan el peso de la ley. La benignidad del trato que reciben irrita y encrespa al trabajador que sin comerlo ni beberlo se encuentra privado de su único medio de vida. A ello contribuye también el agravio sufrido por el contribuyente que cumple sus obligaciones con Hacienda, al decretarse la amnistía fiscal que ha favorecido a los evasores de impuestos que, por cierto,  lo recaudado de ellos fue menos de la mitad de los 2.500 millones de euros que se esperaban.
    Después de un 2012 de funesto recuerdo, iniciamos el siguiente año con el cinturón apretado y los bolsillos vacíos, con más inflación y más recortes salariales, con lo cual nos mantendremos en recesión y no habrá forma de reducir el déficit, en un círculo vicioso que se autoalimenta por efecto de una errada política económica de austeridad cuyos resultados palpables seguimos padeciendo. El busilis del Gobierno está en tensar la cuerda sin que se rompa porque, de ocurrir esto, cabe temer un estallido social de consecuencias imprevisibles.

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