Nos hallamos en vísperas electorales en
Galicia, País Vasco y Cataluña, las tres autonomías llamadas históricas, y ello
es motivo para tejer una reflexión en torno al triple acontecimiento político.
El escenario en que se desarrollarán los
comicios es harto lastimoso y lamentable. Las tres comunidades autónomas han
tenido que hacer –y es de temer que seguirán haciéndolo- recortes de gastos en
áreas tan sensibles como sanidad, educación, investigación científica y
atención a la dependencia. Todas están en recesión, con una agobiante deuda y
con la economía hechos unos zorros (como el resto del país). Con una
recaudación menguante, los presupuestos de 2013 no ofrecen perspectivas de mejora,
sino la continuidad de los tijeretazos al Estado del bienestar. En resumen, el
futuro a corto plazo (a más largo nadie se atreve a hacer pronósticos) se
presenta incierto y oscuro.
En la triple convocatoria a las urnas se
cruzan apuestas distintas. En el País Vasco se trata de ver si el silencio (que
no la desaparición) de ETA premia a quienes combatieron ala banda o dará
réditos a los nuevos partidos cuyos integrantes la defendieron o apoyaron.
En Cataluña, con la jornada
electoral un mes más tarde, se dilucida si los ciudadanos advierten o no la
jugada de CiU de enmascarar el fracaso de dos años de gobierno de la Generalitat
con la llamada a la cuestión identitaria, olvidándose de la crisis.
Por lo que a los gallegos se refiere, la
consulta nos coge a contrapié, ante una difícil alternativa con dos opciones a
cual más insatisfactoria: repetir la decepcionante experiencia del bipartito o
darle un voto de castigo al partido que logró la hazaña de eliminar el
sistema financiero gallego, amén de
otros incumplimientos programáticos, independientemente de la crisis importada que los órganos
reguladores (léase Banco de España, Confederación Española de Cajas de Ahorros,
ministerio de Economía) no supieron prever, ni el gobierno socialista combatir a
tiempo, ni el actual acertar a evitar su profundización.
Pues bien, a primera vista parecería lógico
que ante un panorama tan negro habría una clara reluctancia a hacerse cargo del
muerto, a comerse el marrón. Sin embargo, lejos de eso, los políticos no se
amilanan y se pelean por figurar en las listas de candidatos. Se diría que por
más pesada que sea la tarea del gobierno todos se sienten con fuerzas cual si
dispusieran del bálsamo de Fierabrás para revertir los augurios y curar los
males de la patria. Todos se ofrecen como timoneles expertos capaces de llevar
el barco a buen puerto por más que navegue por aguas turbulentas.
Los políticos deberían concienciarse de que
las expectativas son desalentadoras, que las dificultades son enormes y que el
fracaso acecha a la vuelta de la esquina, toda vez que los milagros no están al
alcance de los mortales. Siendo este el escenario presente y el futuro
previsible, cabría suponer el sufrimiento que espera a los gobernantes ante la
inutilidad de sus esfuerzos por enderezar la cosa pública. Harían bien en
valorar las recientes palabras del primer ministro heleno Antónis Samarás,
quien, refiriéndose a su labor al frente del gobierno declaró: “Este es el
trabajo más duro del mundo. Es solo dolor”.
Sea cual sea el partido ganador, no podrá
alegar desconocimiento de la gravedad del enfermo, pues cualquier ciudadano con
salir a la calle puede percibir la crisis a través de la gran cantidad de
negocios que cierran las puertas por ruinosos.
Siendo las cosas como son, sorprende que
tantos aspirantes a diputados se sientan llamados a gobernarnos. Uno se
pregunta qué poderosos impulsos les mueven. ¿Son mártires dispuestos a quemarse
en la hoguera? ¿Son, por ventura, héroes listos a inmolarse por su pueblo? ¿Son
aventureros buscavidas, ávidos de exprimir las ubres del erario? Quiero creer
que habrá algo de todo ello y que la responsabilidad de incluir a los últimos
en las listas recae sobre quienes han hecho la selección de los candidatos.
A los electores que no sucumban a la tentación
de abstenerse, les recomiendo que antes de votar comparen los programas, que no
se dejen guiar por los “spots” publicitarios y que no den su sufragio a los
partidos indulgentes con la corrupción propia y rigurosamente exigentes con la
del contrario.
A quienes hayan de gobernarnos les pediría
que llamen al pan, pan y al vino, vino, que actúen con transparencia, que no
prometan lo que no está en su mano cumplir, y que escuchen la voz de los más
necesitados a la hora de repartir con equidad los inevitables costes de la
crisis.
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