Para bien o para mal, según el punto de vista del observador, España y Cuba han soportado sendas dictaduras en el siglo XX que se prolongaron en el tiempo más de lo que cabía esperar. Fueron sus protagonistas Francisco Franco y Fidel Castro, dos hombres que, pese a profesar ideologías antagónicas, reúnen curiosas similitudes, más allá de su común oriundez galaica, y de haber alcanzado el poder por obra y gracia de guerras civiles si bien esto último sólo puede admitirse con matices, toda vez que la presidencia de Batista había sido fruto de un golpe de Estado.
El estilo de sus gobiernos se ajustó al modelo que prescriben los cánones autocráticos: acumulación en sus personas de todos los resortes del mando, fomentar el culto a la personalidad hasta la saturación; supresión de las libertades individuales y derechos fundamentales; eliminación de los partidos políticos, sustituidos por un partido único que sirve de soporte ideológico al nuevo régimen; extinción de las organizaciones sindicales; apoyo sin fisuras de las fuerzas armadas convenientemente depuradas; y empleo de manifestaciones de masas como patente de legitimidad.
Franco ostentó los cargos de jefe de Estado, presidente del gobierno, jefe supremo del ejército y jefe de Falange; Castro, por su parte, acumuló los títulos de comandante en jefe, primer secretario del Partido y presidente de los Consejos de Estado y de Ministros. El primero se autodenominó caudillo, y el segundo, a pesar de no ser militar, se arrogó el título de comandante. El partido único español se denominó Movimiento Nacional; el cubano se nombró simplemente comunista.
A pesar de sus ideologías diferentes y contrapuestas, el paralelismo se muestra en el ejercicio del poder: ambos gobernaron con astucia y frialdad. Desconfiaron de todo y de todos -el líder cubano siempre iba armado- a excepción de sus hermanos Nicolás y Raúl, y no les tembló la mano a la hora de deshacerse de disidentes, aunque se tratase de colaboradores próximos. El Caudillo, apartó entre otros, a su cuñado Ramón Serrano Súñer y a Dionisio Ridruejo, y defenestrados por el Comandante fueron Huber Matos y Camilo Cienfuegos.
Ambos líderes se negaron a evolucionar hacia regímenes democráticos, devolver la voz al pueblo, demostrando implícitamente la nula confianza en él, por más que aseguraran contar con su aprobación, nunca puesta a prueba.
Los dos regímenes que partieron del exterior (uno de Marruecos y el otro de México), se crearon y medraron al amparo de poderes extranjeros, del fascismo italiano y del nazismo alemán, sustituidos más tarde por el gobierno norteamericano de una parte, y del comunismo soviético reemplazado en parte por el comunismo chino, de otra. Entrambos sobrevivieron a la caída y desaparición de los sistemas que les inspiraron y protegieron: uno a la derrota del Eje; otro del desplome del socialismo real. Los dos sufrieron el asedio exterior y los dos lo superaron a cambio de que sus pueblos pagaran las consecuencias del aislamiento internacional. En 1945 la ONU recomendó retirar las embajadas de Madrid y en 1962, Cuba fue expulsada de la Organización de Estados Americanos (OEA), y muchos países rompieron sus relaciones con La Habana. La reacción de nuestros personajes consistió en ocupar las plazas públicas emblemáticas (la de Oriente en la capital española y la de la Revolución en la cubana) para convocar manifestaciones populares, gracias a su manipulación, de la opinión pública, para mostrar la adhesión de la población.
La fortuna se alió con ambos dictadores. Así, Franco aplastó la irrupción del maquis y Castro derrotó la invasión de Playa Girón. No solo en estos casos tuvieron la suerte de cara. Al primero le favoreció la muerte en accidente de aviación de los generales Sanjurjo y Mola, así como el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, los tres, posibles rivales en potencia. Al autócrata caribeño le benefició la marcha de Ernesto Che Guevara y su muerte en la selva boliviana. Su buena estrella les permitió salir indemnes de los atentados urdidos contra ellos, que en el caso de Castro se cifran en 600.
Ambos creyeron dejar asegurado el futuro de su régimen tras la muerte a pesar de que la falta de descendencia masculina les impidió fundar una dinastía. En el caso español, la historia ya sentenció lo contrario; el porvenir del cubano está por conocerse, pero nadie apuesta por su supervivencia.
Tanto en España como en Cuba, los dos regímenes antidemocráticos se sirvieron del espionaje como arma defensiva para prever disidencias, descubrir desviaciones y castigar por simple sospecha, valiéndose de tribunales especiales y apoyo a la delación.
