A quienes aún no lo sepáis, escribo estas líneas para comunicaros que Pío murió este pasado viernes 27 de octubre, a la edad de 90 años, tras una intervención quirúrgica de la que no se pudo recuperar.
Ante esta triste noticia solo me queda decir que ha sido un placer para mí ayudarle durante estos años en la edición de este blog donde, como él mismo dijo, daba salida a sus inquietudes intelectuales y sus sentimientos.
Desde la admiración y el respeto que me merecía su persona, le envío aquí mi último abrazo y mi deseo de que descanse en paz.
¡Hasta siempre, compañero!
-- Marcos Franco
sábado, 28 de octubre de 2017
domingo, 15 de octubre de 2017
A modo de testamento
A los que
peinamos canas –si nos queda alguna que peinar– se nos acorta el horizonte
porque el tiempo se agota, mas ello no impide que por convicción y solidaridad,
nos ocupemos y preocupemos, no como actores sino como observadores, por los
avatares que esperan a nuestros sucesores y a la humanidad en general.
El porvenir
que se avecina es todo menos optimista: si el fututo es la proyección del presente
y heredero del pasado, el panorama que se ofrece está preñado de paradojas y
contradicciones, amenazas y desafíos que rebasan la capacidad de reacción, y
todo ello en medio de cambios tan acelerados que impiden la adaptación a los
nuevos escenarios, sobre todo a las generaciones maduras.
El
comportamiento humano está lastrado por una serie de sentimientos y emociones que
se sobreponen a nuestra condición de seres racionales, lo cual resta eficacia a
nuestras reacciones ante los peligros implícitos en el porvenir.
Vivimos en un
tiempo en que los avances en comunicaciones han suprimido las distancias y la
globalización ha tejido una sólida interdependencia de todos los países. Contra
lo que cabía esperar de un estrechamiento de las relaciones humanas, renacen
los nacionalismos identitarios amparados en supuestas diferencias políticas,
religiosas o culturales que crean barreras artificiales y separaciones injustificadas.
El fenómeno ha dado lugar a que 192 estados supuestamente independientes amparados
en el principio de soberanía nacional planten sus banderas en la Asamblea de Naciones
Unidas que de unidas tiene muy poco.
El
nacionalismo ha causado guerras terribles. La más reciente en Europa fue la que
terminó en la última década del siglo pasado con la fragmentación de la antigua
Yugoslavia en una pluralidad de estados después de verterse ríos de sangre. El
resultado es que todos son más pobres y se niegan a colaborar entre sí. Como
parece que los humanos somos incapaces de aprender de la experiencia propia y
ajena, todo hace temer que la tendencia al fraccionamiento y la división territorial
seguirá siendo motivo de estériles luchas intestinas. Olvidando el aforismo de
que la unión hace la fuerza, se mantienen las tendencias nacionalistas como un
factor de inestabilidad y enfrentamiento.
Uno de los
problemas que el presente transfiere al porvenir es la proliferación de armas
de destrucción masiva (biológicas, químicas y nucleares) siendo estas últimas
las que inspiran más temor, La ausencia de acuerdo internacional verificable
para destruir las existentes y prohibir la fabricación de otras hace que se
perciba como más grave el peligro de su empleo, toda vez que su fabricación es
cada vez más fácil –ahí está el ejemplo de un país pequeño y empobrecido como
Corea del Norte– y es mayor el riesgo de que caigan en manos de un loco o de un
grupo terrorista.
Uno de los
desafíos más trascendentales que el mundo tiene planteado es el cambio
climático cuyos efectos totales no son previsibles, si bien los expertos afirman
que se producirán cambios climatológicos extremos, aumentos del nivel del mar,
sequías prolongadas, etc. a los cuales no se planta cara con la decisión y
unanimidad que el caso requiere. Bien al contrario, continúa creciendo el
calentamiento global y la emisión de gases contaminantes causantes del efecto
invernadero, y países tan importantes por sus emisiones como Estados Unidos se
retiraron del acuerdo de París. Esperemos que el sentido común se imponga y
rectifique su actitud ante la evidencia del peligro.
