viernes, 8 de junio de 2012

La locura de los pueblos


    La demencia es una enfermedad que altera el estado normal de la mente con manifestaciones esquizofrénicas o paranoicas que afecta tanto a individuos como a grupos sociales.
    En el primer caso, las consecuencias las sufre el propio interesado y su ámbito familiar. Pero la perturbación colectiva puede darse también  en grupos más o menos numerosos, e incluso afectar a buena parte de la población de un país, con daños catastróficos. En el origen de estos fenómenos sociales puede estar un ideólogo que propugne soluciones utópicas o irracionales, casi siempre violentas a problemas de convivencia con minorías étnicas, religiosas, políticas o lingüísticas que se presentan como incompatibles.
    La historia es testigo de que estas ideologías violentas desencadenaron en el pasado y en el presente episodios de exterminio de colectivos por el hecho de profesar creencias políticas o religiosas que sirvieron y sirven de justificación a invasiones de pueblos vecinos seguidos de conflictos bélicos de independencia.  
    Es frecuente que en el origen de estos desórdenes estén teorías elaboradas por mentes desequilibradas que logran transmitir su vesania y convencer a masas de adeptos. Una muestra incontestable sería el libro de Adolfo Hitler “Mein Kampf” (Mi lucha) en el que acusaba  a los judíos  de ser culpables  de la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, y por ello propugnaba su aniquilación. Como es sabido, dichas teorías  llevaron al Holocausto y al hundimiento del país que lo provocó.
    También los españoles tenemos la dolorosa experiencia de convivir con una pesadilla de 50 años de terrorismo de ETA, apoyado por un sector importante de la población vasca, para poner en práctica las elucubraciones xenófobas de Sabino Arana, apóstol del odio a los demás españoles y del independentismo vasco.
    En ocasiones, el discurso de los reformadores ha sido llevado a la práctica con sentido y medios totalmente opuestos a los que inspiró a los fundadores. En materia religiosa basta comparar el amor, la pobreza, la humildad y el pacifismo de Jesucristo con lo que ha sido y es el comportamiento de las Iglesias cristianas para comprender la distancia que separa  a ambas partes.
    Otro tanto podría decirse en el terreno político de lo ajeno que son las teorías de Marx y la interpretación que de ellas han hecho los regímenes comunistas que en el mundo han sido. No en vano se ha dicho que la desgracia del maestro es tener discípulos.
    Los ejemplos de tales perversiones son innumerables. Refiriéndonos a los casos más recientes, viene a cuento citar el contraste entre las enseñanzas evangélicas y como son vividas por los cristianos que se reclaman creyentes. Si Marx, que propuso el reino de la igualdad y la justicia en este mundo sin esperar a que se cumplan en el cielo, levantase la cabeza, le daría un pasmo al ver como sus ideales son transformados en brutal represión  de los derechos de los ciudadanos por una elite política que detenta el poder, ajena a la opinión pública a la que se le niega el derecho a hacerse oír en los países proclamados comunistas  (China, Cuba, Corea del  Norte).
    Aun no se ha descubierto una vacuna que inmunice a los pueblos contra sus locuras, pero existen fórmulas a modo de medicamentos cuyo uso previene la aparición de sus manifestaciones patológicas. En la medida en que reine la justicia, se amplíen los cauces de participación en los asuntos públicos, se mejore la educación, se fomente la tolerancia, la transparencia y el pensamiento crítico, será más fácil alejar el peligro que representan la demagogia, el extremismo y el fanatismo. Demasiados objetivos para poder confiar  en su próximo cumplimiento. Pero  no tenemos otra solución a nuestro alcance.

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