El régimen español creó la siniestra Brigada Político-Social y el cubano implantó los Comités de Defensa como “un sistema de vigilancia colectiva revolucionario para que todo el mundo sepa lo que hace el vecino que vive en la manzana”.
La suerte de que hablaba antes, se manifestó hasta el final, con lo cual no tuvieron necesidad de justificar sus actos . Franco murió en la cama y dijo que solo se sentía responsable ante Dios y ante la historia, tribunales ambos de acreditada efectividad. Castro, por su parte, salvado “in extremis” de una grave enfermedad, vive sus últimos años sin conciencia de haber hurtado al pueblo su libertad y bienestar, convertido en un mito de la revolución.
Ninguno de los dos jefes de Estado acertó en prestar a su patria el mejor servicio a su alcance, esto es, facilitar el paso a la normalidad democrática antes de que la muerte cumpliera su papel. En lugar de eso, sólo cuando la enfermedad truncó sus ansias de longevidad delegaron sus poderes a espaldas de lo que el pueblo pudiera desear. Franco lo hizo en el príncipe Juan Carlos, convencido de que dejaba todo atado y bien atado, y Castro, en su hermano Raúl, cuatro años más joven aunque a la edad de 76 años.
Obviamente, no todo fueron analogías o semejanzas pues no se trataba de gemelos: el dictador hispano representaba la derecha y el caribeño la izquierda. El primero organizó el Estado desde un principio partiendo de cero; el segundo mantuvo inicialmente un aspecto de legalidad con Osvaldo Dorticó Torrado como presidente de la República entre 1959 y 1976. Otra diferencia de comportamiento está en las salidas al exterior. Franco solo viajó a Hendaya para entrevistarse con Hitler, a Bordighera, en Italia, para conocer a Mussolini y a Lisboa para encontrarse con su colega portugués, Salazar. Castro, por el contrario, acudió a diversas reuniones internacionales en las que trató de asumir el máximo protagonismo por su papel de David en lucha contra Goliat (EE.UU).
También fue diversa la política seguida al hundirse sus patrocinadores. Franco liberalizó la economía para atraerse el favor y las inversiones de EE.UU. al que además concedió bases militares en 1953, y fortaleció sus relaciones con El Vaticano suscribiendo el mismo año el Concordato que continúa vigente. Tras estos acuerdos vendría el ingreso de España en Naciones Unidas en 1955, la emigración a Europa, el turismo y los planes de desarrollo que impulsaron el crecimiento económico y afianzaron el régimen. El castrismo, con una visión más intransigente se aferró a su ideología, se erigió en enemigo irreconciliable del gobierno estadounidense, el cual le correspondió con el embargo y el boicot, y solamente se avino a abrir la isla al turismo.
Hay que anotar otra diferencia consistente en la construcción faraónica por Franco del Valle de los Caídos con el falso pretexto de la reconciliación de los españoles, iniciativa que no fue imitada por el líder cubano.
En conjunto, las afinidades de dos autócratas separados por el Atlántico son más que notables y configuran personalidades que Plutarco podría incluir en su “Vidas paralelas” por el papel histórico que desempeñaron. En ausencia del célebre biógrafo griego, esperan que un dramaturgo les haga intérpretes de su obra a semejanza de los que Shakespeare hizo en “Coriolano y Julio César”.
Varias lecciones de interés pueden extraerse de ambos casos estudiados. La primera es que cuando un dictador se apropia del poder es sumamente difícil desalojarlo porque controla todos los resortes y consigue la cooperación de un amplio grupo de acólitos, intelectuales orgánicos convertidos en panegiristas y aduladores, unos seducidos por la propaganda y otros muchos atraídos por el deseo de medrar al amparo de la nueva situación. A menudo, sólo la muerte o incapacidad del líder abren la puerta a la transición política.
Otra lección de las dictaduras es que tienden a extender la corrupción, facilitada por la ausencia de un poder judicial independiente y de la arbitrariedad con que se resuelven los conflictos de intereses. De hecho, las leyes, cuando existen se aplican con discrecionalidad, sin que la opinión pública, privada del derecho de libertad de expresión, entre otros derechos y libertades, sea tenida en cuenta.
Franco ostentó los cargos de jefe de Estado, presidente del gobierno, jefe supremo del ejército y jefe de Falange; Castro, por su parte, acumuló los títulos de comandante en jefe, primer secretario del Partido y presidente de los Consejos de Estado y de Ministros. El primero se autodenominó caudillo, y el segundo, a pesar de no ser militar, se arrogó el título de comandante. El partido único español se denominó Movimiento Nacional; el cubano se nombró simplemente comunista.