Otra de las
amenazas que penden sobre la humanidad proviene del agotamiento de los recursos
naturales no renovables. Ya sufrimos casos de hambrunas que son frutos amargos de
sequías y de guerras, pero las próximas serán cada vez más largas y
generalizadas y deberán su origen a la disminución de medios de subsistencia
con que atender las necesidades de la población en continuo aumento. Uno de los
efectos más devastadores será la escasez de agua cuya penuria ya se hace sentir
ahora en amplias zonas pobladas del planeta.
Recordemos que
la extensión sólida del globo terráqueo es solo la tercera parte del total y si
descontamos las montañas y desiertos, lagos y glaciares, áreas urbanas y
comunicaciones e instalaciones deportivas, se acorta considerablemente la
superficie cultivable, con la consiguiente repercusión en la producción de
alimentos. La tendencia decreciente de la producción afectará no solo a los
alimentos naturales sino también a los océanos cuya productividad decrecerá por
la sobrepesca que esquilma los mejores caladeros sin dar tiempo a la
reproducción de las especies al tiempo que aumentan los efectos adversos por la
contaminación de los mares a donde van a parar millones de toneladas de
desechos.
Un tercer
problema que agudiza los dos anteriores viene dado por el volumen creciente de
la población mundial. Partiendo de la actual de 7.500 millones de personas, las
proyecciones de Naciones Unidas la elevan a 9.725 millones en 2050 y a 11.213
en 2100. Nadie conoce el límite de habitabilidad del Globo, pero ya se aprecian
síntomas localizados de excesiva densidad con un aumento del censo de muchas
ciudades en los países en desarrollo que las convierten en insostenibles e
ingobernables. Si el proceso continúa desarrollándose en la misma dirección no
se puede esperar sino el caos que ya se percibe actualmente.
Ocurre además
que el crecimiento demográfico es desequilibrado. Mientras en los países más
avanzados económicamente disminuye la población, en los menos desarrollados la
situación es la contraria y aumenta exponencialmente como lo ilustra el caso del
continente africano. Según las previsiones de la ONU los 1.200 millones de habitantes de 2017
serán 2.478 en 2050 y 4.387 en 2100. Las tensiones y conflictos que pueden
darse son inimaginables. El caso opuesto se da en Europa, y por supuesto, en
España. Según la misma fuente, los 46 millones alcanzados en 2015 se reducirán a
44,8 en 2050 y a 36,8 en 2100.
La plétora de
nacimientos en Africa y la asimetría con respecto a Europa da origen a un nuevo
desafío, cual es la contención y ordenación del flujo migratorio derivado a su
vez del desequilibrio entre los bienes de consumo y el número de demandantes.
Año tras año aumentará la presión migratoria sirviéndose de embarcaciones
improvisadas que en no pocos casos naufragan en el Mediterráneo. No se ve forma
de impedir esta invasión silenciosa y de nada servirán muros y alambradas con
las que cerrarles el paso, sobre todo en tanto no exista una política
migratoria común de la UE.
Cambio
climático, agotamiento de recursos naturales, crecimiento demográfico sin
control, migraciones masivas, nacionalismos excluyentes, proliferación de armas
de destrucción masiva. Demasiados focos de tensión capaces de provocar
catástrofes aterradoras que configuran un futuro asaz lleno de peligros a los
que no se sabe cómo poner remedio.
Por si fueran
pocos los problema anteriores, habrá que sumarles una larga lista de otros que
estando vigentes ahora seguirán siéndolo en el devenir, que pudieran parecer de
menor trascendencia. Forman parte de ella, entre otros, pobreza, desigualdad
económica, dictaduras, violaciones de derechos humanos, terrorismo, paro
masivo, revolución industrial, ciberseguridad, defensa de la privacidad,
consumo y tráfico de drogas, etc. ¿Podrá la humanidad resolverlos o
esquivarlos? Tenemos a favor la experiencia histórica de haber sobrevivido a
muchas situaciones cruciales para que pudiéramos llegar a donde estamos. En el
mismo sentido se puede argumentar que nunca habíamos tenido hasta ahora un
conocimiento tan profundo de los procesos naturales y de los factores que
interactúan, lo que hizo posible subvenir a las necesidades de una población
creciente en una serie de etapas y continuarán dando nuevos frutos. Por último,
habrá que confiar que la mayor difusión de la cultura permitirá diagnosticar
los males más acuciantes en cada momento y aplicar las reformas oportunas.
