Un diario nacional –“El País”- publicó en
sus suplementos del domingo 30 de diciembre de 2012, dos comentarios que ponen
en evidencia la injusta situación que atraviesa el mundo y nuestro país.
En el suplemento “Negocios” figura un
reportaje que firma Fernando Barciela sobre el comportamiento bursátil de
varias sociedades dedicadas a la comercialización de artículos de lujo (coches,
joyería, perfumería, moda, etc.) que en el año pasado registraron cifras record
de ventas y beneficios, con el consiguiente reflejo en la cotización de sus
títulos. Aun cuando la noticia hace referencia a mercados exteriores, el
ejemplo, a menos escala, es aplicable a España. La disminución de clientes que
se hayan podido perder en Europa se vio más que compensada por nuevos compradores
en países emergentes, especialmente de Asia. A los nuevos ricos no les retraen
los elevados precios de productos superfluos que halagan su ego y refuerzan el
efecto representación.
En contraste, en “El País Semanal” Juan
José Millás reproduce y comenta una foto de “The New York Times” en la que aparece
a contraluz una familia de cuatro miembros mirando por la ventana de su piso en
Barcelona como se aproxima la policía que viene a desalojarlos, a la fuerza si
hace falta, y dejarles en la calle; en la puta calle, como diría un castizo,
por no poder pagar la hipoteca o el alquiler.
Estamos ante dos imágenes que compiten por
cumplir el eslogan publicitario de valer más que mil palabras. Noticias de esta
índole son el pan nuestro de cada día que explican, entre otras desgracias,
casos de suicidio como hemos visto.
Ante estos dramas cotidianos, el Gobierno
se despacha diciendo que hace lo que hay que hacer y que 2013 será muy duro (¿más
de lo fue el precedente?) cuando todos sabemos que cualquier problema admite
más de una solución. La evidencia muestra con claridad meridiana que el
tratamiento aplicado agrava el estado del enfermo.
A la vista de lo que se hace y sus consecuencias,
resulta harto dudoso que se deban tomar medidas como las que se están
implementando y que en cambio se omitan otras que la justicia y la razón
reclaman. En todo caso, la austeridad a todo trance y la ausencia de estímulos
al crecimiento dan resultados contrarios a los esperados.
Ya que sufrimos una crisis sin precedentes,
los sacrificios que comporta deben repartirse con equidad y no descargarlos sobre
los trabajadores activos y pasivos simplemente porque sean la parte más débil.
Es
intolerable que quienes provocaron la catástrofe con sus maniobras especulativas,
que tienen nombres y apellidos, no sientan el peso de la ley. La benignidad del
trato que reciben irrita y encrespa al trabajador que sin comerlo ni beberlo se
encuentra privado de su único medio de vida. A ello contribuye también el
agravio sufrido por el contribuyente que cumple sus obligaciones con Hacienda,
al decretarse la amnistía fiscal que ha favorecido a los evasores de impuestos
que, por cierto, lo recaudado de ellos
fue menos de la mitad de los 2.500 millones de euros que se esperaban.
Después de un 2012 de funesto recuerdo,
iniciamos el siguiente año con el cinturón apretado y los bolsillos vacíos, con
más inflación y más recortes salariales, con lo cual nos mantendremos en
recesión y no habrá forma de reducir el déficit, en un círculo vicioso que se
autoalimenta por efecto de una errada política económica de austeridad cuyos
resultados palpables seguimos padeciendo. El busilis del Gobierno está en tensar
la cuerda sin que se rompa porque, de ocurrir esto, cabe temer un estallido
social de consecuencias imprevisibles.
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