A pesar de sus ideologías diferentes y contrapuestas, el paralelismo se muestra en el ejercicio del poder: ambos gobernaron con astucia y frialdad. Desconfiaron de todo y de todos -el líder cubano siempre iba armado- a excepción de sus hermanos Nicolás y Raúl, y no les tembló la mano a la hora de deshacerse de disidentes, aunque se tratase de colaboradores próximos. El Caudillo, apartó entre otros, a su cuñado Ramón Serrano Súñer y a Dionisio Ridruejo, y defenestrados por el Comandante fueron Huber Matos y Camilo Cienfuegos.
Ambos líderes se negaron a evolucionar hacia regímenes democráticos, devolver la voz al pueblo, demostrando implícitamente la nula confianza en él, por más que aseguraran contar con su aprobación, nunca puesta a prueba.
Los dos regímenes que partieron del exterior (uno de Marruecos y el otro de México), se crearon y medraron al amparo de poderes extranjeros, del fascismo italiano y del nazismo alemán, sustituidos más tarde por el gobierno norteamericano de una parte, y del comunismo soviético reemplazado en parte por el comunismo chino, de otra. Entrambos sobrevivieron a la caída y desaparición de los sistemas que les inspiraron y protegieron: uno a la derrota del Eje; otro del desplome del socialismo real. Los dos sufrieron el asedio exterior y los dos lo superaron a cambio de que sus pueblos pagaran las consecuencias del aislamiento internacional. En 1945 la ONU recomendó retirar las embajadas de Madrid y en 1962, Cuba fue expulsada de la Organización de Estados Americanos (OEA), y muchos países rompieron sus relaciones con La Habana. La reacción de nuestros personajes consistió en ocupar las plazas públicas emblemáticas (la de Oriente en la capital española y la de la Revolución en la cubana) para convocar manifestaciones populares, gracias a su manipulación, de la opinión pública, para mostrar la adhesión de la población.
La fortuna se alió con ambos dictadores. Así, Franco aplastó la irrupción del maquis y Castro derrotó la invasión de Playa Girón. No solo en estos casos tuvieron la suerte de cara. Al primero le favoreció la muerte en accidente de aviación de los generales Sanjurjo y Mola, así como el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, los tres, posibles rivales en potencia. Al autócrata caribeño le benefició la marcha de Ernesto Che Guevara y su muerte en la selva boliviana. Su buena estrella les permitió salir indemnes de los atentados urdidos contra ellos, que en el caso de Castro se cifran en 600.
Ambos creyeron dejar asegurado el futuro de su régimen tras la muerte a pesar de que la falta de descendencia masculina les impidió fundar una dinastía. En el caso español, la historia ya sentenció lo contrario; el porvenir del cubano está por conocerse, pero nadie apuesta por su supervivencia.
Tanto en España como en Cuba, los dos regímenes antidemocráticos se sirvieron del espionaje como arma defensiva para prever disidencias, descubrir desviaciones y castigar por simple sospecha, valiéndose de tribunales especiales y apoyo a la delación.
El régimen español creó la siniestra Brigada Político-Social y el cubano implantó los Comités de Defensa como “un sistema de vigilancia colectiva revolucionario para que todo el mundo sepa lo que hace el vecino que vive en la manzana”.
La suerte de que hablaba antes, se manifestó hasta el final, con lo cual no tuvieron necesidad de justificar sus actos . Franco murió en la cama y dijo que solo se sentía responsable ante Dios y ante la historia, tribunales ambos de acreditada efectividad. Castro, por su parte, salvado “in extremis” de una grave enfermedad, vive sus últimos años sin conciencia de haber hurtado al pueblo su libertad y bienestar, convertido en un mito de la revolución.
Ninguno de los dos jefes de Estado acertó en prestar a su patria el mejor servicio a su alcance, esto es, facilitar el paso a la normalidad democrática antes de que la muerte cumpliera su papel. En lugar de eso, sólo cuando la enfermedad truncó sus ansias de longevidad delegaron sus poderes a espaldas de lo que el pueblo pudiera desear. Franco lo hizo en el príncipe Juan Carlos, convencido de que dejaba todo atado y bien atado, y Castro, en su hermano Raúl, cuatro años más joven aunque a la edad de 76 años.
