El 15 de mayo de 2012, la 2 de TVE emitió
la película “Arcadia”, dirigida por Costa Gavras con un tema característico de
su filmografía que es la denuncia social. En este caso el argumento del paro y
sus devastadores efectos, situación en la que se encuentran 26 millones de
personas en la UE, de los que 5,5 millones son españoles.
El protagonista del filme es un ejecutivo,
casado y con dos hijos que por deslocalización de su empresa pierde el empleo y
ve como pasan los meses sin hallar otro.
A medida que se van frustrando sus propósitos se incrementan los efectos deletéreos: ocultación de sus fracasos en el hogar, deterioro de la
situación económica de la familia, aislamiento, pérdida de la autoestima… hasta
que se apodera de él la rabia y desesperación y su mente perturbada atribuye la
culpa de sus males a quienes le despidieron y a cuantos optaron como él al
mismo puesto. Y al considerar a todos como enemigos personales, decide
deshacerse de ellos. El supuesto está llevado al extremo para hacernos ver el
estado de ánimo a que conduce la carencia de trabajo y salario,
La proyección de la película fue seguida de
coloquio en el que intervinieron, además de la moderadora, la sicóloga Laura Fernández
y el economista Francisco Álvarez. La primera propuso variadas formas de
conducta positiva para que los desempleados no sucumban a la depresión y
exploren nuevos caminos de búsqueda y autorrealización, incluido el autoempleo.
Por su parte, el economista, experto conocedor de la situación económica y social europea, hizo
hincapié en los aspectos más negativos del modelo económico que nos hemos dado,
basado en la competitividad, que tantos perdedores deja en la cuneta, en lugar
de la cooperación que realza el esfuerzo común y ennoblece la condición humana.
El modelo es el capitalismo que solamente contempla a las personas como
factores de producción y consumo y no como seres vulnerables con necesidades y
sentimientos.
El modelo se basa en la producción de
bienes, muchas veces superfluos, con obsolescencia programada, en despertar la
sed consumista, todo por el afán desmedido
de obtener beneficios aun a riesgo de arruinar a los competidores y
destruir el medio ambiente. Sus efectos nocivos conllevan la desigualdad social
y la explotación de los trabajadores, y como culminación el desorden, la
aparición recurrente de crisis sin culpables aunque sean identificables. La
evidencia de estos fallos no impide reconocer que no se ha inventado hasta ahora
otro más perfecto que pueda sustituirlo. La forma en que se ha implantado el
marxismo ha dejado una sensación de fracaso por la igualación en el nivel más bajo,
y sobre todo por la supresión de las libertades individuales, si bien es un
hecho que los postulados ideológicos se pervirtieron en la práctica, algo
similar a la diferencia que se observa entre los principios evangélicos y como
los viven los cristianos. El capitalismo triunfa en la producción y fracasa en
la distribución, en tanto que el socialismo acierta en la distribución y falla
en la cantidad y calidad de la producción. Esperemos que en un próximo futuro
tenga éxito la síntesis de ambos
sistemas. Curiosamente, evangelio y marxismo son obra de dos judíos.
En definitiva, el mayor o menor énfasis en
cooperación y competencia marcan la diferencia entre socialismo y capitalismo.
El respeto irrestricto a la iniciativa privada, la reivindicación de pagar los
mínimos impuestos posibles, y retribuir a cada uno según lo que produzca son
atributos del neoliberalismo que personifica el capitalismo. Por su parte, los
principios teóricos socialistas son la distribución equitativa de la renta,
mediante leyes fiscales justas y progresivas, someter los intereses privados al
bienestar general y retribuir a las personas en función de sus necesidades. Es
evidente que, respetando las reglas de la competencia, necesitamos reforzar la
cooperación para que el mundo no descarrile.
1 comentario:
El capitalismo nos está mostrando su peor cara estos últimos años y está claro que es necesario acometer algunas reformas profundas para que no se siga cobrando víctimas. En un Estado moderno deberían estar garantizados unos mínimos de bienestar para todos los ciudadanos independientemente de cual sea su suerte personal.
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