jueves, 29 de septiembre de 2011

Cómo hacer más ricos a quienes ya lo son

Uno de los aspectos más descorazonadores, por injustos, de nuestro tiempo, es el creciente abismo económico que separa a las personas y familias de un mismo país y de estos entre sí.

Limitando nuestro examen a la realidad socioeconómica española, observamos que, mientras unos pocos ingresan cada año sumas superiores a los seis millones de euros y exhiben su ostentación, más de 30.000 viven a la intemperie, 1,5 millones sufren pobreza extrema (con ingresos menores de 400 euros al mes) y 70.000 familias malviven con el ingreso mínimo de inserción establecido en las comunidades autónomas, que en Galicia recibe el nombre de Risga.

El hecho de que la disparidad de renta se acentúe año tras año tiene su explicación en los mecanismos de redistribución inversa que comporta el sistema neoliberal en que nos movemos, favorecedores de la acumulación de la renta, lógicamente en perjuicio de los desprotegidos, que no tienen las mismas posibilidades de mejora.

He aquí algunos factores que inciden en la acumulación de la riqueza en pocas manos:

  • En primer lugar, la institución de la herencia propicia que algunos vengan al mundo nadando en la abundancia amasada con buenas o malas artes por sus antecesores. Las inversiones de este patrimonio tienen muchas posibilidades de obtener altas rentabilidades al estar dirigidas por expertos que disponen de información restringida de las mejores oportunidades y de las ventajas fiscales a las que pueden acogerse.
  • Los dueños pueden conseguir con facilidad créditos que refuerzan su capacidad inversora por la garantía patrimonial que ofrecen y porque normalmente ocupan los puestos más lucrativos e influyentes de las grandes empresas y de la Administración.
  • Otro factor relevante procede de la tributación aplicable. El IRPF concede un trato de favor a las rentas procedentes del capital sobre las del trabajo, como lo prueba el hecho de que la recaudación de las segundas constituye el 80% del total. Como escribe Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía 2001, “¿Por qué aquellos que trabajan para vivir tienen que estar sujetos a impuestos más altos que los que viven de la especulación (a menudo a expensas de los demás)?”
  • Todos estos alicientes están amparados por la ley, pero existen otros ilegales o alegales de los que suelen hacer uso los más codiciosos y mejor informados, a sabiendas de que difícilmente podría caer en las redes de la justicia y de que, en el peor de los casos, el beneficio compensa el riesgo.
  • Uno de estos recursos es la ocultación a Hacienda de los beneficios obtenidos. Si la inspección los descubriera soportarían una sanción, pero para que la evasión de impuestos constituya delito es preciso, en primer lugar, probarlo, que exista ánimo de defraudar, que se denuncie antes de los cuatro años de cometido, que se demuestre el ánimo de defraudar (¡!), y en segundo lugar que el fraude ascienda a más de 90.000 euros, y hasta ahora nadie ha dado con sus huesos en la cárcel por dicho motivo.
  • Otra fuente de ganancia para los potentados es la disposición de información privilegiada para invertir en bolsa con ganancia segura, una operación tipificada como delito pero poco menos que imposible de verificar.
  • Finalmente, personas de grandes fortunas pueden depositarlas en paraísos fiscales, donde los beneficios están ocultos al fisco, y por consiguiente , libres de impuestos.

Si estos trucos fueran desvelados, no es infrecuente que los gobiernos promulguen leyes de amnistía fiscal, como la que hace un año dictó el gobierno italiano de Berlusconi, que ponen blanco sobre negro y aquí paz y después gloria.

Por si los privilegios no fueran suficientes, en 2008, el gobierno socialista suprimió los impuestos de patrimonio y transmisiones.

La relación de artimañas expuesta no es exhaustiva, pero sirve para ilustrar la forma en que las grandes fortunas se multiplican como los panes y los peces del Evangelio.

Repetidas reformas fiscales regresivas rebajan los impuestos directos, que son los más visibles y con mayor capacidad redistributiva como es el caso del IRPF, que benefician preferentemente a los grandes contribuyentes, arguyendo como justificante que así se fomenta el ahorro y la inversión, lo cual no ha podido demostrarse. Así se adujo también cuando se anularon los impuestos sobre sucesiones y patrimonio, que indudablemente eran buenos… para algunos. Los gobiernos conservadores secundados por los mal llamados de izquierda están empeñados en quitar a los pobres y clase media para dar a los ricos, quizás por una interpretación sui generis del texto evangélico (Marcos, 20-26).

Lo que de verdad España necesita es una auténtica reforma tributaria que recoja el espíritu y la letra del art. 31 de la Constitución , por lo que debería ser la máxima prioridad de cualquier gobierno digno de tal nombre. No se trata de la demagógica petición de “que paguen más los ricos” sino de repartir equitativamente las cargas fiscales.

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