Aun cuando el fenómeno es de ámbito mundial, por razones de espacio examinaré solamente sus manifestaciones en España, donde se observan características tan contradictorias como las siguientes:
1. Los sindicatos presionan a las autoridades y llegan a erigirse en salvadores de empresas en crisis frente a la Administración. No se pretende, como pudiera pensarse, la mejora de la

2. Empresarios y trabajadores exigen el mantenimiento de empresas públicas deficitarias a cargo del erario público, y simultáneamente la reducción del déficit presupuestario y la rebaja de impuestos. Como se ve, la lógica y la racionalidad brillan por su ausencia.
3. La CEOE reclama la reducción de la cuota patronal de la seguridad social, el incremento de incentivos a la producción en forma de ayudas y una menor presión fiscal, o sea, la cuadratura del círculo.
4. Por su parte, el PSOE, en el Gobierno, olvida sus principios fundamentales y sus ideales por los que lucharon los fundadores, y privatiza cuanto está a su alcance y rebaja o suprime impuestos directos (IRPF, Patrimonio, Transmisiones) argumentando en tiempos distintos que tan de izquierda es incrementar como rebajar impuestos. Se defiende lo uno y su contrario.
En tiempos no lejanos esta ideología sirvió para dar cobertura legal a operaciones espurias, conocidas como “socialización de pérdidas”, consistentes en traspasar al INI (Instituto Nacional de Industria) empresas privadas en quiebra –como muestra elocuente, recuérdese el caso paradigmático de HUNOSA- de lo que en Vigo hemos conocido ejemplos notorios (empresa Alvarez, entre otras). Es a todas luces injusto y contradictorio cargar al sector público con empresas inviables y sostener después que su gestión es ineficiente, y es inadmisible postular la máxima libertad de la iniciativa privada cuando el viento sopla a favor, y clamar por ayudas estatales en tiempos de vacas flacas. La esencia de la empresa privada es su capacidad para asumir riesgos, y solo en su virtud se justifica la ganancia. El empresario es una especie de profeta que gana cuando acierta en sus predicciones, y puede arruinarse si se equivoca. Eliminar el riesgo empresarial sería tanto como privar al empresario de su razón de ser.
Inversamente, no es de recibo que el gobierno socialista haga almoneda de empresas públicas, saneándolas previamente con recursos presupuestarios para devolverlas a la iniciativa privada. Curiosamente, algo similar representa el decreto ley que regula la recapitalización de las cajas de ahorro. En él se dispone que aquellas entidades que no puedan alcanzar el “core” capital mínimo (reservas, porque dichas financieras no disponen de capital propio) serán nacionalizadas temporalmente inyectándoles fondos públicos para ser vendidas después, previsiblemente, a un banco. Es una claudicación ideológica renunciar a la transformación de la sociedad, asumiendo la defensa de los más débiles y desamparados que proliferan bajo la libertad de la oferta y la demanda, y equivale a traicionar los postulados en que se asienta el ideal de la izquierda.
Para muchos es una verdad inconclusa el fracaso de la economía planificada por el Estado, pero su daltonismo ideológico les impide ver las crisis recurrentes del capitalismo salvaje y sus estragos. La falta de ideas claras explica que los partidos de izquierda se muevan en un mar de confusiones y se rijan por un cóctel de liberalismo e intervencionismo, libre competencia y dominio de mercados, libertad de mercado y proteccionismo, como si fuera posible mezclar el agua y el aceite. Si el llamado socialismo real defraudó por sus resultados, tampoco el capitalismo liberal es la solución a los problemas sociales y medioambientales, y si ha pervivido desde los tiempos de Adam Smith, se debe a su camaleonismo, puesto que el que conocemos se parece muy poco al antiguo “laissez faire, laissez passer”. De lo que se deduce que si no aparece un Keynes que lo renueve, tendrá que surgir un Marx que lo destruya.