En un tiempo tan calamitoso y convulso como
el que nos ha tocado vivir, en el que las malas nuevas caen sobre nosotros como
la lluvia torrencial, es reconfortante que alguien nos anuncie que algunas cosas
tiendan a mejorar, por más que sea a largo plazo.
Tal es el caso de Steve Pinker que explica
sicología experimental en la Universidad de Harvard. En recientes declaraciones
con ocasión de la publicación en España de su monumental libro de 1.104 páginas
(Paidós, 2012) titulado “Los ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia
y sus implicaciones”.
Se pregunta el profesor si los humanos tendemos
de una manera innata a la violencia de la que nunca podremos librarnos, y
sostiene que la estadística comparativa prueba que hay una evidente disminución
de actos violentos colectivos. Presenta como hecho demostrativo que desde 1945
no se ha producido ninguna guerra entre las grandes potencias, una situación inédita
en la historia de la humanidad. A esto los españoles podríamos añadir los 73
años de paz que disfrutamos, un período tan largo como nunca antes habíamos
conocido.
Las causas de esta evolución son varias y
diversas, difíciles de evaluar. La no repetición de las guerras mundiales puede
estar motivada por la aparición de las armas de destrucción masiva que al ser
poseídas por distintas naciones, su uso implicaría la destrucción mutua
asegurada de los contendientes.
En cuanto a España, la paz puede ser fruto del horror que inspira el
recuerdo de la guerra civil, pero también por la razonable solución de los
problemas más acuciantes. En ambos casos habría que buscar explicaciones
complementarias en la confluencia de otros factores.
Según el citado autor “junto a los instintos
que nos impulsan a ser violentos, hay instintos de signo contrario (los ángeles
que llevamos dentro). Todo depende de qué lado de nuestra naturaleza acabe
siendo más influyente”. El decurso de la historia da testimonio de que la
humanidad –al menos una importante parte de ella- ha elaborado una axiología
que censura y condena una serie de actitudes que inducen a la agresividad. Sin
duda entre los más trascendentes cabe citar los sacrificios humanos y la
esclavitud hasta que acabaron siendo abolidos.
Otro tanto puede decirse de prácticas tan
bárbaras como la tortura, las ejecuciones públicas, la pena de muerte, la
violencia de género o la persecución de los homosexuales, mayoritariamente
consideradas como actitudes reprobables, en gran parte prohibidas por la ley.
Me pregunto si en verdad estaremos
volviéndonos más pacíficos. Me gustaría creerlo pero me asalta la duda de que
sea así, por algunos detalles. Las afirmaciones de Pinker se enmarcan en la
civilización occidental, y habría que contrastarlas con lo que ocurre en África,
y sobre todo en Asia donde vive la mitad de la población del globo.
No obstante, es inevitable admitir que nos
falta mucho camino por recorrer para salvar la distancia que nos separa de un
mundo sin guerra en el que los gobiernos dediquen más recursos y esfuerzos en
promover la paz y la justicia que los que actualmente dedican a preparar la
guerra aunque lo disimulen llamándoles gastos de defensa.
Recordemos también que fueron frutos del
siglo pasado hechos tan violentos como el terrorismo político y religioso, los
campos de concentración, las expulsiones colectivas y la “limpieza étnica”.
A favor de Pinker hemos de admitir la
presencia en el siglo XX de insignes pacifistas, entre los que destacan Gandhi,
Luther King y Nelson Mandela cuyas doctrinas siguen fructificando pese a la
escasa atención que se les presta.
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