En cierta ocasión, los periódicos
informaron que una mujer gaditana fue
multada con 300.000 pesetas por alojar
en su casa -la justicia diría que
ocultó- a un inmigrante indocumentado.
Poco después me enteré por la prensa de que
un taxista de la misma provincia, de
nombre Antonio López López, fue encarcelado el 8 de febrero de 2001 por
transportar a tres inmigrantes sin papeles. Ante tan horrible delito, la juez
de Chiclana, Carmen Fornell, decretó la prisión
incondicional del reo, sin que fuese motivo para cambiar de actitud que el ganadero
Miguel Trujillo, declarase que fue él quien auxilió a los inmigrantes al verlos
“mojados y medio muertos”, y quien solicitó los servicios del taxista.
La lectura de estas noticias, y sobre todo
la segunda, me dejó un amargo sabor de boca, ademas de confuso y estupefacto.
En seguida me vino a la mente la parábola del Evangelio de San Lucas en la que
Jesús, respondiendo a la pregunta capciosa de un doctor de la ley, “¿quien es
mi prójimo?, le dijo; Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos
de unos salteadores que, después de
robarle y darle de golpes, se alejaron dejándolo medio muerto. Un sacerdote
bajaba casualmente por aquel camino y, al verlo, se desvió y pasó de largo.
Pero un samaritano que iba de viaje, llegó junto a él, al verle, le dio
lástima, se acercó y le vendó las heridas derramando en ellas aceite y vino:
después, montándole en su cabalgadura, le llevó al mesón y cuidó de él. Al día
siguiente, sacando dos denarios se los dio al misionero, diciendo: “Cuida de él
y lo que gastes de más te lo daré a la vuelta”. “Quién te parece que fue el
prójimo del que cayó entre ladrones”? “El que le hizo misericordia” contestó.
Jesús le dijo; “Anda y haz tú lo mismo”.
Como personajes de siempre, el buen
samaritano y el levita están entre nosotros. A uno, creyente de que veinte
siglos de evangelización habían inspirado las leyes españolas e influido a sus
servidores, se le tambalean las convicciones, y sus dudas se agrandan al
escuchar el estentóreo silencio de la sociedad española, sobre todo cuando sale
de las autoridades religiosas que dicen ser depositarias del mensaje de Cristo.
Solamente los compañeros de trabajo del
taxista se manifestaron, quizá más por motivo de solidaridad laboral que de
justicia, pero al menos alzaron su voz contra quienes legislan y quienes juzgan
con tanta insensibilidad que niegan de hecho su condición de cristianos o
simplemente, de personas decentes.
Si yo estuviera en la piel de los
inmigrantes, ¿a quién consideraría mi prójimo? Desde luego, no sería a la juez
que, a la vista de la información periodística, hizo un uso abusivo de la ley, también injusta. Las
palabras evangélicas nos dan la respuesta sin ambigüedades.
Un hecho reciente nos muestra que la
pregunta del levita judío sigue vigente entre nosotros, precisamente frente al
fenómeno migratorio. El Consejo de Ministros acordó recientemente excluir de la
asistencia sanitaria a los inmigrantes irregulares, salvo que suscriban una
póliza de 710 euros por año. Solamente
podrán hacer uso del servicio de urgencias y en caso de mujeres
embarazadas. Se ha escogido como víctimas de las dificultades financieras
actuales a los más pobres entre los pobres, los que carecen de trabajo y están
en riesgo de ser expulsados si son identificados.
Otro hecho similar se produjo en estos días con el pago retrasado del subsidio
de 400 euros concedido por el gobierno a 200.000 parados de larga duración que
han agotado sus prestaciones y carecen de otros ingresos. Está en duda la consideración de su continuidad.
El reconocimiento del prójimo es la gran
asignatura pendiente de los cristianos –y por supuesto, de quienes no lo
son- que no acabamos de aceptar el mandamiento
de amar al prójimo como a nosotros mismos. Muchos se escudan en las palabras de
San Pablo de que la verdadera caridad empieza por uno mismo, pero de ahí al
desentendimiento, cuando no a la hostilidad, queda un largo camino que es
menester recorrer.
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