Con cinco años de crisis económica y
financiera a las espaldas sería razonable esperar que comenzase a verse la
salida del túnel. Sin embargo, hay indicios sobrados de que aun nos falta por
recorrer el tramo m más empinado. Dígalo si no la amenaza del rescate que pesa
sobre España como la espada de Damocles.
Si en ese tiempo la situación no ha hecho
más que empeorar, ello supone una prueba inconcusa de que el tratamiento
aplicado fue cuando menos errado, por no decir contraproducente. Pero ahí
seguimos, erre que erre. Y es que el remedio prescrito se basa exclusivamente
en reducir el gasto público, y eso significa entrar en un círculo infernal que comienza
por extinguir servicios que significa paro, reducción de ingresos, caída
del consumo, más paro, menos impuestos y vuelta a empezar.
De nada sirvieron las lecciones que nos
dejó la Gran Depresión de 1929 que tan trágicas consecuencias deparó al mundo.
El
método anticrisis que el Gobierno viene empleando semeja el que podría seguir
una familia en apuros económicos. Si en lugar de procurar simultáneamente
nuevos ingresos y supresión de gastos superfluos se preocupara únicamente de ahorrar,
primero en ocio, después en vestido, a continuación en atención médico-farmacéutica,
y finalmente en alimentación, no habría podido pagar sus deudas ni conservar la
salud de sus miembros,
Evidentemente, la gobernación de un país
exige un conjunto de medidas más diversificadas y complejas que la
administración de un patrimonio familiar, pero los postulados de una buena
gestión familiar son válidos en ambos casos.
La práctica médica enseña que el
tratamiento terapéutico de una enfermedad comienza por la determinación del
diagnóstico y esa recomendación es también aplicable a situaciones de crisis
que son manifestaciones de patologías económicas. Lamentablemente, ni el
Gobierno actual ni el que le precedió siguieron la metodología indicada. Al
desconocer o ignorar el origen e intensidad de los desequilibrios
macroeconómicos, las decisiones tomadas denotaron la carencia de un plan
ordenado y realista, y en su lugar fueron improvisando reformas parciales cuya
ineficacia salta a la vista. Sirvan de ejemplo las dos emprendidas por el
Gobierno de Zapatero para resolver la crisis financiera y las tres implantadas
por Rajoy, sin que nadie pueda asegurar que la quinta será la vencida. Atrás
queda la leyenda de que la banca española podía dar lecciones de solvencia a la
extranjera.
El riesgo inminente de que España sea
intervenida es el resultado de una política económica errada y carente de
credibilidad, de lo que se aprovechan los mercados para enriquecerse a costa de
encarecer nuestra deuda pública y empobrecernos aun más.
Si al final el rescate tiene lugar, que
Dios nos coja confesados, como suele decirse, porque el coste será muy duro y
el éxito más que discutible como dan fe los ensayos que sufren Grecia, Portugal
e Irlanda. Todo indica que los sacrificios que vienen soportando son
infructuosos, desproporcionados e inútiles.
La clase política ha incurrido en una grave
responsabilidad al ser incapaces de consensuar un Pacto de Estado para implementar
un conjunto de medidas adecuado para hacer frente a la emergencia como se logró
en 1979 con los llamados Pactos de la Moncloa. No merecemos el castigo de
contar con los políticos que tenemos.
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