¿Qué enfermedad mortal sufrieron las cajas de ahorros que llevó al borde de la extinción a la mayor parte de las mismas? En el espacio de los dos últimos años encajaron un acelerado proceso de intervenciones del Banco de España, fusiones y transformaciones en bancos que redujeron el número de entidades de 45 a 15, y protagonizaron el mayor ajuste, todavía inconcluso, del sistema financiero español.
Todavía está por escribirse el informe detallado y objetivo de las causas que condujeron al desastre, pero ya son reconocibles determinados rasgos comunes que explican la incapacidad de superar los parámetros de solvencia exigidos por el gobierno, con la honrosa excepción de la Caixa de Barcelona, las tres vascas y Unicaja.
Las cajas de ahorros más antiguas fueron creadas en la primera mitad del siglo XIX, respondían al modelo de instituciones benéfico-sociales que como tales dependían de la dirección general de Beneficencia del Ministerio de Gobernación, llamado ahora de Interior. Su finalidad era promover el pequeño ahorro, combatir la usura y financiar las necesidades crediticias de las familias y las pequeñas empresas. Sus excedentes, que no se querían llamar beneficios, se dedicaban a la formación de reservas y a la creación y sostenimiento de obras benéfico-sociales.
Durante muchos años desarrollaron su labor en un reducido ámbito territorial conformado por la población de nacimiento y poco a poco fueron extendiéndose a la provincia y a la región.
Un paso trascendental de su evolución vino dado por el Decreto de 1977 inspirado por el a la sazón vicepresidente del Gobierno, Enrique Fuentes Quintana, que igualó la operatoria de las cajas con la de los bancos.
A partir de entonces se inició una imparable expansión geográfica y del volumen de operaciones que a la larga sería letal. Se abrieron sucursales no sólo en España sino también en Europa y América, y se llevaron a cabo operaciones de riesgo para las que no estaban especialmente preparadas (descuento de efectos, participaciones industriales, créditos sindicados a grandes compañías y sobre todo, subiéndose a la ola de la burbuja inmobiliaria, una imprudente política crediticia centrada en compradores y promotores de viviendas, teniendo que recurrir a los mercados internacionales para la captación de fondos con los que atender la creciente demanda de préstamos.
El resultado fue que las cajas llegaron a administrar más del 50% de los depósitos del sistema financiero con gran preocupación de los bancos que acusaron a las primeras de competencia desleal por cuanto las cajas podían comprar bancos pero no a la inversa por el carácter fundamental de las entidades de ahorro.
La deficiente evaluación del riesgo hizo que al desencadenarse la crisis, con la consiguiente elevación de la tasa de morosidad, muchas de las cajas vieron amenazada su solvencia, situación que agravó el Gobierno al exigir una proporción del 8% al 10% de recursos propios según los casos, que fue como el tiro de gracia. Las consecuencias fueron el cierre de oficinas que nunca debieron abrirse y la pérdida de puestos de trabajo que afectó a miles de empleados.
En resumen, se puede afirmar que las cajas murieron de éxito a causa de un mal uso de la regulación legal permisiva, de una gestión inadecuada, de la presencia de políticos inexpertos en los consejos de administración y de las presiones de la banca que lograron deshacerse de sus mayores competidoras.
La sociedad española ha perdido unas instituciones singulares que contribuyeron enormemente al progreso económico y con su amplia y variada obra social cubrieron objetivos asistenciales y culturales que a partir de ahora quedan desatendidos. Por culpa de muchos y con la impunidad de todos.
Las cajas de ahorros más antiguas fueron creadas en la primera mitad del siglo XIX, respondían al modelo de instituciones benéfico-sociales que como tales dependían de la dirección general de Beneficencia del Ministerio de Gobernación, llamado ahora de Interior. Su finalidad era promover el pequeño ahorro, combatir la usura y financiar las necesidades crediticias de las familias y las pequeñas empresas. Sus excedentes, que no se querían llamar beneficios, se dedicaban a la formación de reservas y a la creación y sostenimiento de obras benéfico-sociales.
Durante muchos años desarrollaron su labor en un reducido ámbito territorial conformado por la población de nacimiento y poco a poco fueron extendiéndose a la provincia y a la región.
Un paso trascendental de su evolución vino dado por el Decreto de 1977 inspirado por el a la sazón vicepresidente del Gobierno, Enrique Fuentes Quintana, que igualó la operatoria de las cajas con la de los bancos.
A partir de entonces se inició una imparable expansión geográfica y del volumen de operaciones que a la larga sería letal. Se abrieron sucursales no sólo en España sino también en Europa y América, y se llevaron a cabo operaciones de riesgo para las que no estaban especialmente preparadas (descuento de efectos, participaciones industriales, créditos sindicados a grandes compañías y sobre todo, subiéndose a la ola de la burbuja inmobiliaria, una imprudente política crediticia centrada en compradores y promotores de viviendas, teniendo que recurrir a los mercados internacionales para la captación de fondos con los que atender la creciente demanda de préstamos.
El resultado fue que las cajas llegaron a administrar más del 50% de los depósitos del sistema financiero con gran preocupación de los bancos que acusaron a las primeras de competencia desleal por cuanto las cajas podían comprar bancos pero no a la inversa por el carácter fundamental de las entidades de ahorro.
La deficiente evaluación del riesgo hizo que al desencadenarse la crisis, con la consiguiente elevación de la tasa de morosidad, muchas de las cajas vieron amenazada su solvencia, situación que agravó el Gobierno al exigir una proporción del 8% al 10% de recursos propios según los casos, que fue como el tiro de gracia. Las consecuencias fueron el cierre de oficinas que nunca debieron abrirse y la pérdida de puestos de trabajo que afectó a miles de empleados.
En resumen, se puede afirmar que las cajas murieron de éxito a causa de un mal uso de la regulación legal permisiva, de una gestión inadecuada, de la presencia de políticos inexpertos en los consejos de administración y de las presiones de la banca que lograron deshacerse de sus mayores competidoras.
La sociedad española ha perdido unas instituciones singulares que contribuyeron enormemente al progreso económico y con su amplia y variada obra social cubrieron objetivos asistenciales y culturales que a partir de ahora quedan desatendidos. Por culpa de muchos y con la impunidad de todos.
1 comentario:
Las cajas de ahorro tienen un origen y desarrollo fundamentalmente de la Iglesia. Y una causa fundamental de su declive es la intromisión de los políticos, su politización por parte de nuestra demagógica izquierda sobre todo.
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