La inflexibilidad y dureza que sostiene
Angela Merkel, que se empeña en ganar el
apelativo que distinguió a su antecesor Otto von Bismarck de “canciller de
hierro”, respecto a su postura ante los socios mediterráneos de la Unión
Europea, y muy especialmente frente a Grecia, puede acarrear graves
consecuencias no solo para los griegos, sino que está en juego la supervivencia
de la UE.
La política de austeridad y recortes
después de cuatro años para eliminar a toda costa el déficit presupuestario en
breve plazo contra la opinión generalizada de economistas y políticos, impide
el crecimiento económico, hunde las bolsas, aumenta el paro, reduce en términos
insoportables las políticas sociales y mengua la recaudación de impuestos, lo
que a su vez agranda el déficit. A más recortes, más déficit, y a mayor
déficit, más recortes, en un círculo vicioso que se autoalimenta.
Al mismo tiempo, las perspectivas que con
la crisis se proyectan sobre el euro, rebaja su cotización frente al dólar.
Esto favorece de momento las exportaciones alemanas en perjuicio de las estadounidenses
que Obama necesita para mejorar las expectativas de su reelección, y esta
situación genera tensión entre ambas potencias. Pero, además genera inquietud entre los inversores que compran la
deuda emitida por países como España e Italia, lo que se traduce en aumento del
riesgo país, y en definitiva acrecienta los intereses que aquéllos han de
pagar, lo cual contribuye a incrementar el déficit por el pago de intereses y
el volumen de la deuda.
Como suele ocurrir, las culpas están
repartidas. Tanto España como Portugal, Italia, y tal vez en mayor medida aun
Grecia, cometieron no pocos pecados económicos. Durante años gastaron más de lo
que tenían haciendo mal uso de las ayudas que recibieron de Bruselas, sin
modernizar el aparato productivo ni volcarse en mejorar la educación y la I+D+i, que actúan a modo de
siempre promisoria de más prosperidad. A
Grecia se la acusa también de haber falseado las cuentas para ingresar en la
eurozona.
Dicho esto, tenemos derecho a preguntarnos
por qué la Comisión Europea no ejerció sus facultades de verificar la veracidad
de las cuentas que recibía, por qué dio por buenas las elaboradas por el banco
norteamericano Goldman Sachs, así como por que los bancos franceses, alemanes y
holandeses, entre otros, siguieron prestando dinero al gobierno heleno
sabiendo, como tenían que saber, que era insolvente y que no podría cumplir sus
compromisos.
La obstinación del gobierno alemán en
apretar las tuercas a Atenas, lleva al suicidio de los griegos –los casos
registrados van en aumento- y tal como dice el líder del partido griego de
izquierda Alexis Tsipras, “el infierno no es negociable”.
La UE no tiene más remedio que reconocer
que la deuda griega es incobrable y se impone una segunda quita, o utilizando
un eufemismo en boga, una reestructuración, favorecer estímulos al crecimiento
y alargar el plazo para lograr la consolidación fiscal, y cuanto más se dilaten
estas medidas más se agravará el sufrimiento de la población sin haber tenido
arte ni parte en la provocación de la crisis, cuyos efectos son más sensibles
sobre los sectores más vulnerables, al tiempo que se pone en peligro la estabilidad
mundial, teniendo en cuenta que la UE es el primer socio comercial.
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