martes, 11 de septiembre de 2012

Tratamiento de la crisis



        Con cinco años de crisis económica y financiera a las espaldas sería razonable esperar que comenzase a verse la salida del túnel. Sin embargo, hay indicios sobrados de que aun nos falta por recorrer el tramo m más empinado. Dígalo si no la amenaza del rescate que pesa sobre España como la espada de Damocles.
    Si en ese tiempo la situación no ha hecho más que empeorar, ello supone una prueba inconcusa de que el tratamiento aplicado fue cuando menos errado, por no decir contraproducente. Pero ahí seguimos, erre que erre. Y es que el remedio prescrito se basa exclusivamente en reducir el gasto público, y eso significa entrar en un círculo infernal  que comienza  por extinguir servicios que significa paro, reducción de ingresos, caída del consumo, más paro, menos impuestos y vuelta a empezar.
    De nada sirvieron las lecciones que nos dejó la Gran Depresión de 1929 que tan trágicas consecuencias deparó al mundo.
    El método anticrisis que el Gobierno viene empleando semeja el que podría seguir una familia en apuros económicos. Si en lugar de procurar simultáneamente nuevos ingresos y supresión de gastos superfluos se preocupara únicamente de ahorrar, primero en ocio, después en vestido, a continuación en atención médico-farmacéutica, y finalmente en alimentación, no habría podido pagar sus deudas ni conservar la salud de sus miembros,
    Evidentemente, la gobernación de un país exige un conjunto de medidas más diversificadas y complejas que la administración de un patrimonio familiar, pero los postulados de una buena gestión familiar son válidos en ambos casos.
    La práctica médica enseña que el tratamiento terapéutico de una enfermedad comienza por la determinación del diagnóstico y esa recomendación es también aplicable a situaciones de crisis que son manifestaciones de patologías económicas. Lamentablemente, ni el Gobierno actual ni el que le precedió siguieron la metodología indicada. Al desconocer o ignorar el origen e intensidad de los desequilibrios macroeconómicos, las decisiones tomadas denotaron la carencia de un plan ordenado y realista, y en su lugar fueron improvisando reformas parciales cuya ineficacia salta a la vista. Sirvan de ejemplo las dos emprendidas por el Gobierno de Zapatero para resolver la crisis financiera y las tres implantadas por Rajoy, sin que nadie pueda asegurar que la quinta será la vencida. Atrás queda la leyenda de que la banca española podía dar lecciones de solvencia a la extranjera.
    El riesgo inminente de que España sea intervenida es el resultado de una política económica errada y carente de credibilidad, de lo que se aprovechan los mercados para enriquecerse a costa de encarecer nuestra deuda pública y empobrecernos aun más.
    Si al final el rescate tiene lugar, que Dios nos coja confesados, como suele decirse, porque el coste será muy duro y el éxito más que discutible como dan fe los ensayos que sufren Grecia, Portugal e Irlanda. Todo indica que los sacrificios que vienen soportando son infructuosos, desproporcionados e inútiles.
    La clase política ha incurrido en una grave responsabilidad al ser incapaces de consensuar un Pacto de Estado para implementar un conjunto de medidas adecuado para hacer frente a la emergencia como se logró en 1979 con los llamados Pactos de la Moncloa. No merecemos el castigo de contar con los políticos que tenemos.

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