Estas y otras esperanzas fundamentan la creencia de un futuro más prometedor.
Tampoco faltan
argumentos para imaginar un porvenir oscurecido por espesos nubarrones. Quizás
el principal sea que los impresionantes avances experimentados por la ciencia y
la tecnología no se han visto acompañados de un paralelo perfeccionamiento
moral de la gente. La eterna lucha entre el bien y el mal sigue tan viva como
cuando el famoso poeta latino afirmó que el amor todo lo vence, y no tenemos
razones objetivas para creer que en adelante todo será distinto y mejor.
Como ocurre a
menudo, los adelantos científico-técnicos son armas de doble filo con
capacidades extraordinarias para construir y destruir. El uso que pueda
dárseles depende de quien tenga autoridad para ordenar lo uno o lo otro y no
faltan motivos para creer que abundará más el amor al prójimo que la avaricia,
la codicia y el afán de poder. Confiemos, que, como mínimo se imponga el
sentido común a pesar de que la experiencia nos muestra que es el menos común
de los sentidos. Estoy convencido de que el siglo XXI planteará a los vivos alternativas
cruciales de cuya elección dependerá el destino. Ello hace que sea apasionante
vivir en un tiempo que pone ante los ojos empresas que transformarán el mundo.
miércoles, 11 de octubre de 2017
Discriminación fiscal
Por muy
oscuras razones, las sociedades humanas están formadas por grupos relativamente
pequeños de adinerados y grandes mayorías de desheredados. Los primeros
detentan el poder y a los segundos les toca obedecer.
Un factor
coadyuvante de la distancia que separa la opulencia de la pobreza, cuando no de
la miseria, reside en el régimen de libre mercado cuya doctrina como ciencia
económica se debe al británico Adam Smith (1723-1790), autor del libro “La
riqueza de las naciones”, que pasa por ser fundador del liberalismo económico.
El sistema capitalista promueve el reparto desigual de la riqueza nacional a
través de variados mecanismos socioeconómicos, como pueden ser, entre otros, la
endogamia de la clase más acomodada, el sistema fiscal imperante y las
relaciones laborales.
Es un hecho
real que el dinero proporciona poder y el poder facilita la obtención de
beneficios, y como consecuencia, dinero y poder viajan juntos y ambos factores
se potencian mutuamente. Como resultado, la máxima expresión del poder que es
el Estado, influido por los poderes económicos, promulga leyes que favorecen
los intereses de las clases privilegiadas. Donde más se aprecia esta
predisposición al doble rasero es en las normas fiscales que gravan con
diferente intensidad las rentas provenientes del capital y las del trabajo. Por
ejemplo, si un especulador bursátil o inmobiliario consigue en un día una
plusvalía de un millón de euros o lo cobrase por intereses o dividendos, pagaría
por IRPF el 21%, en tanto que si procediese de sueldos, tributaría al 52%.
Todo ello
sería así si nos movemos dentro de la ley, porque el millonario dispone de
fórmulas a su alcance para reducir o escamotear los impuestos, desde la
creación de sociedad interpuestas a las sociedades de inversión mobiliaria de capital variable (Sicav).
Marginando la
ley puede –y muchos lo hacen– enviar su dinero a paraísos fiscales que Hacienda
no puede conocer, y en el peor de los casos, si el supuesto culpable fuese
descubierto, tendría una sanción que solo sería efectiva después de un largo
proceso judicial en el que la Agencia Tributaria debería probar la intención de
defraudar. Finalmente, podría acogerse a una amnistía fiscal como han acordado
distintos Gobiernos que le permitiría repatriar el capital sin apenas coste. A
causa del tratamiento discriminatorio, los trabajadores soportan más del 80% de
la recaudación del impuesto sobre la renta de las personas físicas. Impuestos
de finalidad eminentemente redistributiva como Transmisiones y Patrimonio
recaudados por las Comunidades Autónomas, muchas de ellas los han reducido en
gran parte e incluso suprimido como ocurre en la Comunidad de Madrid.
