No faltan motivos para pensar que uno de los problemas del que más se hablará en este siglo, heredado del anterior, será la conflictiva convivencia del mundo musulmán con el Occidente cristiano, las dos principales religiones apostólicas, junto con sus respectivos estilos de vida, en las cuales comulgan más de mil millones de creyentes en cada una.
La gran mayoría de los occidentales y muchos intelectuales islámicos reconocen la superioridad del sistema de gobierno del pueblo por el pueblo en que se inspira la democracia, pero es un enigma irresuelto si es compatible con los preceptos islámicos que no solamente rigen y ordenan lo espiritual, sino también la vida política, social y económica.
De ahí la dificultad de adaptar el Islam –término que significa la sumisión a Alá- a la democracia, la cual reconoce el pluralismo político y la separación de poderes, lo que provoca un choque de actitudes. Hoy por hoy, los países islámicos y el Occidente cristiano constituyen dos mundos enfrentados, con episodios tan trágicos y recientes como las guerras de Irán y Afganistán o los atentados del 11-S contra las torres gemelas de Nueva York.
Históricamente las relaciones entre la política y la religión cristiana han evolucionado notablemente. Hasta la aparición del Renacimiento se aceptaba que los reyes gobernaban “por la gracia de Dios” y la religión estaba profundamente enraizada en la política. El principal embate a este estado de cosas lo representó la Revolución Francesa, seguido de la Ilustración, culminando con la efectiva separación de poderes a principios del siglo XX. La Iglesia reconoció la legitimidad del cambio en el Concilio Vaticano II celebrado entre 1962 y 1965. En España la dictadura de Franco supuso una vuelta al pasado al proclamarse “caudillo por la gracia de Dios”, inscripción que figuraba en las monedas. A cambio, la Iglesia jerárquica le recibía en sus visitas bajo palio y pedía por él en las misas junto con el papa y los obispos. Por primera vez, la Constitución de 1978 estableció la aconfesionalidad del Estado.
Lo contrario ha ocurrido con la religión de Mahoma que sigue anclada en la Edad Media y sus frutos son gobiernos teocráticos, ausencia de libertades ciudadanas, discriminación de la mujer , miseria, subdesarrollo y desigualdad social.
No es baladí la magnitud de los hechos que dividen a ambas civilizaciones. Bastaría aludir al pobre papel de la mujer, la ablación del clítoris que se practica en diversos países de Africa, la vigencia en otros de la “sharia” que contempla la aplicación de castigos tan bárbaros como la muerte por lapidación en caso de adulterio en Irán o la represión con la pena capital de la homosexualidad
La incógnita está en si los impulsos sociales se sobrepondrán al integrismo religioso que ocasiona enfrentamientos no sólo con los cristianos sino también entre sunies y chiies y deje de ser omnipresente como referencia excluyente en todos los campos de las relaciones internacionales. En que se consolide una relación pacífica y respeto mutuo se juega el futuro del Islam y la civilización occidental. Una visión pesimista del futuro inspiró al norteamericano Samuel Huntington (1927-2008) su libro “Choque de civilizaciones”.
A pesar de las profundas diferencias que nos separan debemos intensificar los esfuerzos y tender puentes con la esperanza de que en los pueblos islámicos terminen arraigando los principios democráticos y el respeto a los derechos humanos, y lograr así un mundo en el que podamos vivir sin odios ni violencia.
miércoles, 7 de marzo de 2012
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