A los que
peinamos canas –si nos queda alguna que peinar– se nos acorta el horizonte
porque el tiempo se agota, mas ello no impide que por convicción y solidaridad,
nos ocupemos y preocupemos, no como actores sino como observadores, por los
avatares que esperan a nuestros sucesores y a la humanidad en general.
El porvenir
que se avecina es todo menos optimista: si el fututo es la proyección del presente
y heredero del pasado, el panorama que se ofrece está preñado de paradojas y
contradicciones, amenazas y desafíos que rebasan la capacidad de reacción, y
todo ello en medio de cambios tan acelerados que impiden la adaptación a los
nuevos escenarios, sobre todo a las generaciones maduras.
El
comportamiento humano está lastrado por una serie de sentimientos y emociones que
se sobreponen a nuestra condición de seres racionales, lo cual resta eficacia a
nuestras reacciones ante los peligros implícitos en el porvenir.
Vivimos en un
tiempo en que los avances en comunicaciones han suprimido las distancias y la
globalización ha tejido una sólida interdependencia de todos los países. Contra
lo que cabía esperar de un estrechamiento de las relaciones humanas, renacen
los nacionalismos identitarios amparados en supuestas diferencias políticas,
religiosas o culturales que crean barreras artificiales y separaciones injustificadas.
El fenómeno ha dado lugar a que 192 estados supuestamente independientes amparados
en el principio de soberanía nacional planten sus banderas en la Asamblea de Naciones
Unidas que de unidas tiene muy poco.
El
nacionalismo ha causado guerras terribles. La más reciente en Europa fue la que
terminó en la última década del siglo pasado con la fragmentación de la antigua
Yugoslavia en una pluralidad de estados después de verterse ríos de sangre. El
resultado es que todos son más pobres y se niegan a colaborar entre sí. Como
parece que los humanos somos incapaces de aprender de la experiencia propia y
ajena, todo hace temer que la tendencia al fraccionamiento y la división territorial
seguirá siendo motivo de estériles luchas intestinas. Olvidando el aforismo de
que la unión hace la fuerza, se mantienen las tendencias nacionalistas como un
factor de inestabilidad y enfrentamiento.
Uno de los
problemas que el presente transfiere al porvenir es la proliferación de armas
de destrucción masiva (biológicas, químicas y nucleares) siendo estas últimas
las que inspiran más temor, La ausencia de acuerdo internacional verificable
para destruir las existentes y prohibir la fabricación de otras hace que se
perciba como más grave el peligro de su empleo, toda vez que su fabricación es
cada vez más fácil –ahí está el ejemplo de un país pequeño y empobrecido como
Corea del Norte– y es mayor el riesgo de que caigan en manos de un loco o de un
grupo terrorista.
Uno de los
desafíos más trascendentales que el mundo tiene planteado es el cambio
climático cuyos efectos totales no son previsibles, si bien los expertos afirman
que se producirán cambios climatológicos extremos, aumentos del nivel del mar,
sequías prolongadas, etc. a los cuales no se planta cara con la decisión y
unanimidad que el caso requiere. Bien al contrario, continúa creciendo el
calentamiento global y la emisión de gases contaminantes causantes del efecto
invernadero, y países tan importantes por sus emisiones como Estados Unidos se
retiraron del acuerdo de París. Esperemos que el sentido común se imponga y
rectifique su actitud ante la evidencia del peligro.
Otra de las
amenazas que penden sobre la humanidad proviene del agotamiento de los recursos
naturales no renovables. Ya sufrimos casos de hambrunas que son frutos amargos de
sequías y de guerras, pero las próximas serán cada vez más largas y
generalizadas y deberán su origen a la disminución de medios de subsistencia
con que atender las necesidades de la población en continuo aumento. Uno de los
efectos más devastadores será la escasez de agua cuya penuria ya se hace sentir
ahora en amplias zonas pobladas del planeta.
Recordemos que
la extensión sólida del globo terráqueo es solo la tercera parte del total y si
descontamos las montañas y desiertos, lagos y glaciares, áreas urbanas y
comunicaciones e instalaciones deportivas, se acorta considerablemente la
superficie cultivable, con la consiguiente repercusión en la producción de
alimentos. La tendencia decreciente de la producción afectará no solo a los
alimentos naturales sino también a los océanos cuya productividad decrecerá por
la sobrepesca que esquilma los mejores caladeros sin dar tiempo a la
reproducción de las especies al tiempo que aumentan los efectos adversos por la
contaminación de los mares a donde van a parar millones de toneladas de
desechos.