Si a todo esto
añadimos el desigual efecto que producen en las economías familiares los
impuestos indirectos (IVA, etc.) llegaremos a la conclusión de que las leyes
fiscales adolecen de graves defectos de equidad, y por tanto, son injustas. No
se trata de “que paguen los ricos” como algunos reclaman, sino de que cada uno
tribute según su capacidad, y legislar con ecuanimidad para cumplir lo que la Constitución
proclama.
La justicia
sigue pendiente de que se promulgue una auténtica reforma tributaria que
devuelva al trabajo la parte del producto social que le ha arrebatado el
capital. Una espera que no admite dilación.
lunes, 2 de octubre de 2017
La cuestión lingüística
La acritud e
intolerancia con que a menudo se plantea la coexistencia, inevitablemente
conflictiva y polémica, de las lenguas autóctonas con el castellano, no debería
impedir un amplio y serio debate en cada autonomía que facilitara, sin tabúes
ni defensa a ultranza de posiciones previas, la aportación de todos los puntos
de vista, con el debido respeto a todas las opiniones, por muy divergentes que
fueran. Ello serviría tanto para fundamentar las decisiones subsiguientes que la Administración
pudiera adoptar como para mostrar el grado de madurez democrática que todos
defendemos y añoramos para nuestra sociedad.
Respecto al
caso gallego en concreto, por ser el más próximo, el tema del predominio lingüístico
suscita en seguida posiciones viscerales y contrapuestas, y por ello no siempre
sobradas de argumentos convincentes y sí de apasionamiento. Solo en la discusión,
serena y respetuosa podrán sostenerse y justificarse las diferentes opciones,
habida cuenta de que, en definitiva, es el pueblo soberano quien decide el uso.
Por supuesto, las mismas razones son válidas para las otras dos lenguas
cooficiales.
Lo deseable es
alcanzar un perfecto bilingüismo en el uso popular y un buen conocimiento de un
tercer idioma que hoy por hoy es el inglés como lengua franca mundial. Uno de
ellos será el que sirvió para expresar y adquirir los primeros conocimientos y
los demás serán adquisiciones posteriores. Ni el castellano ni el gallego tienen
el monopolio de lengua vernácula en Galicia. Y esta realidad, guste o no guste,
es la que conforma la realidad. Por ello creo que deben eludirse planteamientos
excluyentes y respetar la libertad de las personas a utilizar la lengua en que
mejor se expresen.
Para quienes
defienden el dominio del gallego en exclusiva en detrimento del castellano, les
invitaría a imaginar por un momento la situación en que se vieran cumplidas las
aspiraciones de los grupos nacionalistas más radicales.
Llegados a
este punto, bueno será recordar que la función natural de cualquier idioma es
la de permitir entendernos con el mayor número posible de interlocutores, nunca
la de fomentar la aparición de ghetos incomunicados. Dejando aparte el coste en
términos sociales y económicos –que no sería ocioso ni mucho menos analizar– que
habría que pagar por tamaña transformación, la culminación del proceso
significaría un aislamiento efectivo en relación con nuestro entorno próximo y
remoto. Tendría sentido, en tal supuesto, plantearse una serie de
interrogantes, como:
- Cuando
nuestros trabajadores emigrasen bien pertrechados con su gallego, ¿verían
incrementadas sus oportunidades de empleo tanto en Madrid como en París o
Hamburgo?
- Si en la
selección de personal estuviéramos sobrevalorando al candidato a un puesto de
responsabilidad por su mejor conocimiento de la lengua vernácula, ¿no
correríamos el peligro de de estar desechando a otros de mayor idoneidad para
el cargo?
- En la
situación supuesta, ¿no se habría impulsado a los padres de clase alta a enviar
a sus hijos a universidades castellanas, agravando así la desigualdad de
oportunidades derivadas de la distinta situación económica?
