Comprendo y comparto el sentimiento de enfado, indignación y cabreo que embarga a los españoles en general, y a quienes votaron al PSOE en las últimas elecciones en particular, por la torpe gestión del gobierno de las finanzas públicas, el tardío y errático tratamiento de la crisis y los bandazos de las políticas sociales.
Por estos hechos, las encuestas predicen una rotunda victoria del PP en los comicios del 20N, y si acertasen, no sería motivo para echar las campanas al vuelo o rebosar de entusiasmo. Efectivamente, la alternancia no puede despertar ilusiones. Nos recuerda el paso marítimo entre Escila y Caribdis, dos monstruos mitológicos que moraban a ambas orillas del estrecho de Mesina entre la península italiana y la isla de Sicilia. Los navegantes que esquivaban uno de ellos caían en las fauces del otro. Es lo que expresa los dichos populares de estar entre la espada y la pared, pasar de Málaga a Malagón o escoger entre lo malo y lo peor.
Esta visión desalentadora no proviene de un ánimo dominado por el pesimismo sino de la observación objetiva de los hechos y de lo que nos han enseñado los gobiernos conservadores inglés y portugués, recién llegados al poder. Todas sus medidas se encaminan a recortar el Estado de bienestar, descargando el peso de la crisis sobre los hombros de los trabajadores y la clase media, porque a los pobres no se les puede exprimir más.
Tanto el tratamiento efectuado por el gobierno socialista como el que cabe esperar del PP, es doblemente perverso. Lo es por el enfoque injusto de los recortes. Y lo es también porque al reducir las inversiones públicas, al contraer la actividad económica, crece el paro y remite “ad calendas grecas” la salida del túnel en que nos hallamos Se ha olvidado la receta de Keynes para revertir el proceso del estancamiento y por ello se ve con temor la aparición de la segunda recesión, que es el peor escenario que podíamos desear.
Desconocemos los programas electorales de los partidos, pero lo que pueden ofrecer los socialistas ya lo sabemos, y a juzgar por las declaraciones del presidente del PP, Mariano Rajoy, ambos se van a parecer como dos gotas de agua. Realmente, los programas se enfrentan a un arriesgado dilema: si reconocen la profundidad de la crisis y piden sacrificios y austeridad, los votantes les darán la espalda: si, por el contrario, ofrecen una taumatúrgica solución de los problemas pendientes, esto es, crecimiento y creación de empleo sin aumentar impuestos ni tocar las prestaciones sociales, nos están pidiendo comulgar con ruedas de molino y preparando el terreno para incumplir lo prometido, so pretexto de que la Administración, tal como la encontraron, estaba mucho peor de lo que conocían.
Esto último es lo que se desprende de las declaraciones de Rajoy en entrevistas a la prensa. Afirma que no es partidario del copago, que no quiere subir los impuestos y sí rebajar el de Sociedades en un 5% a los emprendedores; que no está en sus intenciones rebajar el sueldo de los funcionarios ni de mantener congeladas las pensiones. Observarán que no hay una negativa clara sino la expresión de un supuesto deseo. Para conseguir el milagro cuenta con fórmula tan sencilla como es limitar el gasto y el endeudamiento, aprobando una ley de emprendedores y otra de reforma laboral sin concretar su contenido, después de haberse opuesto a la promulgada por el gobierno que solo ha servido para aumentar los despidos y abaratar las indemnizaciones.
Todo hace pensar que lo que se avecina es más de lo mismo y constatamos que tanto los que se hallan al mando como los que parecen estar en puertas, carecen de una hoja de ruta para llevar el barco a buen puerto. Vivimos en una acongojante pobreza de ideas renovadoras, fruto del pensamiento único, y la imaginación creadora brilla por su ausencia, a la vez que vivimos atenazados por el miedo a plantear reformas drásticas de estructuras disfuncionales por obsoletas o injustas.
