Nuestro país tiene una arquitectura
institucional demasiado florida fruto de la acumulación de estructuras
mantenidas contra viento y marea, pese a que algunas han devenido
manifiestamente obsoletas y disfuncionales por no haberse adaptado
oportunamente el marco político al cambio de circunstancias y al paso del
tiempo.
Este inmovilismo tiene como consecuencia el
sostenimiento de administraciones con la consiguiente multiplicación del gasto
público que frena el desarrollo económico.
Entendemos por miembro de la clase política
aquel que ostenta un cargo público por elección popular. Alguien calculó –se
supone que con fundamento- que su número se eleva a 445.000. Su crecimiento
elefantiásico es el resultado de mantener, además del Gobierno central, 17
Comunidades autónomas, 50 diputaciones provinciales (que en las Islas Canarias
reciben el nombre de Cabildos Insulares) y 8.104 Ayuntamientos, muchos de ellos
con menos de 500 habitantes, lo que da idea de su inutilidad. Tenemos una
plétora de cargos públicos cuyos sueldos representan una onerosa carga
presupuestaria. Los miles de corporaciones pudieron tener sentido cuando fueron
creadas, por las precarias comunicaciones existentes en la época con la diligencia
como único medio de transporte, pero no se explica su pervivencia en nuestros
días con redes ferroviarias, líneas de autobuses y la profusión de vehículo propio, además de
Internet.
Las Diputaciones han quedado emparedadas
entre los gobiernos autónomos y los ayuntamientos y por consiguiente, se han
convertido en instituciones redundantes que han perdido su razón de ser.
No es exagerado decir que la Administración
está pidiendo a gritos una profunda reforma, o mejor la refundación que dote de
racionalidad y eficacia al sistema. Para que ello tenga lugar será preciso
vencer el peso de la inercia y la resistencia al cambio, especialmente de
quienes pueden sentir lesionado su lucro personal, ajeno -cuando no opuesto- al
bien común. Son los intereses creados.
Efecto pernicioso del ejercicio del poder
suele ser el desprecio del dinero de los contribuyentes que se traduce en obras
de lucimiento sin objetivos de rentabilidad social y económica. Véase el
ejemplo de la ciudad de la cultura en Santiago de Compostela. En la relación de
los políticos con la ciudadanía suelen desarrollarse nexos insanos (nepotismo,
amiguismo, clientelismo y caciquismo) que persiguen la fidelización de los
votantes y atraer sufragios en sucesivas convocatorias
El deseo de complacer o socorrer
a amigos y colaboradores que ayudaron a ganar las elecciones dan origen al
nombramiento a dedo de los llamados asesores que proliferan en todas las
administraciones, y que al ser tantos, hacen sospechar que, o bien los gobernantes
confían muy poco en sus capacidades o desprecian los conocimientos del personal
técnico al que así condenan a la ociosidad forzosa.
Dado que los recursos disponibles siempre
son inferiores a la demanda, su defectuosa asignación impide que puedan ser
atendidas otras necesidades que en un correcto orden de preferencias deberían
ser prioritarias.
1 comentario:
Hojalá los políticos leyeran este artículo y tomaran nota.
JESUS FDEZ
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