Obviamente, no todo fueron analogías o semejanzas pues no se trataba de gemelos: el dictador hispano representaba la derecha y el caribeño la izquierda. El primero organizó el Estado desde un principio partiendo de cero; el segundo mantuvo inicialmente un aspecto de legalidad con Osvaldo Dorticó Torrado como presidente de la República entre 1959 y 1976. Otra diferencia de comportamiento está en las salidas al exterior. Franco solo viajó a Hendaya para entrevistarse con Hitler, a Bordighera, en Italia, para conocer a Mussolini y a Lisboa para encontrarse con su colega portugués, Salazar. Castro, por el contrario, acudió a diversas reuniones internacionales en las que trató de asumir el máximo protagonismo por su papel de David en lucha contra Goliat (EE.UU).
También fue diversa la política seguida al hundirse sus patrocinadores. Franco liberalizó la economía para atraerse el favor y las inversiones de EE.UU. al que además concedió bases militares en 1953, y fortaleció sus relaciones con El Vaticano suscribiendo el mismo año el Concordato que continúa vigente. Tras estos acuerdos vendría el ingreso de España en Naciones Unidas en 1955, la emigración a Europa, el turismo y los planes de desarrollo que impulsaron el crecimiento económico y afianzaron el régimen. El castrismo, con una visión más intransigente se aferró a su ideología, se erigió en enemigo irreconciliable del gobierno estadounidense, el cual le correspondió con el embargo y el boicot, y solamente se avino a abrir la isla al turismo.
Hay que anotar otra diferencia consistente en la construcción faraónica por Franco del Valle de los Caídos con el falso pretexto de la reconciliación de los españoles, iniciativa que no fue imitada por el líder cubano.
En conjunto, las afinidades de dos autócratas separados por el Atlántico son más que notables y configuran personalidades que Plutarco podría incluir en su “Vidas paralelas” por el papel histórico que desempeñaron. En ausencia del célebre biógrafo griego, esperan que un dramaturgo les haga intérpretes de su obra a semejanza de los que Shakespeare hizo en “Coriolano y Julio César”.
Varias lecciones de interés pueden extraerse de ambos casos estudiados. La primera es que cuando un dictador se apropia del poder es sumamente difícil desalojarlo porque controla todos los resortes y consigue la cooperación de un amplio grupo de acólitos, intelectuales orgánicos convertidos en panegiristas y aduladores, unos seducidos por la propaganda y otros muchos atraídos por el deseo de medrar al amparo de la nueva situación. A menudo, sólo la muerte o incapacidad del líder abren la puerta a la transición política.
Otra lección de las dictaduras es que tienden a extender la corrupción, facilitada por la ausencia de un poder judicial independiente y de la arbitrariedad con que se resuelven los conflictos de intereses. De hecho, las leyes, cuando existen se aplican con discrecionalidad, sin que la opinión pública, privada del derecho de libertad de expresión, entre otros derechos y libertades, sea tenida en cuenta.
4 comentarios:
Llama también la atención que pese a la oposición de signos políticos, ambos regímenes mantuvieron buenas relaciones desde el primer momento hasta la muerte del caudillo.
Valga de ejemplo la negativa del régimen franquista a respaldar el embargo de EEUU a Cuba, lo que puso en riesgo su relación con el gigante americano (en aquel entonces su principal aliado y su única fuente de ayudas económicas externas).
Sin duda, cualquier dictadura es injusta, sea cual sea el ideal o color político, pero desde luego lo último que yo hubiera deseado en esta vida, es vivir bajo una dictadura comunista, en donde la anulación del ser humano llega a unos límites difíciles de superar.
Se olvida Ud. de mencionar a la Primera Dama que Franco siempre tuvo a su lado en todo momento y que, sin embargo Castro siempre escondio. Ademas los losgros de Franco han sido notables y no asi los de Fidel.
Ambos eran gallegos y ambos se profesaron mutua amistad y respeto.
Baste con apuntar dos cosas:
- Hubo un grave conflicto diplomático una vez instaurado el Castrismo en el que Fidel, en la televisión cubana, acusaba a la Embajada de España en Cuba de maniobras antirrevolucionarias. Ante tal Acusación el Marqués Lojendio se presentó en el plató de televisión, en las mismísimas narices de Castro y Le obligó a éste a retirar dichas acusaciones. Pese a esto Franco dijo:"con Cuba todo menos romper"
- Y otro, a la muerte del General Franco, Fidel decretó tres días de luto en toda Cuba.
Esto último no ha trascendido. Pero sucedió así
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