Ante tal tesitura, ¿qué se puede hacer? Meditar el voto y aportar ideas revolucionarias, que no violentas, comenzando por el reparto equitativo de las cargas y la exigencia de que rindan cuentas quienes por su ciega codicia provocaron el maremoto económico y financiero en que nos encontramos.
Por estos hechos, las encuestas predicen una rotunda victoria del PP en los comicios del 20N, y si acertasen, no sería motivo para echar las campanas al vuelo o rebosar de entusiasmo. Efectivamente, la alternancia no puede despertar ilusiones. Nos recuerda el paso marítimo entre Escila y Caribdis, dos monstruos mitológicos que moraban a ambas orillas del estrecho de Mesina entre la península italiana y la isla de Sicilia. Los navegantes que esquivaban uno de ellos caían en las fauces del otro. Es lo que expresa los dichos populares de estar entre la espada y la pared, pasar de Málaga a Malagón o escoger entre lo malo y lo peor.
Esta visión desalentadora no proviene de un ánimo dominado por el pesimismo sino de la observación objetiva de los hechos y de lo que nos han enseñado los gobiernos conservadores inglés y portugués, recién llegados al poder. Todas sus medidas se encaminan a recortar el Estado de bienestar, descargando el peso de la crisis sobre los hombros de los trabajadores y la clase media, porque a los pobres no se les puede exprimir más.
Tanto el tratamiento efectuado por el gobierno socialista como el que cabe esperar del PP, es doblemente perverso. Lo es por el enfoque injusto de los recortes. Y lo es también porque al reducir las inversiones públicas, al contraer la actividad económica, crece el paro y remite “ad calendas grecas” la salida del túnel en que nos hallamos Se ha olvidado la receta de Keynes para revertir el proceso del estancamiento y por ello se ve con temor la aparición de la segunda recesión, que es el peor escenario que podíamos desear.
Desconocemos los programas electorales de los partidos, pero lo que pueden ofrecer los socialistas ya lo sabemos, y a juzgar por las declaraciones del presidente del PP, Mariano Rajoy, ambos se van a parecer como dos gotas de agua. Realmente, los programas se enfrentan a un arriesgado dilema: si reconocen la profundidad de la crisis y piden sacrificios y austeridad, los votantes les darán la espalda: si, por el contrario, ofrecen una taumatúrgica solución de los problemas pendientes, esto es, crecimiento y creación de empleo sin aumentar impuestos ni tocar las prestaciones sociales, nos están pidiendo comulgar con ruedas de molino y preparando el terreno para incumplir lo prometido, so pretexto de que la Administración, tal como la encontraron, estaba mucho peor de lo que conocían.
Esto último es lo que se desprende de las declaraciones de Rajoy en entrevistas a la prensa. Afirma que no es partidario del copago, que no quiere subir los impuestos y sí rebajar el de Sociedades en un 5% a los emprendedores; que no está en sus intenciones rebajar el sueldo de los funcionarios ni de mantener congeladas las pensiones. Observarán que no hay una negativa clara sino la expresión de un supuesto deseo. Para conseguir el milagro cuenta con fórmula tan sencilla como es limitar el gasto y el endeudamiento, aprobando una ley de emprendedores y otra de reforma laboral sin concretar su contenido, después de haberse opuesto a la promulgada por el gobierno que solo ha servido para aumentar los despidos y abaratar las indemnizaciones.
Todo hace pensar que lo que se avecina es más de lo mismo y constatamos que tanto los que se hallan al mando como los que parecen estar en puertas, carecen de una hoja de ruta para llevar el barco a buen puerto. Vivimos en una acongojante pobreza de ideas renovadoras, fruto del pensamiento único, y la imaginación creadora brilla por su ausencia, a la vez que vivimos atenazados por el miedo a plantear reformas drásticas de estructuras disfuncionales por obsoletas o injustas.
Ante tal tesitura, ¿qué se puede hacer? Meditar el voto y aportar ideas revolucionarias, que no violentas, comenzando por el reparto equitativo de las cargas y la exigencia de que rindan cuentas quienes por su ciega codicia provocaron el maremoto económico y financiero en que nos encontramos.
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