Un tercer
problema que agudiza los dos anteriores viene dado por el volumen creciente de
la población mundial. Partiendo de la actual de 7.500 millones de personas, las
proyecciones de Naciones Unidas la elevan a 9.725 millones en 2050 y a 11.213
en 2100. Nadie conoce el límite de habitabilidad del Globo, pero ya se aprecian
síntomas localizados de excesiva densidad con un aumento del censo de muchas
ciudades en los países en desarrollo que las convierten en insostenibles e
ingobernables. Si el proceso continúa desarrollándose en la misma dirección no
se puede esperar sino el caos que ya se percibe actualmente.
Ocurre además
que el crecimiento demográfico es desequilibrado. Mientras en los países más
avanzados económicamente disminuye la población, en los menos desarrollados la
situación es la contraria y aumenta exponencialmente como lo ilustra el caso del
continente africano. Según las previsiones de la ONU los 1.200 millones de habitantes de 2017
serán 2.478 en 2050 y 4.387 en 2100. Las tensiones y conflictos que pueden
darse son inimaginables. El caso opuesto se da en Europa, y por supuesto, en
España. Según la misma fuente, los 46 millones alcanzados en 2015 se reducirán a
44,8 en 2050 y a 36,8 en 2100.
La plétora de
nacimientos en Africa y la asimetría con respecto a Europa da origen a un nuevo
desafío, cual es la contención y ordenación del flujo migratorio derivado a su
vez del desequilibrio entre los bienes de consumo y el número de demandantes.
Año tras año aumentará la presión migratoria sirviéndose de embarcaciones
improvisadas que en no pocos casos naufragan en el Mediterráneo. No se ve forma
de impedir esta invasión silenciosa y de nada servirán muros y alambradas con
las que cerrarles el paso, sobre todo en tanto no exista una política
migratoria común de la UE.
Cambio
climático, agotamiento de recursos naturales, crecimiento demográfico sin
control, migraciones masivas, nacionalismos excluyentes, proliferación de armas
de destrucción masiva. Demasiados focos de tensión capaces de provocar
catástrofes aterradoras que configuran un futuro asaz lleno de peligros a los
que no se sabe cómo poner remedio.
Por si fueran
pocos los problema anteriores, habrá que sumarles una larga lista de otros que
estando vigentes ahora seguirán siéndolo en el devenir, que pudieran parecer de
menor trascendencia. Forman parte de ella, entre otros, pobreza, desigualdad
económica, dictaduras, violaciones de derechos humanos, terrorismo, paro
masivo, revolución industrial, ciberseguridad, defensa de la privacidad,
consumo y tráfico de drogas, etc. ¿Podrá la humanidad resolverlos o
esquivarlos? Tenemos a favor la experiencia histórica de haber sobrevivido a
muchas situaciones cruciales para que pudiéramos llegar a donde estamos. En el
mismo sentido se puede argumentar que nunca habíamos tenido hasta ahora un
conocimiento tan profundo de los procesos naturales y de los factores que
interactúan, lo que hizo posible subvenir a las necesidades de una población
creciente en una serie de etapas y continuarán dando nuevos frutos. Por último,
habrá que confiar que la mayor difusión de la cultura permitirá diagnosticar
los males más acuciantes en cada momento y aplicar las reformas oportunas.
Estas y otras esperanzas fundamentan la creencia de un futuro más prometedor.
Tampoco faltan
argumentos para imaginar un porvenir oscurecido por espesos nubarrones. Quizás
el principal sea que los impresionantes avances experimentados por la ciencia y
la tecnología no se han visto acompañados de un paralelo perfeccionamiento
moral de la gente. La eterna lucha entre el bien y el mal sigue tan viva como
cuando el famoso poeta latino afirmó que el amor todo lo vence, y no tenemos
razones objetivas para creer que en adelante todo será distinto y mejor.
Como ocurre a
menudo, los adelantos científico-técnicos son armas de doble filo con
capacidades extraordinarias para construir y destruir. El uso que pueda
dárseles depende de quien tenga autoridad para ordenar lo uno o lo otro y no
faltan motivos para creer que abundará más el amor al prójimo que la avaricia,
la codicia y el afán de poder. Confiemos, que, como mínimo se imponga el
sentido común a pesar de que la experiencia nos muestra que es el menos común
de los sentidos. Estoy convencido de que el siglo XXI planteará a los vivos alternativas
cruciales de cuya elección dependerá el destino. Ello hace que sea apasionante
vivir en un tiempo que pone ante los ojos empresas que transformarán el mundo.
2 comentarios:
Gracias maestro, por tu humildad, humanidad, cariño y sentido común. ¡Cuanto nos has aportado querido amigo!
LA REFLEXION DE RAMON ES PROFUNDA,DEFINE SENTIMIENTOS QUE NOS HAN AYUDADO MUCHO COMO AMIGO Y COMPAÑERO,
.SECOT .TIENE QUE SUMARSE AL HOMENAJE,LO MERECE TODO
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