Por muy
oscuras razones, las sociedades humanas están formadas por grupos relativamente
pequeños de adinerados y grandes mayorías de desheredados. Los primeros
detentan el poder y a los segundos les toca obedecer.
Un factor
coadyuvante de la distancia que separa la opulencia de la pobreza, cuando no de
la miseria, reside en el régimen de libre mercado cuya doctrina como ciencia
económica se debe al británico Adam Smith (1723-1790), autor del libro “La
riqueza de las naciones”, que pasa por ser fundador del liberalismo económico.
El sistema capitalista promueve el reparto desigual de la riqueza nacional a
través de variados mecanismos socioeconómicos, como pueden ser, entre otros, la
endogamia de la clase más acomodada, el sistema fiscal imperante y las
relaciones laborales.
Es un hecho
real que el dinero proporciona poder y el poder facilita la obtención de
beneficios, y como consecuencia, dinero y poder viajan juntos y ambos factores
se potencian mutuamente. Como resultado, la máxima expresión del poder que es
el Estado, influido por los poderes económicos, promulga leyes que favorecen
los intereses de las clases privilegiadas. Donde más se aprecia esta
predisposición al doble rasero es en las normas fiscales que gravan con
diferente intensidad las rentas provenientes del capital y las del trabajo. Por
ejemplo, si un especulador bursátil o inmobiliario consigue en un día una
plusvalía de un millón de euros o lo cobrase por intereses o dividendos, pagaría
por IRPF el 21%, en tanto que si procediese de sueldos, tributaría al 52%.
Todo ello
sería así si nos movemos dentro de la ley, porque el millonario dispone de
fórmulas a su alcance para reducir o escamotear los impuestos, desde la
creación de sociedad interpuestas a las sociedades de inversión mobiliaria de capital variable (Sicav).
Marginando la
ley puede –y muchos lo hacen– enviar su dinero a paraísos fiscales que Hacienda
no puede conocer, y en el peor de los casos, si el supuesto culpable fuese
descubierto, tendría una sanción que solo sería efectiva después de un largo
proceso judicial en el que la Agencia Tributaria debería probar la intención de
defraudar. Finalmente, podría acogerse a una amnistía fiscal como han acordado
distintos Gobiernos que le permitiría repatriar el capital sin apenas coste. A
causa del tratamiento discriminatorio, los trabajadores soportan más del 80% de
la recaudación del impuesto sobre la renta de las personas físicas. Impuestos
de finalidad eminentemente redistributiva como Transmisiones y Patrimonio
recaudados por las Comunidades Autónomas, muchas de ellas los han reducido en
gran parte e incluso suprimido como ocurre en la Comunidad de Madrid.
Si a todo esto
añadimos el desigual efecto que producen en las economías familiares los
impuestos indirectos (IVA, etc.) llegaremos a la conclusión de que las leyes
fiscales adolecen de graves defectos de equidad, y por tanto, son injustas. No
se trata de “que paguen los ricos” como algunos reclaman, sino de que cada uno
tribute según su capacidad, y legislar con ecuanimidad para cumplir lo que la Constitución
proclama.
La justicia
sigue pendiente de que se promulgue una auténtica reforma tributaria que
devuelva al trabajo la parte del producto social que le ha arrebatado el
capital. Una espera que no admite dilación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario