domingo, 23 de septiembre de 2012

Jubilación y estabilidad matrimonial



    Es más frecuente que las separaciones matrimoniales sean protagonizadas por matrimonios jóvenes tras pocos años de convivencia, pero tampoco son pocos los casos  en que la ruptura se produce después  de larga vida en común y a edades avanzadas de la pareja. Sorprende que cuan do los vínculos matrimoniales habrían superado múltiples avatares, se rompan con la misma facilidad que a otras edades. Puestos a indagar las causas  del fenómeno, se aprecian indicios de que la jubilación puede ser un factor predisponente.
    El cese de la actividad laboral es un acontecimiento importante  en la vida de los trabajadores –que prácticamente somos todos, hombres y mujeres- que trasciende al ámbito familiar. No es infrecuente, por ello, que tenga efectos negativos en la vida de la pareja.
    El jubilado –hoy por hoy son mayoría los hombres- no sabe muy bien como llenar el tiempo que antes ocupaba en  la fábrica o la oficina, y es probable que se entrometa en las tareas del hogar, con el propósito de ayudar al ama de casa, pero  ésta puede tomarlo como una pérdida de autonomía, una invasión de su territorio, y considere  tal ayuda, en el mejor de los casos, como un estorbo, cuando no como una amenaza  de control. La simple convivencia durante las veinticuatro horas  del día sin la acostumbrada ausencia por la actividad laboral, provoca tensiones y exacerba los conflictos latentes. El cambio es bilateral y afecta por igual a  los dos cónyuges, lo que obliga a  ambas a un esfuerzo de adaptación a las nuevas circunstancias. Imaginemos el caso de un marino que antes pasaba tres meses en casa y nueve embarcado y que ahora está presente todo el año. . Pasar de una breve estancia a una presencia permanente es susceptible de trastornar  las relaciones familiares. Si a estos motivos añadimos la mayor expectativa de vida y mejor estado de salud, se comprenderá la incidencia divorcista en la edad madura que es propiciada también por la independencia de los hijos que antes actuaban a modo de freno de decisiones radicales.
    Si siempre el divorcio es una medicina amarga –al menos para una de las dos parte- que solo debería administrarse en casos de irremediable desacuerdo, su dramatismo aumenta cuando los cónyuges, normalmente, están más necesitados de apoyo mutuo en su nuevo periplo. La vejez y la soledad  no se complementan sino que se agravan recíprocamente. Por ello, la comprensión y el buen sentido deberían evitar que la jubilación fuese un riesgo añadido a la estabilidad de la pareja. De ahí la conveniencia de que la jubilación vaya precedida  de cursillos que deberían organizar las empresas en los que especialistas aconsejen como entrar con buen pie en la nueva etapa y conseguir que se viva con júbilo como quiere el origen etimológico de la palabra jubilación y hacer que ésta sea una liberación y no una calamidad.
    Sicólogos, sociólogos y gerontólogos  pueden enseñar como sacar  el máximo partido del nuevo rol que la sociedad nos asigna  para llenar de vida los años que nos quedan y como hacer grata la compañía a quienes nos rodean.
    La sociedad incurre en determinados pecados de omisión cuyas consecuencias pagamos todos. Incomprensiblemente, nadie se ocupa de preparar a los novios para el matrimonio ni a los cónyuges para la paternidad. Así nos luce el pelo. No  cometamos el mismo error de dejar que cada jubilado se las apañe como pueda. Va en ello la felicidad y el bienestar  de todos.

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