El debate existente en torno a que la política islámica se acomode a las reglas democráticas sigue abierto, si bien los ensayos hasta ahora realizados se saldaron con sendos fracasos.
Una visión relativamente optimista la ofrece la evolución sociopolítica de Turquía, curiosamente impulsada por el partido islamista moderado AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo) liderado por el primer ministro Recep Tayip Erdogan, con la oposición del CHP (Partido Republicano del Pueblo), laico y socialdemócrata. Un gesto de modernidad muy importante se dio el 12 de octubre de 2010 al ser aprobada la nueva Constitución que sustituye a la de 1982, redactada por una junta militar golpista.
La nueva Carta Magna libera al régimen de la tutela militar impuesta por el fundador de la República el general Kemal Ataturk, llamado el padre de la patria, en 1923, otorga a los funcionarios el derecho de huelga, reconoce la privacidad de las informaciones personales y aumenta la protección de ciertos sectores de la población como pueden ser niños, ancianos, discapacitados, viudas y huérfanos. A pesar de todo, la nueva ley de leyes aún está lejos de ser homologable con las europeas, y además tiene pendiente el reconocimiento de la autonomía y los derechos y libertades de los kurdos, un pueblo que suma más de doce millones de habitantes. También falta la emancipación del poder de la tutela religiosa. Por otro lado, Francia exige que el gobierno turco reconozca como verdad el genocidio cometido contra los armenios entre 1915 y 1917 cuyas víctimas se hacen ascender a 1.500.000, lo que las autoridades turcas no admiten, alegando que fueron consecuencia de luchas étnicas.
Los derechos reconocidos encajan en la aspiración de que el país sea admitido como miembro de la UE, pero tras once años de negociaciones no se han logrado progresos significativos, sobre todo por la oposición de Francia y Alemania temerosas de que Turquía con 73 millones de habitantes islámicos pueda adquirir un papel preponderante en la toma de decisiones, con la agravante de que la demografía turca es expansiva en tanto que la europea está en retroceso.
Si la democracia se consolidase en Turquía sería un éxito para todos y daría pie a que otros países musulmanes siguieran el ejemplo. Sería la constatación de que es posible la transformación de los pueblos árabes y musulmanes en democracias homologables con las occidentales y a su vez la adhesión otomana actuaría como un acicate para acelerar el proceso de cambio. No obstante, la prueba de fuego solo será superada cuando se produzca la alternancia ordenada de la oposición.
Posiblemente estaríamos ante un error histórico si por defender los intereses particulares de los dos socios principales de la UE se cerrasen definitivamente las puertas a Turquía frustrando las expectativas de paz y entendimiento de cristianos y musulmanes cuyos creyentes suman más de 2.000 millones. Es preciso que nos concienciemos de que si no podemos entendernos como creyentes, estamos obligados a respetarnos, y mejor, amarnos como ciudadanos libres.
sábado, 24 de marzo de 2012
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