- En definitiva,
a cambio de preservar a todo trance nuestra identidad cultural, ¿en qué medida
habríamos contribuido a elevar el nivel de vida de los gallegos, objetivo al
que nadie puede renunciar?
jueves, 28 de septiembre de 2017
Pagar o no pagar impuestos
Pagar
impuestos es la única obligación que impone la Constitución, una vez
suprimida la segunda que era la del servicio militar. A nadie gusta rascarse el
bolsillo para entregar a Hacienda parte de nuestros ingresos, pero ello es
nuestra cuota por vivir en una sociedad decente y preservar el Estado
democrático y de derecho que la ley de leyes consagra. Nadie debería negar la
aportación exigida con arreglo a la capacidad contributiva de cada cual. Hasta
tal punto es importante la vigencia de leyes de Hacienda justas, que de ello
depende que se trate de un país atrasado o avanzado y progresista. Si
contrastamos la presión fiscal de un país del tercer mundo con la de Dinamarca,
por ejemplo, en el primero es probable que no suba del 12% y en el segundo es
del 40%. El contraste explica la diferencia de nivel de vida en ambos.
En España –y
no es el único país- las condiciones exigibles de progresividad y equidad no
siempre se cumplen, y si a esta carencia agregamos la falta de rigor y
racionalidad que a menudo se dan en el gasto público, tenemos la disculpa de quienes eluden su contribución al bien
común e incumplir su deber ciudadano.
Los países
donde la desigualad social es menor, la protección social es más amplia y el
grado de bienestar más alto. Se identifican por una presión fiscal notable que
ronda el 40% del PIB y la prevalencia de los impuestos directos; son
circunstancias que concurren en los países nórdicos (Suecia, Noruega, Dinamarca
y Finlandia).
Por el
contrario, el sistema fiscal español está pensado para que el grueso de la
recaudación por impuestos directos provenga del trabajo por cuenta ajena que
representan más del 80% del IRPF, cuya proporcionalidad queda mermada por la
existencia de solo cinco tramos, incide en exceso en las cargas indirectas (en
la última reforma de 2014, la tasa del IVA pasó del 18 al 21%); es
desequilibrado al tener un impuesto de sociedades del 25% que las grandes
empresas reducen a un promedio del 7% en virtud de una selva de bonificaciones
y desgravaciones. Es inequitativo al establecer una diferencia brutal entre el
tipo impositivo sobre sueldos y sobre rentas del capital. Finalmente, entre los
impuestos cedidos a las autonomías están los de transmisiones y patrimonio,
cuya exacción varía según el color del partido que gobierne.
Como
consecuencia de estas características, tenemos un sistema fiscal que
proporciona una recaudación insuficiente para atender las necesidades propias
de un Estado social, es poco redistributivo y fomenta la desigualdad entre
clases sociales, aumentando proporcionalmente el número de pobres y de
millonarios. La insuficiencia recaudatoria resulta evidente como causa de que
ningún año se pudo cumplir el déficit comprometido con la Comisión Europea,
debido en buena parte a que la presión fiscal es inferior en más de siete
puntos al promedio de la UE,
sin que exista una explicación plausible que ampare la disparidad.
Es tendencia
común de los gobiernos conservadores implementar rebajas de impuestos, sobre
todo en vísperas electorales como zanahorias ofrecidas a los electores, sobre
todo a los de más recursos, según declaró recientemente el ministro de
Hacienda, Cristóbal Montoro refiriéndose a los próximos comicios de 2019. Lo
que no aclaró son los costes sociales que de ello se derivaría. Sin ingresos públicos
suficientes no se puede dotar de medios la educación, la sanidad, la justicia,
la dependencia, la I+D, la ayuda al desarrollo, las rentas de integración
–llamada Risga en Galicia- , atenciones todas ellas que ya sufrieron drásticos
recortes en años recientes, causados por la caída de la recaudación
presupuestaria. Esta fue tan intensa por mor de su dependencia de los impuestos
sobre salarios al coincidir con la ascensión del paro. Solo las grandes
fortunas capearon con éxito el temporal.
En el programa
del partido socialista figura la reforma fiscal, si bien no cabe esperar grandes
novedades, dado que cuando gobernó con mayoría puso haber transformado a fondo
el sistema impositivo y no lo hizo. Y el inefable Zapatero, en un alarde de
confusión mental llegó a decir que bajar impuestos también era de izquierda.
Por su parte, Ciudadanos coincide con el PP, y en cuanto a Unidos Podemos no ha
dado a conocer su punto de vista o yo no lo conozco.
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