viernes, 26 de mayo de 2017

Comunismo y Capitalismo



    En este año 2017 se cumple un siglo del comienzo de la Revolución rusa, y la efeméride da lugar a numerosos juicios, comentarios y opiniones en torno a su importancia, influencia en la historia del siglo XX y las causas de su extinción con la disolución del imperio soviético que le dio vida.
    El estallido revolucionario se produjo el 8 de noviembre con el propósito de implantar un régimen comunista, pero, en realidad, el comunismo nunca puso en práctica sus principios (eliminación de la propiedad, inexistencia de clases sociales y abolición del Estado) porque la ideología es una utopía, y ésta, por su naturaleza, es irrealizable. Su plasmación choca con la naturaleza humana.
    El comunismo nació como reacción a los abusos del capitalismo, aunque éste es también una utopía que no pone límites a la libertad económica, y su cumplimiento sería un retorno a la ley de la selva. Ambos sistemas socioeconómicos son utópicos porque llevados a su extremo serían impracticables, y nunca han sido puestos a prueba en su plenitud.
    Para sus creadores y sus más acérrimos seguidores, el comunismo es una especie de religión que promete el paraíso más acá de la muerte, en contraste con las demás que lo posponen al mundo de ultratumba. La ideología comunista exige que el salario se pague en relación con las necesidades del trabajador, en tanto que su oponente defiende pagar a cada uno según lo que produzca –supuesto que no se le pueda pagar menos-.
     Para los comunistas la economía debe  estar intervenida y dirigida por el Estado. Los principios básicos del capitalismo incluyen el máximo respeto de la iniciativa privada y la observancia de la libre competencia si bien en la realidad no existe más que en la mente de sus interesados patrocinadores, así como el mínimo intervencionismo de los poderes públicos.
    Fracasado el comunismo, hoy nadie discute la justificación de la vigilancia estatal en la economía para corregir las desviaciones del mercado y sus efectos negativos en la sociedad. La cuestión no resuelta hasta ahora en ninguna parte, es cuánto de libertad de mercado y cuánto de regulación se precisa para el funcionamiento óptimo del sistema económico. La respuesta tendría que deslindar las fronteras entre economía liberal y economía socializada. Hay consenso en que actividades como la defensa nacional y la justicia o el mantenimiento del orden público y del sistema penitenciario son inseparables de los gobiernos, mas no otras de encaje discutible entre las que podríamos citar la enseñanza, la sanidad, la investigación científica, la banca, etc. El grado de intervención pública varía de unos países a otros siendo, por lo general, más amplia con gobiernos de izquierda y menos cuando gobierna la derecha. Lo único que la experiencia muestra con claridad meridiana es que las dos fórmulas, llevadas a su extremo, son inviables, o cuando menos resultan nocivas  para el progreso económico, la libertad y la justicia social. Surge como fórmula intermedia la economía mixta que es la que rige en los países de Occidente en regímenes de centro derecha o  socialdemócratas, pero esta aproximación no nos exime de acotar el ámbito de aplicación de la iniciativa pública y privada.
    Los fracasos del llamado realismo real que tuvo vigencia en la Unión Soviética y países subordinados quedaron certificados  el 9 de noviembre de 1989  con la caída del muro de Berlín, pero, citando al economista, nada procomunista,  Joseph Schumpeter,
 “confundir los principios marxistas con la práctica bolchevique es olvidar que entre ambos existe  un abismo tan profundo como el que existió durante la Edad Media entre los humildes galileos y la práctica e ideología de los príncipes de la Iglesia y de los señores feudales”.
    Podrá discutirse si la receta marxista es o no el bálsamo de fierabrás para los males que aquejan a la humanidad, pero lo que sí parece claro, es que la terapia liberal-capitalista no solo no cura al enfermo sino que le aumenta la fiebre. Donde se implanta con mayor pureza aparecen y se ahondan las desigualdades sociales entre la ostentosa opulencia de unos pocos y la pobreza de los más débiles.
    Admitiendo el fracaso del comunismo, ¿qué podemos decir de los “éxitos” del capitalismo con sus crisis económicas recurrentes cuyas consecuencias pagamos  todos los ciudadanos o la destrucción del medio ambiente?
    ¿Qué queda del comunismo en el siglo XXI? Cedo la palabra al renombrado economista británico Eric Hobsbawn (1917-2012) que vivió y murió como comunista convencido. En su visita a Madrid en noviembre de 2003, en una entrevista periodística, respondiendo a dicha pregunta, declaró: “(Queda) en primer lugar la crítica al capitalismo, crítica a una sociedad injusta que está desarrollando sus contradicciones. El ideal de una mayor igualdad, libertad y fraternidad… La defensa de la causa de los pobres y los oprimidos. Lo que ya no significa, como el tipo soviético, un orden económico de una planificación total y colectiva. El comunismo, como motivación social continúa vigente; como programa, no”.
    Dado que tanto el comunismo como el capitalismo adolecen de graves deficiencias, y no sirven para resolver los problemas que agobian a la sociedad, es de esperar que aparezcan nuevas fórmulas de convivencia, nuevos sistemas socioeconómicos que combinen, en adecuada proporción, la libertad con la justicia. Si Adam Smith fundó el capitalismo y Carlos Marx el socialismo, confiemos que un tercer sabio nos abra el camino  hacia un futuro que garantice la dignidad y el bienestar de todos.

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