domingo, 11 de marzo de 2012

De la condición del político

    La actividad política es, por las muchas peculiaridades que concurren en ella, una figura singular de difícil clasificación entre las múltiples profesiones a las que cada cual puede dedicar su vida.
   
    Por ser una ocupación no reglamentada como puede serlo la de funcionario municipal, no le atañen las condiciones o requisitos que son normales o necesarios en  otros quehaceres. El aspirante a un cargo público por elección no precisa acreditar ninguna clase de conocimientos, ni estar en posesión de ningún título académico. Sus dotes provienen de una especie de ciencia infusa, acreditada por su actuación anterior que cuando alcanza un grado sobresaliente le reviste de “carisma”, algo de muy difícil concreción pero que arrastra tras sí a las multitudes. El político puede alcanzar los más altos peldaños de la jerarquía, incluso siendo inválido como lo demostró el cuatro veces presidente de Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, inmovilizado en una silla de ruedas por haber sufrido un ataque de poliomielitis. Un político puede dirigir el ministerio de defensa sin haber hecho el servicio militar o recaer en una mujer que nunca vistió un uniforme. Curiosamente,  algunas constituciones exigen que los jefes de Estado profesen la religión oficial del país, identificando creencias íntimas con aptitudes de estadista.

    Otra particularidad de la clase política consiste en la suposición implícita en los electores de que la idoneidad de sus representantes no guarda relación con la edad y que su aptitud no se verá mermada  porque el candidato se encuentre  en el ocaso de su ciclo vital. Limitándonos a la magistratura del Estado, existe una edad mínima para acceder a ella que en España es de 18 años mientras que en Alemania es de 40, pero en ningún caso se contempla un tope de edad para abandonarla, lo mismo si se llegó a ella por elección, por imposición o por herencia. En ningún caso se fijan límites de senectud que obliguen  a abdicar o cierren el paso a los candidatos. Un ejemplo notable de político senil lo dio en 1989 el griego Xenofon Zelotas al aceptar presidir el gobierno pese a haber superado los 85 inviernos. No parece que la fe popular en la longevidad de los políticos se haya visto afectada por el ejemplo de Andropov y Chernenko, antecesores de Gorbachov, ambos septuagenarios que fueron investidos como jefes de Estado soviéticos y fallecieron  en menos de dos años.

    No es fácil hallar una explicación plausible a tan ingenua creencia que ampara la perpetuación en los cargos públicos, como no se comprende que, un general tenga que resignar el mando de una división o un magistrado del más alto tribunal a renunciar a dictar sentencias por alcanzar la edad de jubilación forzosa, en tanto que el presidente de una república pueda ostentar el mando supremo del ejército o juzgar lo que conviene a todo un pueblo por más años que tenga. Cabe citar entre nosotros la paradoja de que Fraga fuese licenciado de su cátedra a los 65 años y poco después fuese elegido presidente de la Xunta. por tres mandatos hasta ser derrotado en su cuarto intento.

    Para el común de los mortales el paso de los años marca su huella indeleble y cuando se entra en la madurez comienza un declive biológico que se va acentuando progresivamente y se manifiesta en una menor resistencia a la fatiga, una capacidad decreciente a la adaptación a los cambios y una disminuida   capacidad de concentración mental, amén de la pérdida de memoria. Por ello, la jubilación no obedece a un capricho administrativo, por más que el mecanismo sea susceptible de perfeccionamiento, sino a la evidencia  de que comienza la cuesta abajo. La puesta en práctica del retiro facilita el relevo generacional y permite la combinación de la experiencia y serenidad de juicio que aportan los años vividos y la experiencia, con el impulso y el entusiasmo que acompañan a la juventud, sin caer en el extremo de primar el juvenilismo ni apostar por la gerontocracia.

    Por las razones que sea, nadie retira a los políticos por muy ancianos que sean. ¿Será  que el poder hace incombustibles a quienes lo detentan, tanto desde el punto de vista político como biológico? Si tan atrevida teoría fuese confirmada empíricamente, sería cosa de apuntarse a cualquier candidatura para poder aspirar a la eterna ,juventud, tan soñada como inalcanzable. En todo caso, parece demostrado que la de político es una carrera de muy singulares características, no sobrada de racionalidad.

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