Corea del Sur y España son dos
naciones con varias similitudes y algunas diferencias. Geográficamente
comparten sendas penínsulas, su demografía es semejante (unos 46 millones de
habitantes), y disfrutan de regímenes democráticos. También desde el punto de
vista económico ha sufrido cada una su crisis: ellos en 1997, que llevó a la
intervención del FMI; nosotros en el presente, recién intervenidos los bancos.
La mayor diferencia consiste en la forma en que ambos países se
enfrentaron a ellas. Sus gobiernos protagonizaron dos modelos muy distintos. La
reacción de las autoridades coreanas se centró en la apertura al exterior, el
apoyo a las nuevas tecnologías de la información, la adopción del inglés como
segunda lengua, medidas que en conjunto favorecieron la competitividad de forma
que hoy es el primer productor mundial de teléfonos móviles y barcos, el
tercero en semiconductores y el quinto en automóviles. A ello contribuye
sobremanera la apuesta por la educación, la formación profesional y la
investigación científica a la que dedica el 3,74% del PIB. Resultado de esta
política es una tasa de paro del 3,3% de la población activa, un
crecimiento del PIB del 3,6% y una balanza por cuenta corriente con un superávit
del 2,4% el pasado año.
Frente al exitoso balance
coreano, el de España es especialmente negativo. Estamos combatiendo la crisis
persiguiendo a toda costa la consolidación fiscal bajando los salarios,
subiendo impuestos y recortando drásticamente la inversión productiva sin
exceptuar educación e I+D+i al que dedicamos el 1,35% del PIB. Consecuencia del
tratamiento de la crisis es una prolongada recesión en ascenso; una
deuda pública y privada que por su volumen no podremos pagar en muchos años; un
paro del 24% que en el sector juvenil alcanza el 50%, del cual el 23% no
estudia ni trabaja. Fiamos nuestro desarrollo económico en un factor tan
aleatorio y voluble como el turismo, del que depende el 11% del PIB.
La disparidad de las políticas
económicas seguidas por Corea del Sur y España durante las dos últimas décadas
resalta todavía más si tenemos en cuenta que nuestro país tuvo cuantiosas
ayudas de la UE, que en buena parte derrochó en proyectos faraónicos que,
además de su coste inicial exigen gastos considerables para su
mantenimiento, lo que compromete el futuro.
Donde España ha tenido
triunfos resonantes es en el campo de los deportes, merced en gran parte al
éxito del plan ADO destinado a la preparación de deportistas de elite que contó
con recursos necesarios. Gracias a esta prioridad, hoy somos campeones del
mundo de futbol, tenemos equipos líderes en baloncesto y figuras tan destacadas
como Rafael Nadal en tenis o Fernando Alonso en Fórmula 1. Si hubiéramos
aplicado la misma atención a la economía nacional, otro gallo cantaría. Lo peor
del fracaso es que hemos perdido el prestigio de ser un país serio, y por ello,
nos cuesta más la financiación de nuestra deuda. Hercúlea tarea la que
espera al ministro de Asuntos Exteriores, Sr. Margallo, para relanzar la
imagen de España en el exterior. Lamentablemente, para conseguirlo no bastará
con nuestros triunfos deportivos, aunque ayuden.
Sería bueno que nuestros
políticos estudiasen con atención el modelo coreano para extraer las
lecciones del caso, y comenzar prestando el mismo interés al fortalecimiento de
nuestros investigadores y a la sociedad del conocimiento que al deporte. Lo
celebraríamos todos.
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