sábado, 17 de junio de 2017

Historias de bancos



    Dice una vieja sentencia que el pez grande se come al chico. Y si el primero es supergrande, puede tragarse también a otro de tamaño mediano. Se vio confirmado este juicio el 7 de junio de 2017 con la compra por el Banco Santander por un euro, del Banco Popular para evitar su bancarrota, nunca mejor empleada la palabra. El comprador tiene en números redondos, 12.000 oficinas, 188.000 empleados y cuatro millones de accionistas., frente a 1.779, 12.000 y 305.000, respectivamente.
    Hace no más de diez años, el Banco Popular, con cerca de un siglo de antigüedad, era uno de los siete grandes y el más rentable de todos. Otras entidades financieras fueron engullidas antes, como el Vizcaya por el BB y más tarde el Argentaria; el Central y el Hispano por el Santander que ya había adquirido en subasta el Español de Crédito. Se produjo así una concentración de poder en el sector en perjuicio de la competencia. ¿Qué Gobierno podrá legislar en contra de sus intereses?
    Hoy por hoy, solo sobreviven los dos absorbentes antes citados y dos antiguas cajas de ahorros transformadas por ley en bancos: Bankia y Caixabank. La concentración bancaria se ha llevado por delante el sistema financiero gallego.
    La baja del Banco Popular nos deja varias lecciones importantes. En primer lugar, la estrecha interdependencia entre el negocio bancario que debe inspirar seguridad y fortaleza y la confianza del público. Si esta confianza se pierde, es imposible evitar el cierre.
    Cuando se produce una situación de crisis en una entidad de crédito, es preciso  adoptar medidas drásticas y urgentes, sajar el tumor y sustituir al gestor que presidió la fase de caída. En el caso que nos ocupa nada de esto fue tenido en cuenta.
    Otro factor que precipitó el desenlace fue la práctica de operaciones en corto de particulares y sobre todo de fondos de inversión de alto riesgo que venden para que baje la cotización y cuando lo han conseguido compran y devuelven las acciones que el banco les había prestado, lucrándose con la diferencia de precio.
    Pocos días después de la venta del Popular, los especuladores se cebaron en las cotizaciones de Liberbank y la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) prohibió durante un mes tales operaciones sin haberlo hecho así anteriormente. Regular esta parcela especulativa parece tan razonable como necesario.
    En el caso que nos ocupa quedó en entredicho la fiabilidad de las auditorías y se hizo visible el fracaso de los organismos supervisores, llámense Banco de España o CNMV, las cuales deberían responder de su actuación. Uno se pregunta cómo interpretan e investigan la información que reciben y cómo justifican su pasividad y la omisión de medidas que deberían haber adoptado a tiempo.
    El tema de intervención en la actividad bancaria incide en la polémica de si es excesiva como alegan las entidades financieras, o es insuficiente para controlar los riesgos en que aquéllas pueden incurrir en perjuicio de los legítimos intereses de miles de personas engañadas por falsas apariencias de honestidad y solvencia. La realidad demuestra con claridad meridiana que toda cautela es poca para controlar y prevenir situaciones que pueden darse en un negocio tan especial como el de banca en el que están en juego los ahorros de tanta gente.

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